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jueves, 28 de diciembre de 2023

BLUES PARA UNA CALLE DE TIERRA

 BLUES PARA UNA CALLE DE TIERRA

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Iván Wielikosielec

Tengo ante mí una foto de la calle Roque Sáenz Peña a principios de los ochenta. Y de no mediar el pavimento y un par de demoliciones (entre ellas, la de mi propia casa) el “boulevard” sigue siendo el mismo.
Recorro mentalmente esa cuadra en donde abrí los ojos al mundo y vuelvo a ver la estatua del cantero; esa muchacha semidesnuda entre guirnaldas que no envejeció. Yo sí, pero estoy seguro que ella me reconoce todavía, cincuenta años después de mi nacimiento.
De chico me llamaba la atención que sus ojos de yeso ciego se fijaran contra la salida del sol blanco al fondo de la calle; es decir, mucho más atrás del cortadero de los Van Cauteren, como si cada amanecer se cociera a fuego lento entre aquellos ladrillos. Pero de cara al atardecer, la joven diosa me parecía mucho más triste, con los ojos nublados por esa penumbra que parecía venir desde el Polvorín, como la noche.
Veo, también, en mi paseo imaginario por el pasado, la antigua fachada azul de “las chicas Rossi”, esas mujeres que envejecieron frente a la estatua como ante un retrato de Dorian Grey maldito; uno que les absorbía la juventud y las dejaba solas y solteras en la puerta de hojas altas.
A veces, al salir de la escuela yo las saludaba y ellas me respondían con una amabilidad de otro siglo; cuando del interior del zaguán salía una fresca oscuridad desconocida para mí; un perfume a flores extrañas que a veces venía acompañado por un piano distante. Y yo me preguntaba cómo sería el interior de aquella casa.
Una vez me imaginé que, cuando cerraban esa puerta, “las chicas Rossi” se volvían jóvenes y bellas como la estatua del frente. Y que sólo aquel hombre que las aceptara como “viejas” durante el día, tendría el privilegio de poseerlas como “jóvenes” al caer la noche, entre flores nuevas, mientras ellas tocaban el piano desnudas y corrían por la casa. Me acuerdo que había escrito ese cuento en el secundario, pero la profesora de literatura no me hizo leer aquel día y lo tiré. Pero esa idea me quedó dando vueltas en la cabeza, distante como mi recuerdo de esas flores o la frescura de ese zaguán que ya no existe.
En la otra punta de la calle y frente a la casa de los Aquiles está la copa griega del cantero. Y cuando ganamos el mundial ´78, yo hacía que la levantaba sobre mi cabeza. Diez años después y cuando me fui a estudiar Letras a Córdoba, no podía creer que el máximo héroe griego se llamara “Aquiles” también, y que su historia hubiese sido contada no sólo por Homero sino también por copas idénticas, vasijas de alfarería helénica de un valor incalculable.
Toda mi vida pasada y futura estaban ahí, en mi calle; sólo que por ese entonces yo no lo sabía.
Pero la casa de los Aquiles fue demolida no hace mucho, junto al boliche del "Pirincho", que otrora fuese la casa del cura y antes, una parte del viejo hotel Mirgone, cuando las posadas del pueblo eran contigüas a la iglesia.
Los Aquiles supieron tener un boliche también, y yo solía jugar con el Jorge a las carreritas de caballos con un juguete en forma de calesita. Y nunca olvidaré el caballo rojo, de un color pura sangre contra el sol durante la siesta y rosadamente triste al caer la tarde, como un “overo rosado” moribundo.
También recuerdo (y aún la puedo ver) a la fachada de Casa Zinna, esa en cuya galería encristalada jugábamos a las figuritas con los chicos de la cuadra o nos guarecíamos melancólicamente de la lluvia, sin saber que estábamos generando recuerdos para un futuro intempestivo.
En la esquina de mi calle aún se levanta intacto y como en aquellos días, el Salón Parroquial. Techado a dos aguas en chapa roja y con vitrales de medialunas, allí funcionó la primera iglesia y también misionó Fray Mamerto Esquiú en 1882, según testimonia una placa de bronce. Pero también se casó en 1889 y con apenas 17 años Nigelia Caballero; sin saber que al poco tiempo se volvería de Mallorca a Ballesteros, convirtiéndose en símbolo de amor a su pueblo; ese que no cambió por un empresario europeo ni por todas las bondades de Europa.
Hasta esa esquina caminaba mi abuelo en tiempos de la foto, cuando el boulevard era de tierra y él ya empezaba a quedarse ciego. Iba de noche y con una linterna en dirección a oriente, como si quisiera llegar hasta el mismísimo cortadero de los Van Cautereen en busca de la luz perdida. Pero al llegar al salón, se volvía con sus pasos rengos y el cono de sombra ganándole sus pasos en la vereda.
Por esos tiempos ya se habían muerto las chicas Rossi, se había cerrado el boliche de Aquiles y nada quedaba de su negocio, al que había arrasado un temporal.
Sin embargo, estoy seguro que la estatua lo miraba al viejo como ahora me mira a mí; con sus ojos jóvenes y esa compasión que sólo tienen las diosas para con los mortales; esos hombres que vivimos en penumbras y envejecemos entre ruinas, sin los cristales de Casa Zinna que nos proteja de la inclemencia de este mundo.



