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viernes, 14 de noviembre de 2014

La mitología de Ballesteros cabe en una canción

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9 de Noviembre de 2014
Poeta y folclorista, Mario Nicosia tuvo un breve paso por los escenarios del país en los años 60, cuando intentó triunfar en Buenos Aires de la mano de su amigo Rubén Juárez. Estuvo a punto de grabar su primer disco en el sello “Odeón”, pero su ceguera le impidió quedarse en la capital. Volvió a su pueblo natal, al que le dedicó canciones esenciales para su imaginario, refundando a Ballesteros en cada milonga, zamba o chacarera
Nunca se sabrá si lo que se cuenta en el pueblo sobre Mario Nicosia pertenece a la realidad o a la ficción; pero sus andanzas son ineludibles en los asados. Como la de aquella noche en que se pidió el tercer vaso de vino en el club y le trajeron coca. Entonces Mario, probándolo casi asqueado, llamó al mozo y le dijo: “Che, Panceta, traeme soda que esto está muy puro”. Del mismo modo en que nadie pudo confirmar ni desmentir esta historia, tampoco nadie pudo confirmar ni desmentir lo que le pasó a Mario tras haber quedado ciego a los 14 años, un hecho que ya forma parte de la “vida y milagros del Mario”. Dicen que al mismo tiempo que le quitaba la vista del presente, un ángel le dio la facultad de mirar hacia el pasado más remoto. Y por eso es que sus canciones “mitológicas” no son producto de su imaginación, sino que vienen de primera mano, de la visión directa de un tercer ojo que le nació aquella tarde en su corazón. Así, del mismo modo en que el Homero “presenció” la guerra de Troya, también es lícito afirmar que Mario Nicosia “vio” la fundación de Ballesteros; que nadie le contó nada sobre aquellos polvorientos malones o sobre Eloy Villarreal, el primer habitante del pueblo; sino que él mismo los conoció de primera mano. Pero así Mario como pudo ver el pasado más remoto, también pudo ver chispazos del futuro. Fue por eso que escribió a principios de los 70 su “Niño de los ranchos”, aquella canción que predecía el golpe militar y que un día le pidieron para grabar “Los Fronterizos”. Aquella canción decía: “Niño de los ranchos deja de esperar/ los tres reyes magos ya no llegarán/ Baltasar ha ido a la Capital/ y Melchor visita algún militar/ Pero no te aflijas que mañana vendrán/ señores y damas de la alta sociedad/ y con un juguete te harán olvidar/ que le están robando a tu padre el pan/”. Pero su metáfora trascendió incluso la dictadura y llegó fresca fresca al tiempo presente, hasta estas demagogias disfrazadas de democracia donde cada vez hay más “niños de los ranchos”, sólo que a esas construcciones ahora las llaman “villas de emergencias” y a esos chicos “niños en situación de pobreza”. 
Por eso, cuando en los asados alguien cuenta “las historias del Mario”, tras reírse con las anécdotas “del Panceta y la coca”, al final no pueden hacer otra cosa que agarrar una guitarra y  cantar sus canciones. Esas zambas y milongas que, como los versos porteños de Borges, le dieron a Ballesteros su fundación mítica. Y nadie se pregunta si las letras de esas canciones son reales o imaginarias, porque en el pueblo todos saben (aunque no lo digan) la historia del ángel que, desde que le pidió la vista, le dio a cambio un buen puñado de visiones. 

Cantando en la oscuridad
-¿Cómo llega la guitarra a tu vida, Mario? 
-Fue cuando tenía 22 años. Yo había renunciado a todo por lo de la vista, pero un día del año 60 conocí en Villa María al maestro Andrés Acheral. Y al ver mi interés por la música, me dice: “¿Y por qué no estudiás guitarra?”. Le dije que no porque me iba a costar mucho. Entonces me preguntó si tenía alguna formación musical. Le contesté que sí, que de muy chico el “Pepe” (Cacciavillani) me había enseñado los fundamentos con el piano y algo de métrica para las canciones. Entonces me dijo que aprender guitarra me iba a ser fácil, que incluso podía ser un entretenimiento y un desafío. A partir de ahí aprendí con él y después me las ingenié para sacar tonos y componer canciones. 

