Vistas de página en total

viernes, 14 de noviembre de 2014

La mitología de Ballesteros cabe en una canción

Portada  »  El Diario Cultura  »  La mitología de Ballesteros cabe en una canción
9 de Noviembre de 2014
Poeta y folclorista, Mario Nicosia tuvo un breve paso por los escenarios del país en los años 60, cuando intentó triunfar en Buenos Aires de la mano de su amigo Rubén Juárez. Estuvo a punto de grabar su primer disco en el sello “Odeón”, pero su ceguera le impidió quedarse en la capital. Volvió a su pueblo natal, al que le dedicó canciones esenciales para su imaginario, refundando a Ballesteros en cada milonga, zamba o chacarera
Nunca se sabrá si lo que se cuenta en el pueblo sobre Mario Nicosia pertenece a la realidad o a la ficción; pero sus andanzas son ineludibles en los asados. Como la de aquella noche en que se pidió el tercer vaso de vino en el club y le trajeron coca. Entonces Mario, probándolo casi asqueado, llamó al mozo y le dijo: “Che, Panceta, traeme soda que esto está muy puro”. Del mismo modo en que nadie pudo confirmar ni desmentir esta historia, tampoco nadie pudo confirmar ni desmentir lo que le pasó a Mario tras haber quedado ciego a los 14 años, un hecho que ya forma parte de la “vida y milagros del Mario”. Dicen que al mismo tiempo que le quitaba la vista del presente, un ángel le dio la facultad de mirar hacia el pasado más remoto. Y por eso es que sus canciones “mitológicas” no son producto de su imaginación, sino que vienen de primera mano, de la visión directa de un tercer ojo que le nació aquella tarde en su corazón. Así, del mismo modo en que el Homero “presenció” la guerra de Troya, también es lícito afirmar que Mario Nicosia “vio” la fundación de Ballesteros; que nadie le contó nada sobre aquellos polvorientos malones o sobre Eloy Villarreal, el primer habitante del pueblo; sino que él mismo los conoció de primera mano. Pero así Mario como pudo ver el pasado más remoto, también pudo ver chispazos del futuro. Fue por eso que escribió a principios de los 70 su “Niño de los ranchos”, aquella canción que predecía el golpe militar y que un día le pidieron para grabar “Los Fronterizos”. Aquella canción decía: “Niño de los ranchos deja de esperar/ los tres reyes magos ya no llegarán/ Baltasar ha ido a la Capital/ y Melchor visita algún militar/ Pero no te aflijas que mañana vendrán/ señores y damas de la alta sociedad/ y con un juguete te harán olvidar/ que le están robando a tu padre el pan/”. Pero su metáfora trascendió incluso la dictadura y llegó fresca fresca al tiempo presente, hasta estas demagogias disfrazadas de democracia donde cada vez hay más “niños de los ranchos”, sólo que a esas construcciones ahora las llaman “villas de emergencias” y a esos chicos “niños en situación de pobreza”. 
Por eso, cuando en los asados alguien cuenta “las historias del Mario”, tras reírse con las anécdotas “del Panceta y la coca”, al final no pueden hacer otra cosa que agarrar una guitarra y  cantar sus canciones. Esas zambas y milongas que, como los versos porteños de Borges, le dieron a Ballesteros su fundación mítica. Y nadie se pregunta si las letras de esas canciones son reales o imaginarias, porque en el pueblo todos saben (aunque no lo digan) la historia del ángel que, desde que le pidió la vista, le dio a cambio un buen puñado de visiones. 

Cantando en la oscuridad
-¿Cómo llega la guitarra a tu vida, Mario? 
-Fue cuando tenía 22 años. Yo había renunciado a todo por lo de la vista, pero un día del año 60 conocí en Villa María al maestro Andrés Acheral. Y al ver mi interés por la música, me dice: “¿Y por qué no estudiás guitarra?”. Le dije que no porque me iba a costar mucho. Entonces me preguntó si tenía alguna formación musical. Le contesté que sí, que de muy chico el “Pepe” (Cacciavillani) me había enseñado los fundamentos con el piano y algo de métrica para las canciones. Entonces me dijo que aprender guitarra me iba a ser fácil, que incluso podía ser un entretenimiento y un desafío. A partir de ahí aprendí con él y después me las ingenié para sacar tonos y componer canciones. 