jueves, 14 de septiembre de 2023

La Iglesia de Ballesteros ya tiene su biografia

 LA IGLESIA DE BALLESTEROS YA TIENE SU BIOGRAFÍA

Los historiadores Aldo Campana y Ricardo Muela acaban de subir a su página, “Capillas y Templos” de Córdoba, un maravilloso estudio histórico y arquitectónico sobre la Iglesia San José de Ballesteros.
El trabajo, de más de cien páginas incluidas fotografías, extractos de libros, facsímiles y documentos (incluidos mapas, planos y dibujos) arrojan una imprevista y maravillosa luz sobre la construcción del templo pero también (y sobre todo) sobre en el diseño de aquel “nuevo país” basado en el ferrocarril que originaría Ballesteros, acaso en las antípodas (en el buen y en el mal sentido) del otro, telúrico y colonial, representado por Ballesteros Sud; nuestro “hermano mayor”.
Como nota de color, hay que remarcar que el trabajo toma tres figuras insoslayables para entender la identidad ballesterense: la del doctor Cármine Amicarelli, hijo del primer inmigrante del pueblo (referente sanitario en tiempos de la peste de fines del siglo XIX); el doctor Ricardo Caballero (referente político y científico) y el padre Francisco Company (referente espiritual); centrándose el texto en el litigio que expropió de manera tan brutal como ilegal la casa y el terreno que Caballero donara a la Iglesia, con mediación de Company (ambos eran muy amigos) para la construcción del nuevo templo, a partir de 1939.
Este trabajo comprende el templo 104 relevado por ambos historiadores, en un proyecto inédito en el país, y que no cuenta con presupuesto oficial alguno. Por cierto (vale recordarlo) el trabajo 91 estuvo consagrado a la Capilla San Juan Bautista de Ballesteros Sud.
No tengo dudas que ambas contribuciones merecen una edición en papel. Creo que sería el modo en que nuestras comunidades podrían hacerles justicia a Aldo y Ricardo por el inmenso trabajo realizado; y cuyo resultado editorial merecerá, sin dudas, un lugar en los anaqueles más queridos del pueblo, junto a la maravillosa “Historia de Ballesteros” de José Ernesto Cacciavillani y el tremendo estudio de Renata Césare sobre el Pozanjón, que también espera editor desde su ejemplar único depositado, a modo de tesis universitaria, en nuestra biblioteca.
Les comparto el link para que todos podamos leer, con orgullo, acerca de nuestra historia; de nuestro lugar en el mundo que, a partir de hoy, sabe un poco más acerca de sí mismo.

jueves, 30 de marzo de 2023

BALLESTEROS TRANSATLÁNTICO

 BALLESTEROS TRANSATLÁNTICO 

Por Iván Wielikosielec









“Al fondo de mi pueblo está el mar”, me digo una vez más al ver esa vieja foto. 

Fue tomada en la esquina del Salón Parroquial cuando era la antigua iglesia. Esa imagen debe tener, por lo menos, cien años. Y testimonia una celebración en la avenida; acaso una fiesta de los inmigrantes ya que veo, o creo ver, una bandera española y otra italiana al costado de la nuestra. Y no sé si los nenes y nenas están “disfrazados” con la vestimenta de esos países, o si era la ropa con la que muchos acababan de llegar de Europa a un pueblo del nuevo mundo. 


Casi no hay autoridades en el acto o están detrás, con sus sombreros, bigotes y medallas. Pero tuvieron la delicadeza de poner por delante a los chicos.

 

"Al fondo de mi pueblo, está el mar”, me vuelvo a decir. Porque los galpones del ferrocarril trazan un suave horizonte gris al final de la avenida; y porque un poste de la luz entre los árboles pone un mástil en cruz contra la nave de la iglesia; como si todo ese contingente acabara de bajar de un transatlántico.