-Y también empezaste con tus alumnos de guitarra, porque medio pueblo pasó por tu casa…
-Sí, di clases como 40 años y me acuerdo de todos los chicos que vinieron, como el “Cueva” Sassi, el “Flaco” Abrate, el “Petete” Capra y el Leandro Fernández, que después armaron “Plataforma Cero”, el primer grupo de rock del pueblo… También recuerdo al “Panchi” Mirgone y al “Pepino” Fernández, que eran fanáticos del folclore…

-¿Y vos, siempre quisiste tocar folclore?
-A mí la música me interesaba en su totalidad, pero en los tiempos que aprendí guitarra fue el “boom” del folclore. Aparecieron un montón de conjuntos nuevos, como “Los Chalchaleros”, “Los Fronterizos”, “Los Cantores del Alba”… Una vez, le di a “Los cantores del alba” mi “Zambita de la Virgen” y la tocaron varias veces… 
-También le diste una zamba al grupo villamariense “Los soñadores”… 
-Sí, ellos me grabaron mi “Zamba nocturnal”. Y una vez, en un festival en Ballesteros Sud, “Los Fronterizos” me pidieron el “Niño de los ranchos”, pero les dije que no. Era a principios de los 70, un tiempo muy jodido y lleno de persecuciones como para andar con canciones de protesta…
Folk-singer en Ballesteros Town

-Contame cómo nace tu carrera como cantautor…
-Nace acá en Ballesteros. La primera formación que integré fueron “Los copleros del ceibal”, con el “Negro” Heredia, el “Pirucho Rodríguez” y el Rolando Bustos. Anduvimos por muchos lados durante todo el año 61, hasta que nos disolvimos y me llamaron de un conjunto de Villa Nueva, “Los Huanchaqueños”. Con ellos, en el 63, hicimos una gira muy grande desde Buenos Aires hasta Santa Cruz. Estaba el Orlando Traversa, que ahora tiene una agencia de viajes. Después el conjunto se desarmó y empecé a cantar con el “Cacho” Quevedo y el Guillermo Mc Cormack…

-¿Y con Rubén Juárez no tocaste nunca?
-¡Claro! Cada vez que venía el Rubén a Ballesteros pasaba por casa y me decía “traete la guitarra que esta noche tocamos”. Y yo lo acompañaba siempre. El Rubén tocaba de todo con el bandoneón. Me acuerdo un día que le dieron un mate y lo agarró con la mano derecha mientras con la izquierda seguía la melodía de “Garota de Ipanema”. Era un virtuoso total. Yo me pude haber ido a Buenos Aires con él, y de hecho me fui una vez…

-¿Y cómo fue esa experiencia?
-Estuve un año entero allá, en el 69. Me acuerdo que tenía unos temas modernos que había hecho para ver si se los podía encajar a grupos nuevos como “Los náufragos”. Pensé en pegarla por el lado del nuevo rock porque para vender un tema de folclore tenías que ser realmente bueno. Era imposible llegar con la cantidad de cantores de primera que habían salido, como César Isella o “Chito” Zeballos. Y ni hablar de los “clásicos”: Falú, el Dúo Salteño, Atahualpa… 

-¿Y al final pudiste grabar en la capital?
-Mirá, un amigo me dio una recomendación para “Odeón”, el sello de “Emi”. Fui, toqué unas canciones y gustaron. Pero me dijeron que antes de grabar necesitaba difusión por la radio y la televisión, que no podían largar un tiraje de discos de la nada. Tuve muchas pruebas a las que no pude asistir porque no me animaba a largarme solo en Buenos Aires. Siempre necesitaba de la compañía de un amigo o de un primo que me llevara a los lugares. Y muchas veces, ellos trabajaban o no podían. Así que fallé a dos o tres citas, pedí si no podía ser a otra hora, pero me dijeron que no. Canté en cantinas de La Boca, en Flores y en Olivos, en la Peña de Hernán Figueroa Reyes, y al final me volví…

-Me hablaste de los grandes cantautores de finales de los 60 ¿Cómo ves el folclore actual?
-No muy bien. Cosquín es un fracaso y si no va “el Chaqueño”, no va nadie. Jesús María se mantiene por la doma y no por la música… Yo creo que el folclore ha perdido la esencia. Alguien como Jorge Rojas, que empezó cantando folclore, ahora es un baladista romántico. O Soledad, que ahora tiene un programa de televisión… Hoy es difícil encontrar poetas como Yupanqui, guitarristas como Jorge Falú, compositores como Andrés Chazarreta… De ahora, me gusta el Dúo Coplanacu… 