-Y también empezaste con tus alumnos de guitarra, porque medio pueblo pasó por tu casa…
-Sí, di clases como 40 años y me acuerdo de todos los chicos que vinieron, como el “Cueva” Sassi, el “Flaco” Abrate, el “Petete” Capra y el Leandro Fernández, que después armaron “Plataforma Cero”, el primer grupo de rock del pueblo… También recuerdo al “Panchi” Mirgone y al “Pepino” Fernández, que eran fanáticos del folclore…

-¿Y vos, siempre quisiste tocar folclore?
-A mí la música me interesaba en su totalidad, pero en los tiempos que aprendí guitarra fue el “boom” del folclore. Aparecieron un montón de conjuntos nuevos, como “Los Chalchaleros”, “Los Fronterizos”, “Los Cantores del Alba”… Una vez, le di a “Los cantores del alba” mi “Zambita de la Virgen” y la tocaron varias veces… 
-También le diste una zamba al grupo villamariense “Los soñadores”… 
-Sí, ellos me grabaron mi “Zamba nocturnal”. Y una vez, en un festival en Ballesteros Sud, “Los Fronterizos” me pidieron el “Niño de los ranchos”, pero les dije que no. Era a principios de los 70, un tiempo muy jodido y lleno de persecuciones como para andar con canciones de protesta…
Folk-singer en Ballesteros Town

-Contame cómo nace tu carrera como cantautor…
-Nace acá en Ballesteros. La primera formación que integré fueron “Los copleros del ceibal”, con el “Negro” Heredia, el “Pirucho Rodríguez” y el Rolando Bustos. Anduvimos por muchos lados durante todo el año 61, hasta que nos disolvimos y me llamaron de un conjunto de Villa Nueva, “Los Huanchaqueños”. Con ellos, en el 63, hicimos una gira muy grande desde Buenos Aires hasta Santa Cruz. Estaba el Orlando Traversa, que ahora tiene una agencia de viajes. Después el conjunto se desarmó y empecé a cantar con el “Cacho” Quevedo y el Guillermo Mc Cormack…

-¿Y con Rubén Juárez no tocaste nunca?
-¡Claro! Cada vez que venía el Rubén a Ballesteros pasaba por casa y me decía “traete la guitarra que esta noche tocamos”. Y yo lo acompañaba siempre. El Rubén tocaba de todo con el bandoneón. Me acuerdo un día que le dieron un mate y lo agarró con la mano derecha mientras con la izquierda seguía la melodía de “Garota de Ipanema”. Era un virtuoso total. Yo me pude haber ido a Buenos Aires con él, y de hecho me fui una vez…

-¿Y cómo fue esa experiencia?
-Estuve un año entero allá, en el 69. Me acuerdo que tenía unos temas modernos que había hecho para ver si se los podía encajar a grupos nuevos como “Los náufragos”. Pensé en pegarla por el lado del nuevo rock porque para vender un tema de folclore tenías que ser realmente bueno. Era imposible llegar con la cantidad de cantores de primera que habían salido, como César Isella o “Chito” Zeballos. Y ni hablar de los “clásicos”: Falú, el Dúo Salteño, Atahualpa… 

-¿Y al final pudiste grabar en la capital?
-Mirá, un amigo me dio una recomendación para “Odeón”, el sello de “Emi”. Fui, toqué unas canciones y gustaron. Pero me dijeron que antes de grabar necesitaba difusión por la radio y la televisión, que no podían largar un tiraje de discos de la nada. Tuve muchas pruebas a las que no pude asistir porque no me animaba a largarme solo en Buenos Aires. Siempre necesitaba de la compañía de un amigo o de un primo que me llevara a los lugares. Y muchas veces, ellos trabajaban o no podían. Así que fallé a dos o tres citas, pedí si no podía ser a otra hora, pero me dijeron que no. Canté en cantinas de La Boca, en Flores y en Olivos, en la Peña de Hernán Figueroa Reyes, y al final me volví…

-Me hablaste de los grandes cantautores de finales de los 60 ¿Cómo ves el folclore actual?
-No muy bien. Cosquín es un fracaso y si no va “el Chaqueño”, no va nadie. Jesús María se mantiene por la doma y no por la música… Yo creo que el folclore ha perdido la esencia. Alguien como Jorge Rojas, que empezó cantando folclore, ahora es un baladista romántico. O Soledad, que ahora tiene un programa de televisión… Hoy es difícil encontrar poetas como Yupanqui, guitarristas como Jorge Falú, compositores como Andrés Chazarreta… De ahora, me gusta el Dúo Coplanacu… 

-¿Y por qué se ha perdido la esencia del folclore, Mario?
-No sé, pero te puedo decir que ya casi no hay guitarreadas. A veces me invitan los chicos nuevos y voy, pero los únicos que tocamos temas del folclore tradicional somos tres gatos locos de mi edad. Falta recambio…