Lo cierto es que al ver aquella foto, he vuelto a viajar con la imaginación hasta un Ballesteros marítimo. 


Cuando era chico, me pasaba las tardes en el Pozanjón con las piernas colgando sobre el agua. Era el único puente en un pueblo sin río; sólo construido para el paso del tren. Pero a fuerza de mover las piernas y mirar el agua, me imaginaba que iba en barco en medio del océano. Y acaso todo el pueblo se lo imaginó también. Porque dijeron que el Pozanjón era un “ojo de mar”; es decir, una sucursal del Atlántico. 


Y es por eso que ya no me parece descabellado pensar que un día , todos esos chicos se bajaron en la playa del ferrocarril junto a todas  las leyendas. Que tocaron tierra firme, se sacaron una foto y cuando saludaron para volver, descubrieron que en vez de un puerto había una estación y en vez de un trasatlántico, había un tren. 


Entonces se desvanecieron como un sueño en otro sueño o agua en el agua hasta volverse imagen borrosa; instantánea fugaz en una playa del olvido.

lunes, 20 de marzo de 2023

MESSI JUEGA PARA TALLERES8

 MESSI JUEGA PARA TALLERES DE BALLESTEROS

Por Iván Wielikosielec




El escudo de Talleres de Ballesteros fue, al decir de uno de sus fundadores, don Narciso Davicco, “celeste y blanco como la bandera, pero a bandas verticales”. Y su primera camiseta tuvo también ese diseño. Basta ver la foto del equipo campeón del ´57 (el que obtuvo la primera estrella del club) para corroborarlo. O preguntarle, en todo caso, a don José Carlos Flores; uno de los jugadores que, 66 años después de aquella foto, aún vive para contarlo. 

Con el paso del tiempo, aquel diseño fue mutando hacia una “camisa doble banda”, como la de Newells Old Boys, pero en celeste y blanco. De hecho aún recuerdo, en nuestros tiempos de básquet a fines de los ´80, haber descubierto en un cajón de madera (estaba en el escenario del club como un sarcófago egipcio) aquel juego. Las camisas estaban dobladas y planchadas, como si aquel Talleres del ´70 fuera a salir en cualquier momento a la cancha. Pero ya no se usarían jamás y acaso aun duerman ahí, esperando el beso de Osiris, que las resucite.


Albicelestes pero también albiazules


En los ´80 y tras el boom nacional de su homónimo cordobés, Talleres de Ballesteros usó, lisa y llanamente, la camiseta del cuadro de barrio Jardín; la clásica a bastones azul y blanco. Y también una maravillosa casaca alternativa color azul marino con números en “tres dé”. Con esa "Sportlandia" ancestral, el equipo jugó hasta desteñirla contra soles y lluvias del lejano sudeste; en polvorientas canchas de Cintra y Ordóñez, Morrison y Bell Ville. 

Con la llegada de los ´90 y “el primer mundo”, hubo varios modelos donde la publicidad importaba más que el diseño, pero finalmente ocurrió el milagro: Talleres aunó las tres bandas verticales de su indumentaria primitiva con los colores de la segunda. Es el maravilloso diseño que, con mayores o menores variantes, utiliza al día de hoy.

Debo confesar (y acaso yo no sea del todo objetivo) que es la camiseta más hermosa del mundo para mí, incluida la primera, albiceleste. Y además, que a ese diseño no lo vi jamás en camiseta alguna; excepto en su réplica parisina o “plagio textil”, la nueva indumentaria del París Saint-Germain.

Cuando la vi estrenar el año pasado, pensé que algún espía francés había estado viendo casacas albiazules de todo el mundo en busca de una variante potente y original. Y que al dar con la de Talleres de Ballesteros (posiblemente vía Facebook) “robó” la idea sin cargo de conciencia; de la misma manera que un escritor famoso le roba un poema a otro, que es pobre y desconocido. Y sólo le puso ínfimas tiras rojas (separadores entre el azul y el blanco) para disimular el robo.

Luego, alejé de mí ese pensamiento paranoico. Y me dije que acaso fuera yo el que me equivocaba, que el PSG tal vez “ya tenía o había tenido” una camiseta así en el pasado más remoto. Y entonces, al trabajo de espionaje (o mejor dicho, de investigación) lo hice yo mismo. Pero entre todas las casacas de la historia del PSG, lo más parecido que me saltó fue una a “tres bandas verticales” pero con la franja del medio en rojo; la que usó el mismo Carlos Bianchi en su paso por ese club, que en esa década recién nacía. De hecho, el PSG se fundó en 1970, cuando la ancestral casaca ballesterense ya tenía 25 años de uso.