-¿Y por qué se ha perdido la esencia del folclore, Mario?
-No sé, pero te puedo decir que ya casi no hay guitarreadas. A veces me invitan los chicos nuevos y voy, pero los únicos que tocamos temas del folclore tradicional somos tres gatos locos de mi edad. Falta recambio…

Poeta naciendo
-Además de compositor de zambas y milongas has escrito poemas, incluso algunos salieron publicados en una antología del pueblo en 2001…
-Sí, tengo poemas sueltos, pero todos en cuartetas o formas sencillas de recordar. Los hice así porque tenía que memorizarlos y luego dictarlos. Años después me regalaron un grabador de casete, que actualmente es mi borrador. Ahí registro mis ideas musicales, pero también mis poemas. 
-¿Y cómo te formaste en literatura?
-Gracias a los “libros parlantes” que mandaba Bienestar Social. En esos casetes escuché “Cien años de soledad” y “El otoño del patriarca”, de García Márquez; el “Hombre de la esquina rosada” y varios poemas de Borges; cuentos de Edgar Allan Poe y de Horacio Quiroga, obras de Manuel Mujica Láinez y “El viejo y el mar”, de Hemingway. Pero lo que más me ayuda en literatura son las reuniones con la Marilyn (Mc Cormack), que es una lectora tremenda y sabe muchísimo. Ella siempre me lee y después comentamos con ella, con su hermana Mecha y su esposo Rolando, grandísimos lectores también…
-Sos una celebridad en el pueblo, Mario, un tipo muy querido y lleno de amigos… ¿Qué significa Ballesteros para vos?
-Es el lugar donde nací, el lugar donde me eduqué, el lugar donde tuve mi familia y mis amigos… Y gracias a Dios, en todas mis andanzas he visto por los ojos de ellos, de mis amigos…
Y entonces al final de la nota, Mario se acuerda a pedido mío del último Ballesteros que guarda en su retina; el Ballesteros del año 52. Aquel pueblo de anchas calles de tierra y grandes árboles. Aquel pueblo de luto por la muerte de Evita con sus dos nuevos clubes (Talleres y Tiro) jugando el clásico. Aquel pueblo del salvaje Pozanjón y el despeinado Fachinal; de la mítica “Isleta” y la inmensa “Calle de la Legua”. Pero también el pueblo de las nuevas bellezas en flor, de las cuales Mario recuerda muy especialmente a “Tití” Mendina, “una chica de 12 años que era un poema”. Y cuando a modo de despedida Mario toca en la viola “La esquina de Ballesteros”, noto que una electricidad absolutamente nueva corre por su voz y la boca de mi estómago. Y me doy cuenta de que el hombre ha hundido una vez más su memoria en un tiempo que no es parte de la historia, sino de la mitología. Porque esa también es la patria de Mario Nicosia, esa lejana eternidad cuya ciudadanía pagó con la luz de sus ojos y la devolvió a su Ballesteros en un fabuloso puñado de canciones.
Iván Wielikosielek

La esquina de Ballesteros (milonga)
Señores, soy del sudeste
del sudeste cordobés
donde se guarda un pasado
de malones en tropel.
La esquina de Ballesteros
usted la puede encontrar
junto a la huella olvidada
del viejo Camino Real.
Mi canto es un homenaje
al rudo pasado aquel
cuando a Celso Caballero
lo arrió la indiada ranquel.
Con rumbo hacia las Tres Cruces
se alejaba el tropelón
y mismo hasta Fraile Muerto
llegó arrasando el malón.
Pero hoy la inmensa llanura
donde reinó el pajonal
se engalana con trigales
y el verde del alfalfar.
Gringos y criollos unidos
en un sueño labrador
abrazaron la esperanza
para un mañana mejor.
Lindo es oír en la aurora
algún güachito balar
y allí, juntito al molino
los horneritos cantar.
Balde, farol y manea
y el banquito pa’ ordeñar,
elementos del tambero
se observan en un corral.
La esquina de Ballesteros
usted la puede encontrar 
junto a la huella olvidada 
del viejo Camino Real.
Letra y música: Mario Nicosia


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