Poeta naciendo
-Además de compositor de zambas y milongas has escrito poemas, incluso algunos salieron publicados en una antología del pueblo en 2001…
-Sí, tengo poemas sueltos, pero todos en cuartetas o formas sencillas de recordar. Los hice así porque tenía que memorizarlos y luego dictarlos. Años después me regalaron un grabador de casete, que actualmente es mi borrador. Ahí registro mis ideas musicales, pero también mis poemas. 
-¿Y cómo te formaste en literatura?
-Gracias a los “libros parlantes” que mandaba Bienestar Social. En esos casetes escuché “Cien años de soledad” y “El otoño del patriarca”, de García Márquez; el “Hombre de la esquina rosada” y varios poemas de Borges; cuentos de Edgar Allan Poe y de Horacio Quiroga, obras de Manuel Mujica Láinez y “El viejo y el mar”, de Hemingway. Pero lo que más me ayuda en literatura son las reuniones con la Marilyn (Mc Cormack), que es una lectora tremenda y sabe muchísimo. Ella siempre me lee y después comentamos con ella, con su hermana Mecha y su esposo Rolando, grandísimos lectores también…
-Sos una celebridad en el pueblo, Mario, un tipo muy querido y lleno de amigos… ¿Qué significa Ballesteros para vos?
-Es el lugar donde nací, el lugar donde me eduqué, el lugar donde tuve mi familia y mis amigos… Y gracias a Dios, en todas mis andanzas he visto por los ojos de ellos, de mis amigos…
Y entonces al final de la nota, Mario se acuerda a pedido mío del último Ballesteros que guarda en su retina; el Ballesteros del año 52. Aquel pueblo de anchas calles de tierra y grandes árboles. Aquel pueblo de luto por la muerte de Evita con sus dos nuevos clubes (Talleres y Tiro) jugando el clásico. Aquel pueblo del salvaje Pozanjón y el despeinado Fachinal; de la mítica “Isleta” y la inmensa “Calle de la Legua”. Pero también el pueblo de las nuevas bellezas en flor, de las cuales Mario recuerda muy especialmente a “Tití” Mendina, “una chica de 12 años que era un poema”. Y cuando a modo de despedida Mario toca en la viola “La esquina de Ballesteros”, noto que una electricidad absolutamente nueva corre por su voz y la boca de mi estómago. Y me doy cuenta de que el hombre ha hundido una vez más su memoria en un tiempo que no es parte de la historia, sino de la mitología. Porque esa también es la patria de Mario Nicosia, esa lejana eternidad cuya ciudadanía pagó con la luz de sus ojos y la devolvió a su Ballesteros en un fabuloso puñado de canciones.
Iván Wielikosielek

La esquina de Ballesteros (milonga)
Señores, soy del sudeste
del sudeste cordobés
donde se guarda un pasado
de malones en tropel.
La esquina de Ballesteros
usted la puede encontrar
junto a la huella olvidada
del viejo Camino Real.
Mi canto es un homenaje
al rudo pasado aquel
cuando a Celso Caballero
lo arrió la indiada ranquel.
Con rumbo hacia las Tres Cruces
se alejaba el tropelón
y mismo hasta Fraile Muerto
llegó arrasando el malón.
Pero hoy la inmensa llanura
donde reinó el pajonal
se engalana con trigales
y el verde del alfalfar.
Gringos y criollos unidos
en un sueño labrador
abrazaron la esperanza
para un mañana mejor.
Lindo es oír en la aurora
algún güachito balar
y allí, juntito al molino
los horneritos cantar.
Balde, farol y manea
y el banquito pa’ ordeñar,
elementos del tambero
se observan en un corral.
La esquina de Ballesteros
usted la puede encontrar 
junto a la huella olvidada 
del viejo Camino Real.
Letra y música: Mario Nicosia


domingo, 7 de septiembre de 2014

Treinta años sin “Pepe”, el poeta mayor de Ballesteros


“Pepe” leyendo un poema durante la inauguració́n del monumento a la Madre de Ballesteros, en 1960
Fue el primer escritor, poeta, historiador y periodista del pueblo. Suyos son los libros “Rumor del río”, “Canto a la Pampa”, “Mamarracho” y la primera “Historia de Ballesteros”. Fue fundador del periódico “La Linterna”, que publicó de 1960 a 1983, y un eximio pianista. Falleció en forma repentina el 13 de septiembre del 84 en Mina Clavero, donde había sido trasladado por trabajo. Sólo tenía 59 años. Habla su hija Cecilia, docente de Letras y guardiana ejemplar de sus papeles.
 