Escudo contra la tormenta


Hoy, cuando veo todas las camisetas del París Saint-Germain que se venden en el mundo (la “30” de Messi, la “7” de Mbappé, la “10” de Neymar) me digo que sería inútil un reclamo por “copyright”. y que si Ballesteros de casualidad ganara ESE juicio, de seguro no le cobraría al PSG NI un centavo. Sólo le pediría, acaso, que venga a jugar un amistoso al “Javier Arbarello”, un tiempo cada uno con la misma casaca a tres bandas verticales en azul y blanco y azul; porque lo mismo habría hecho o pedido don Miguel Davicco, el fundador del club. Y tengo razones de sobra para pensar así.

Una vez, cuando a fines de los ´40 dos aviones de guerra se quedaron sin nafta y aterrizaron forzozamente en el pueblo (la anécdota es parte del imaginario ballesterense y hay fotos por todos lados) Don Miguel los remolcó hasta la ruta con un camioncito. Y cuando los militares le preguntaron cuánto le debían por "el flete", don Miguel les respondió: “Nada, muchachos… Sólo una pasadita para nuestra gente…” Y eso fue lo que sucedió. Porque esa tarde, dos aviones a chorro con forma de zepelines sobrevolaron y “besaron” la flamante torre de la iglesia a la velocidad del rayo. Y a esa anécdota me la contó también don Narciso, muy poco tiempo antes de morir. Ese era el espíritu de su viejo, pero también del club que fundara junto a un grupo de trabajadores, entre los talleres de soldadura del pueblo. 

“Éramos gente servicial, nada más… Nunca nos interesó hacer plata… Sólo queríamos el bien para nuestra gente…” me había dicho don "Nacho" en una esquina del 2017, antes de despedirse de mí para siempre.

Lo único que yo quisiera hoy, en tanto “copyright”, es dejarle en claro a cada chico y cada hombre que se pone la camiseta del PSG en el mundo, que ese diseño no salió de las grandes marcas parisinas ni de sus diseñadores prestigiosos; ni de Pierre Cardin ni Adidas. Salió de un grupo de muchachos metalúrgicos que, una tarde de 1945, en un pueblo de la llanura, inventaban un club y un maravilloso escudo.

martes, 7 de marzo de 2023

A PEPE, POETA DE MI PUEBLO, 40 AÑOS DESPUÉS


 A PEPE, POETA DE MI PUEBLO, 40 AÑOS DESPUÉS

Por Iván Wielikosielec



No lo recuerdo pero acaso estuve ahí, me dije cuando Ceci me pasó aquella foto, hace unos años ya. Y lo vuelvo a decir hoy, cuando en viejos archivos de la PC y de la memoria, la foto ha reaparecido. 


Es una tarde antigua en la escuela del pueblo, más precisamente de 1980 según la fecha en la pared, oscurecida por la sombra de los paraísos. Debe haber sido el comienzo de clases en marzo o abril, y también el comienzo del otoño; porque tanto Pepe como los chicos aparecen abrigados. Pero también porque la sombra de los árboles muestra más ramas que follaje, como sacudidas por un viento helado. 


Pepe debe estar leyendo (imagino) un discurso de bienvenida al secundario, ya que detrás está el escudo del Manuel Belgrano y el cartel de recibimiento. 


Por esos tiempos, el primario y el secundario compartían el mismo edificio. Y es por eso que, a pesar del escudo, había chicos con delantal ese día. Y, como dije, acaso yo estuve ahí, empezando quinto grado con la señorita Máxima Ingrasia y luego con la señorita Susana Carotti, acaso la mejor maestra que tuve en mi vida. 


Si estuve o no estuve, no lo recuerdo. Pero de haber estado, no me extrañaría. Y acaso pueda reconstruir, mediante un invento de la percepción (mediante la “ficción”, dirían los profesores de literatura) la voz de Pepe en ese día. Era el poeta del pueblo (lo sería desde allí y para siempre) y estaba leyendo un discurso, como lo hizo en 1960 cuando se inauguró el Monumento de la Madre y la mujer que me trajo al mundo, con apenas 17 años, estuvo ahí (me lo dijo una tarde emocionada, mostrándome la foto que aún guardaba). Debe haberle dado la bienvenida a todo el colegio, celebrado los 20 años del secundario (la otra fecha en la pared marca 1960, el año de su fundación) y luego haberle hablado a los chicos. Y acá no me refiero a un discurso sino a “hablarles verdaderamente”, porque ese era uno de sus maravillosos dones; la honestidad brutal conque te preguntaba: “¿Cómo estás, querido?”, acariciándote la cabeza.