Lo recuerdo (si es que el recuerdo de un chico de 10 años tiene algún valor documental) con un guardapolvo gris de la Unión Telefónica, los zapatos inmensos y deslustrados, el pelo arrepollado en las orejas y una mirada azul de hombre-gato. Con más aspecto de maestro pobre o de actor de circo que de empleado de ENTEL. Justamente él, que tanto escribiría sobre la vida cruel de los payasos. Justamente él, que sin cobrar en su vida un solo centavo había sido maestro de tantos artistas jóvenes. Y así, con ese guardapolvo desteñido por los días de la vida, “Pepe” Cacciavillani iba y venía por el pueblo saludando a todo el mundo. Si por esos tiempos hubiera pasado un extranjero que nada sabía de “la vida y milagros de Ballesteros”, “Pepe” le habría parecido un “gringo bueno” y nada más. Ese extranjero no se hubiese imaginado jamás que estaba ante al mayor poeta del lugar. Y no hablo sólamente de un poeta de principios de los ´80, sino de todos los tiempos, ya que José Ernesto Cacciavillani ha sido, sin dudas, el primer autor total (y acaso el único) que haya dado mi pueblo en su historia. Porque lo que escribe un poeta auténtico, por más desapercibido que pase en su tiempo, se resignifica en el futuro. Y tal vez por eso es que su “Historia de Ballesteros”, más que un libro de historia hoy se ha vuelto documento literario de una actualidad demoledora. Y tal vez por eso es que su “Mamarracho” (ese “juguete rabioso” escrito en clave martinfierrista ambientado en la Pampa Gringa) ha devenido en fascinante tratado de lo que significa abrazar el mettier de escritor por estos lares. Y si no, leeamos las estrofas 206, 207 y 209 de esa epopeya pueblerina en verso: “Nadie es profeta en su tierra/ mas yo no lo fui en ninguna;/ no fui estrella, no fui astro,/ no fui el sol ni la luna;/ un gringo de hosco apellido/ y, a más, de lírica cuna/ jamás tiene la fortuna/ de medrar en el país.//Y al decir país no digo/ la Patria, sino la zona:/ donde las vacas prosperan/ se desmedra la persona;/ para el arte no hay mecenas/ bajo esta chata corona :/ el rey peso no se dona/ en sueños o en ilusión// Aquí se mide a la gente/ por su solvencia en el banco;/ lo demás es pura mímica,/ sonrisas de andar en zanco;/ tal vez te sobren amigos/ en tu medio y en tu estanco/ pero ¡guarda! que de flanco/ pueden darte el golpe vil”.
Y ha de ser a causa de la actualidad demoledora de su verbo que las palabras de “Pepe” siguen retumbando tan vivas en mi cabeza de niño. “¿Cómo te va, querido mío?”, me decía cada vez que me cruzaba en alguna esquina del pueblo. Y entonces me acariciaba la cabeza con un afecto absolutamente inédito para mí; un afecto casi inexplicable. Y es que, analizándolo bien, no había razones para que él fuera tan bueno conmigo. No éramos parientes. Su familia no era amiga de lo poco que quedaba de la mía. Y yo no era amigo de sus hijos. De hecho, Cecilia y José, que tenían mi edad, vivían a dos cuadras de mi casa al oeste de la única avenida y eso en el pueblo implicaba dos leguas. Por si fuera poco, íbamos a turnos diferentes a la escuela y eso equivalía a dos colegios distintos. Tampoco yo participaba del coro de la iglesia ni sabía música. Incluso, había dejado de ir a misa, donde él tenía la misma importancia que el cura. Quizás mi ausencia en el templo se debía a que, por esos tiempos, me daba vergüenza entrar a “la casa de Dios” con un montón de ideas horribles debido, supongo, a cierta soledad y ciertas películas. Pero cada vez que lo cruzaba a “Pepe” por el pueblo, algo cambiaba para mí. Era como si aquel hombre me hiciera acordar que en el fondo yo era “un buen chico” y no un criminal en potencia. ¿De dónde le venía a ese hombre su cariño desmedido por aquel chico despeinado? ¿O es que trataba a todos los chicos por igual y yo me sentía “especial” debido a mi desolada situación? ¿Se trataba, una vez más, de un error de mi percepción que confundía el amor con la lástima, la misericordia con la limosna, la caridad con la dádiva? Dejo un espacio en blanco a estas preguntas y vuelvo al “Pepe” escritor y al “Pepe” hombre. Y entonces me digo que con su guardapolvo desteñido y su birome en mano, José Ernesto Cacciavillani era como un Henry Miller al sur del universo. Sólo que la “Compañía Cosmodemónica” había sido remplazada por la Unión Telefónica, las rubias fatales de “Trópico de Cáncer” por la señorita Esther Gallardo enchufando cables en un tablero de la segunda guerra para comunicar a Ballesteros con el mundo y el puente de Brooklyn por el de Ballesteros Sud. Pero la metáfora humana y literaria era la misma. Un hombre de guardapolvo que tiene que mantener a su familia, pero que no obstante ha hecho de la literatura la razón de su vida. Y por eso va feliz. Porque no deja de escribir en blocks de telefonía y papeles usados. Porque hace méritos cada día para multiplicar la luz que hay en él. Porque todo el tiempo baraja proyectos de libros por escribir, diarios por editar, historias de su pueblo por recopilar. Y, sobre todo, porque no para de inventar excusas para ayudar a los demás. Pero mientras tanto y por más que viva en los suburbios del imperio occidental, “Pepe” Cacciavillani no dejará de ser jamás un “ciudadano del mundo literario”. Sólo que a diferencia de Henry Miller, que vivía fascinado por el judaísmo, por Dostoievsky y por Shakespeare, “Pepe” era profundamente cristiano y había cambiado “Crimen y castigo” por el “Martín Fierro”, el Viejo Testamento por el Nuevo y Hamlet por el Quijote. Y, por cierto, había nacido más abajo que el autor de “Trópico de Cáncer”, justo en el trópico de Capricornio, en una localidad donde Dios le había encomendado una misión prometeica: ser el primer escritor del lugar. Y esto quería decir darle a los hombres y mujeres de su comunidad ese fuego sagrado llamado literatura que no deja de arder en palabras. Ese testamento que, una vez leído, se vuelve primer mandamiento: serás luminoso para los demás. Y a todo esto, “Pepe” lo cumplió con la responsabilidad de un apóstol.
 
Cecilia o el invierno después de sus quince primaveras 
Cecilia Cacciavillani es licenciada en Letras y dicta la cátedra de Literatura Argentina en el Profesorado de Las Rosarinas. ¿Coincidencia? Claro que no. Las coincidencias no existen en el “Universo ‘Pepe’” porque eso que los demás llaman azar, para él y sus hijos no es más que voluntad divina. 
“Cuando cumplí los seis años, mi papá me hizo un regalo fabuloso. Me trajo una caja grande llena de libros de la colección Billiken. Se ve que los había mandado a pedir a Buenos Aires y yo quedé fascinada. Iba a primer grado, pero ya sabía leer porque en casa siempre hubo libros. Desde ese día, supe que ese sería mi destino”.
-Del mismo modo que tu viejo supo que sería escritor...
-Sí, pero su caso fue más curioso todavía, porque su mamá quería que él fuera cura. Los Amicarelli eran una familia muy religiosa del pueblo; casi mística. Y parece que a mi papá le quedó un sentimiento muy amargo cuando a los 13 años lo dejaron en el seminario Nuestra Señora de Loretto de Córdoba y se cerraron las puertas. Ahí hizo todo el secundario y conoció a dos futuros obispos de Villa María, Rubiolo y Dissandro. Cuando a los 20 años tuvo que hacer el seminario mayor, no aguantó más y se volvió al pueblo. Ahí se dio cuenta de que esa no era su vocación, que quería ser músico y poeta. 
-¿A la música y a la literatura las había aprendido en el seminario?
-A la literatura sí, pero a la música se la había enseñado mi abuela, que, además de rezar, también tocaba el piano. Cuando mi papá volvió al pueblo, cursó unos años en el Conservatorio Beethoven, de Bell Ville, aunque ya tocaba muy mucho. Fueron los únicos estudios formales de toda su vida.
-Digamos que “Pepe” no era un tipo estructurado...
-¡Para nada! Era un bohemio total. Al punto que en nuestra casa del pueblo teníamos un cuartito al fondo del patio y él se había armado un estudio donde se pasaba horas. Ahí tocaba el órgano, escribía a máquina, leía y componía. Me acuerdo que apenas terminaba una canción la llamaba a mi mamá para ensayarla. A veces lo íbamos a “visitar” con mi hermano a la hora de la siesta y cuando nos veía, dejaba lo que estaba haciendo y se ponía a jugar con nosotros. 
-¿Era tan cariñoso con sus hijos como con los chicos del pueblo?
-Era súper cariñoso y era un padre muy presente. Como él hacía mucho el turno noche, estaba todo el día a disposición. Y a la tarde nos llevaba a la plantación de eucaliptus cerca de los silos y nos hacía vivir en un mundo de hadas y fantasía. Y, por cierto, nos leía cosas todo el tiempo. En casa nunca hubo tele porque él no la quiso comprar jamás. Prefería que leyéramos.
-En los años 60 había sólo tres artistas en Ballesteros: el cantautor Mario Nicossía, la pintora Sara Savio y tu papá. Sin embargo, “Pepe” era el referente de la cultura...
-Debe ser porque siempre quiso hacer arte, pero no por ego sino para hacer sentir bien a los demás. Tampoco se quiso ir nunca de Ballesteros. Pero igual tenía muchos contactos. Se escribía con gente de todos lados y a mi casa venían desde músicos y escritores hasta actores. Recuerdo particularmente a mi tía, la poeta Tessie Ricci, que viajaba periódicamente con un grupo de poetas jóvenes de Villa María para charlar con él. Tessie repetía una frase que mi papá siempre decía: “Antes de ponerse a escribir, por favor, lean la Biblia, el Quijote y el Martín Fierro. Después, escriban lo que quieran”.
-¿“Pepe” se sentía más poeta o más músico? 
-El no decía nada, sólo hacía cosas. Cuando se ponía con una canción, por ejemplo, se encerraba hasta terminarla y después la escribía en el pentagrama. Escribía música como si escribiera una carta. Y con la poesía le pasaba algo parecido. Me acuerdo que reescribió el comienzo de “Mamarracho” como 100 veces. Cuando terminó ese libro, en el año 79, le dijo a mi mamá que si le pasaba algo, le gustaría que “Mamarracho” saliera publicado. Y así fue, lo publicaron en el 86 y lo presentaron en el Salón Parroquial del pueblo porque mi papá murió en Mina Clavero, a los cinco años de haberlo terminado. Al libro lo presentó Tessie Ricci, que murió dos años después. Y yo me acuerdo que leí algunos versos.
-¿Cómo es que, viviendo siempre en Ballesteros, tu viejo se fue a las sierras?
-Porque le salió el traslado. En Ballesteros mi papá era empleado y no era lo mismo jubilarse en esa condición, que siendo jefe. Como en Mina Clavero le salió el puesto de jefe, se fue. Allá estuvo cuatro o cinco meses y se murió charlando con un amigo en la vereda, porque él se hacía amigos enseguida. Parece que de bien que estaba, cayó fulminado de un infarto. No llegó vivo ni al hospital. Yo lo había visto dos semanas antes.
-¿Y te acordás de qué hablaron?
-¡Claro! Habíamos hablado de mi cumpleaños de 15, que era a fines de septiembre. Yo no quería que me hicieran fiesta, pero él me decía “sí, hija, hagamos fiesta”. Para mí fue muy duro cumplir años sin él. También lo fue para mi mamá, que se quedó como sin fuerzas. A partir de entonces hubo un corte con Ballesteros porque todo el mundo la buscaba a ella para hacer el duelo por “Pepe”. Y por eso nos vinimos a Villa María, porque eso la había dejado mal. Además, yo estudiaba en las Rosarinas y mi hermano en la Escuela del Trabajo. Así que todo cerraba.
-¿Y desde entonces ya no volviste al pueblo?
-Sólo al cementerio o a ver a mis tías. También para la muerte de mi mamá. Pero hace dos años, mi prima Alicia Giordanino, que daba un taller literario, trabajó “Mamarracho” con sus alumnos. Y me invitó a que charlara con ellos. Fui y me encantó hablar con gente que leía a “Pepe”. Pero nunca más volví a caminar por las calles. De hecho, no lo he podido hacer desde que mi papá no está. Yo era muy pegota a él y no me puedo imaginar andando sola en Ballesteros sin estar agarrada de su mano.
 