Las pocas veces que lo cruzaba en la calle y me lo decía, yo le daba, inesperadamente, la respuesta más sincera del mundo. Y estoy seguro que a los demás chicos les pasaba lo mismo. 


Por eso es que, aquella tarde de marzo o abril, debe haber hecho preguntas como esas, a todos y a cada uno. Y es muy probable, también, que haya leído un poema suyo  o haya citado al Martín Fierro, La Biblia o el Quijote, que eran sus libros de cabecera. 


De lo que si estoy seguro (y de esto no necesito de la “ficción” o de algún recurso que no provenga de la memoria), es que tras los aplausos, Pepe debió haberse retirado con timidez; mirando el piso o sus grandes zapatos gastados, con el pelo revuelto por el viento (el mismo viento que había pelado las ramas de los paraísos). Y también adivino que, poniéndose colorado, debe haber saludado a las maestras; agradeciéndoles efusivamente por la invitación a leer, para volver a su trabajo en la Unión Telefónica mientras su compañera de oficina, la señorita Esther Gallardo, enchufaba cables en un tablero de la segunda guerra, comunicando a Ballesteros con el mundo. De eso es, en definitiva, de lo que yo estoy seguro. De haber sentido que Pepe no era un maestro ni un profesor, ni un orador ni un telefonista. Tampoco un cura (a pesar de su trabajo en la iglesia) ni un director de orquesta (a pesar de llevar adelante el coro en la misa). No, Pepe era un poeta. Y aunque yo no tenía la menor idea de lo que eso quería decir, sabía que significaba "no ser del rebaño". Que “ser un poeta” era pertenecer a una ontología inclasificable y tal vez absurda; esa maravillosa vulnerabilidad portadora de algún “divertido estigma”, como esos chicos que nacen con pecas y que por eso mismo parecen más simpáticos. 

Pero también entendí, como pasaba con los chicos pecosos, que tras esa fachada “divertida” se podía ocultar algo terrible; la soledad y la incomunicación, los trabajos y los días de quien sólo vive para los poemas y las noches; ese otro uniforme (como su eterno guardapolvos gastado de Entel) para existir sin fricción alguna entre la gente. 


A esto que escribo lo confirmé años después al leer su “Mamarracho”, ese largo poema confesional y catártico en octosílabos martinfierristas; el mismo que estaba componiendo por esos días, muy poco antes de morir, en 1984. De eso me habló Ceci, su hija, aquel día de 2014, a 30 años de ese infarto en un pueblo de traslasierras, tan absurdo como su oficio de escribir.


Aquella tarde y cuando ya me iba, le pregunté a Ceci si su viejo era tan bueno con todo el mundo como lo era conmigo. Porque cada vez que me veía, al margen de hablarme, me acariciaba la cabeza como a un cachorro (como a un artista cachorro) muy querido, con un cariño tan inédito como inexplicable para mí. Y Ceci, sonriendo, me contestó: 


“No te lo iba a decir, pero ahora que me lo preguntás… Él siempre nos decía, al José y a mí: si lo ven al Iván, invítenlo a jugar con ustedes… Ese chico está muy solo. Sus papás se separaron y ha quedado a la deriva…”


Yo entendí en ese momento que, por el prodigio de alguna telefonía celeste, “Pepe” me estaba mandando ese mensaje a través de su hija y también a través del tiempo. 


Pasaron los días, los años, los lustros, y una década, ya, desde aquel día. Hasta que he vuelto a encontrar esa foto. La vuelvo a ver y me digo que no sé si estuve ahí, en ese acto, o si podría haber estado. Pero puedo recordar la voz de Pepe hablándome en una despensa y la voz de mi madre hablándome de Pepe y la voz de Ceci hablándome de su padre… 


De lo que no tengo dudas, tampoco, es que aquel hombre me ha enviado un segundo mensaje hoy. Y me ha dicho, como en aquel cartel del primer día de clases, “Bienvenido”. Bienvenido al mundo de los que están a la deriva y de los que no tienen uniforme, al mundo de los que miran el piso o sus zapatos gastados y no tienen cargos ni títulos ni prestigio. Bienvenido al mundo de los que tratan de escribir una página verdadera y buscan una voz interior honesta, como la que se precisa para hablarle a un niño.  


PD: Gracias, Ceci, por esa maravillosa foto de tu viejo!

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