Tras estas palabras, se hace un silencio en la casa de “Ceci”. El reloj de pared marca las 5 y ella tiene que salir a dar clases. Sin que digamos nada, los dos entendemos que el reportaje ha terminado y que, acaso, sea lo mejor. De lo contrario, más que hablar de “Pepe” vamos a empezar a hablar de la fugacidad de la existencia, del sinsentido o aparente sinsentido de la vida, de la precariedad del animal humano que envasa un alma acaso inmortal. Son todas conjeturas que esbozamos con los gestos mientras copio apresurado las fotos desparramadas en la mesa, entre los manuscritos de “Pepe” y las tapas de sus libros. 
Sin embargo, antes de despedirnos en la puerta, me queda una última pregunta por hacer. Y le pido disculpas a “Ceci” y también a los lectores que han tenido la paciencia de llegar hasta aquí porque esa pregunta me involucra directamente a mí. “Tu papá siempre era muy cariñoso conmigo, ‘Ceci’, ¿era una impresión mía o realmente era así?”. Y la hija del poeta mayor de Ballesteros, con una sonrisa dulce y comprensiva, me la responde. “No, no era una impresión tuya. No te lo iba a decir, pero ahora que lo preguntás, no me queda más remedio. Mi papá siempre nos decía a José y a mí que “si alguna vez el Iván les pide jugar con ustedes, acéptenlo; porque ese chico está muy solo. Es un chico muy bueno, pero no ha quedado bien desde que su padre se fue. Así que nunca le digan que no”.
Por esas palabras que atravesaron el tiempo como un mensaje de alguna telefonía celestial, por ese cariño desmedido hacia un chico solitario y despeinado del pueblo, una vez más y en nombre de todos los chicos solitarios y despeinados de todos los pueblos, gracias totales, “Pepe” querido. Gracias por esa caricia como una bendición sobre el lomo polvoriento de este artista cachorro.
Iván Wielikosielek

lunes, 18 de agosto de 2014

Diosas gemelas de la ciudad y del pueblo

En Ballesteros


La misma estatua y dos presentes distintos                                                                             



En la esquina de Yrigoyen y Entre Ríos, en Villa María, se levanta la estatua de una diosa romana, con un ramo de rosas cubriendo el pubis con recato. Y bien, muy a pesar del erotismo que emana de esa escultura, muy pocos paseantes de la ciudad la tienen en cuenta.



Escribe: Iván Wielikosielek           

No hay que ser experto en arte para entender que las flores representan la primavera de su sexo mientras que la túnica es símbolo de un pudor virginal digno de Diana. La talla guarda el tamaño de una chica joven y evoca la antigüedad clásica, o mejor dicho el “concepto de belleza” que se tenía en la antigüedad clásica, esa fuerza femenina tan pagana como divina.

Más de una vez se la he mencionado a villamarienses de toda la vida y ninguno había reparado en ella. Tuve que explicar detalladamente su emplazamiento para que al rato me dijeran: “¡Ah!… ¡La estatua del cantero!”. Sí, claro. Pero yo no podía creer (sobre todo viniendo de los muchachos) que vieran un cantero antes que una mujer desnuda.

En el afán de explicarme por qué esa estatua era casi invisible para los demás y tan importante para mí, llegué a dos conclusiones. La primera; que estaba emplazada en el lugar equivocado como lo es una esquina de paso. La segunda; que si esa estatua era tan visible para mí, se debía a que en mi pueblo hay una idéntica. Y yo crecí jugando a su alrededor.

En Ballesteros

A diferencia de su gemela villamariense, la estatua de Ballesteros se levanta en un espacio verde, el que divide el boulevard Roque Sáenz Peña en dos mitades, casi como un pasillo francés al aire libre. Y en ese pasillo francés hay un grupo escultórico de cuatro piezas alargándose de este a oeste. El paseo, según me informaron, fue inaugurado durante la intendencia del doctor Laffourcade allá por los años ´30. Y de este modo, el gobernante homenajeaba la patria de sus abuelos, importando el concepto artístico de sus jardines al naciente Ballesteros. Como si trajera un pedacito de Versalles a una calle perdida en la Pampa Gringa.

Esa estatua de Ballesteros fue “la primera mujer desnuda” que vi en mi vida. Y pasé tardes enteras abrazándola, intentando en vano llegar hasta sus senos. Pero era inútil; mi cabeza apenas si alcanzaba la altura del pubis con rosas. Y yo me hundía en aquel ramo tratando de aspirar un perfume que sólo debían tener las diosas. Efectivamente creía percibirlo tras los días de lluvia, cuando mi enamorada despedía un aroma a musgo de cementerio.

“La fragancia de la eternidad”, me decía yo; que por ese entonces creía que esa mujer de piedra era única en el universo, que tenía la facultad de mirarme y también de oírme. Y estaba seguro que un dios infinitamente misericordioso la había puesto frente a mi casa para que yo entendiera de pequeño el valor eterno de la belleza, esa que me era sistemáticamente negada por mis compañeritas de primario. Por eso, cuando fui adolescente y vine a la escuela a esta ciudad, tuve un sobresalto la tarde en que vi “su doble” en la esquina de Yrigoyen y Entre Ríos. Se trataba de una mujer de un blanco inmaculado pero a diferencia de mi novia derruida, esta no me conocía en absoluto.

Diosa de mi corazón

Cuando estudiaba en Córdoba, conocí a dos gemelas. Una (la que a mí me gustaba) se casó muy joven y dejó un tendal de pretendientes, entre los que lamentablemente me contaba yo. Hace pocos días la vi. Y a pesar de los años y los hijos, no había perdido nada de su hermosura. Su hermana en cambio, se quedó vistiendo santos. Y aunque me han dicho que ambas siguen siendo “dos gotas de agua”, es evidente que una de ellas no emite amor.

Algo parecido me pasó con estas dos estatuas. Hijas de un mismo padre escultor, una fue puesta en el corazón de un pueblo tranquilo para estar rodeada de niños y ser amada, mientras que la otra fue clavada en una esquina de paso en una ciudad creciente, condenada a pasar desapercibida a pesar de su púdica desnudez.

Por más que mi diosa de pueblo siga despintada, su belleza original sigue intacta. Sus ojos me reconocen cada vez que llego a mi vieja casa y sé que me escucha cuando le digo: “Hola, Diana querida, diosa absoluta de este corazón que nunca se fue de tu lado ni del pueblo”.


sábado, 22 de marzo de 2014

SAVIO, SARA ANGÉLICA  – Artista Plástica
Entre las actividades volcadas a la Sociedad de Ballesteros, se destaco la dirección en la Confección de murales en distintas épocas y lugares de la localidad.
Participando de los eventos culturales y artísticos locales, regionales o provinciales, ya sean disertaciones, exposiciones o seminarios..

Algunas de sus obras...
CUADRO: TRI DIMENSION - Abstracción Geométrica
Medidadas - 1,00 x 0,65 mts.
Autora: Sara Savio
Presentado en exposición del IPEM 139 27 y 28 de Octubre de 2001.
Este cuadro fue adquirido por la Sra. Vilma Van Cauteren.

Abstracción - Dibujo Con Bolígrafo

Abstracción Tridimensional - Collage

 Baile Popular - Oleo


Composición Con Diagonales - Oleo

Composición Oleo a Pincel y Espátula

Expresiones - Oleo sobre Lienzo

Nueve Lunas - Abstracción Simbólica - Oleo

Picardia - Técnica Mixta

Foto: gentileza del Dr. Mario Bauk

Foto: Mi Pueblo
Gentileza del Dr. Mario Bauk


- Nacida en Ballesteros en 1947.
- Egresada da de la Escuela de Bellas Artes "Emiliano Gómez Clara" de Villa María en 1968.
1965 - Participación Concurso Mural Villa María.
1966 - 1° Premio Concurso Murales Centenario de Ballesteros.
1967 - 1º Primer Premio Concurso Murales Pascanas Córdoba.
1967 - 1° Mención Concurso afiches Centenario de Villa María.
1967 - 1° Premio Concurso Pinturas y Manchas Centenario Ciudad de Villa María.
1967 - 1° Premio Murales Anfiteatro Villa María. -1967 - Participación Concurso Provincial. Pintura Mural. Centenario Ciudad de Villa María.
1970 - Participación salón Regional de Artes Plásticas de Corral de Bustos.
1971 - Primer Mención en el Salón Regional de Artes Plásticas de Corral de Bustos. Sección Dibujo.
1972 - Ingreso a la docencia en asignaturas artísticas en el Nivel Inicial y medio, desempeñándose en el Instituto San Antonio y la Escuela Manuel Ocampo de Villa María, en el Instituto San José y en la Escuela J. B Bustos de Morrison y en el IPEM Nº 139 Gral. Manuel Belgano de Ballesteros.
1978 - Muestra colectiva. Instituto San Antonio Villa María.
1980 - Ganadora del Concurso de Adopción del Escudo de Ballesteros.
1982 - Autora Tapa del libro "Historia de Ballesteros" de José Ernesto Cacciavillani.
1990 - 2ª Mención en el Concurso poema Ilustrado de Radio. Villa Nueva.
1993 - Diploma de Honor. Premio al Mérito en Pintura Sociedad Italiana de Ballesteros.1994 - Diploma de Honor. Asociación Biblioteca y ' Gimnasia, Ballesteros.       1996 - Participación en el VIII Salón Anual de Pintura y Escultura Villa María.1996 - Participación en el 2° Salón Regional de Pintura. Villa María.1997 - Mención Especial en el 3° salón Regional de -Pintura de Villa María.1995 a 2002 - Participación de los Encuentros y Congresos del Sudeste Cordobés. Dptos. Unión y Marcos Juárez.1998 - 1° Premio Tapa de Libro en el Concurso Antología Poética del Sur Cordobés. 2001 - Tapa del libro "Expresiones". (Antología Poética) Ballesteros.2001 - Muestra Regional de Pintores. Justiniano Posse.2002 - Muestra Individual "De lo Concrétenlo Abstracto" Ballesteros.2003 - Muestra Colectiva de Arte 135° Aniversario Fundación de Ballesteros.Sus Obras figuran en entidades públicas: en la Municipalidad de Ballesteros, en colecciones privadas en V. María, BellVille, Ballesteros, J. Posse, Córdoba. En el exterior: en Canadá, y en Los Ángeles (California).




EDITA CERUTTI, LA NENA QUE SE ESCONDIÓ EN UNA FOTO DEL ´40

  EDITA CERUTTI, LA NENA QUE SE ESCONDIÓ EN UNA FOTO DEL ´40 Hay un silencio congelado en las fotos. Sobre todo si son en blanco y negro y l...