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martes, 8 de noviembre de 2016

Ballesteros celebró su 150º aniversario

Ballesteros celebró su 150º aniversario

Ballesteros celebró sus 150 años y el Municipio expresó su satisfacción de haber culminado un mes colmado de festejos y agasajos para el pueblo, según expresiones del Intendente Orlando Brusa, conmovido por todo lo vivido el pasado domingo 30 de octubre.
El atardecer del domingo reunió en la intersección de Avenida Congresales de Tucumán y Lafourcade a vecinos e instituciones que integran esta comunidad.
En primer lugar se desarrolló el acto protocolar, que contó con la presencia de autoridades en representación del Gobierno Nacional, tal el caso del Legislador Darío Capitani; del Gobierno de la Provincia de Córdoba, Legislador Departamental Dardo Iturria; el Segundo Jefe de la Unidad Regional Departamental Unión, Comisario Inspector Marcelo Alejandro Marín; intendentes amigos, miembros del Concejo Deliberante Municipal, Tribunal de Cuentas y referentes de las instituciones locales. En el transcurso del acto, el Legislador Departamental Dardo Iturria anunció la entrega de aportes por un monto superior a $1.000.000, en el marco del Acuerdo Federal con el Gobierno de la Provincia y para obras de infraestructura, además la ampliación del Programa Vida Digna mediante la entrega de 13 nuevas ayudas sociales complementarias destinadas a quienes más lo necesiten y la plena puesta en marcha del Programa Aurora, con la construcción de la nueva aula para el Jardín de Infantes General San Martín. El Municipio agradece los aportes recibidos en el día del cumpleaños de Ballesteros.
Por su parte, el Legislador Darío Capitani, en nombre del Gobierno de la Nación y fruto de las gestiones realizadas con anterioridad, brindó el anuncio más esperado, la posibilidad de construir 35 nuevas viviendas a través del Programa Federal "Techo Digno", además de la entrega de insumos para mejorar las tareas administrativas y la atención al ciudadano por un monto superior a los $93.000, además de la posibilidad de adquirir herramientas destinadas al mantenimiento de espacios verdes, a través del Programa de Desarrollo Local por un monto total de $590.341.
Posteriormente, se realizó el desfile institucional, con la finalidad de saludar a Ballesteros en su cumpleaños.
El cierre de la jornada tuvo danza a cargo del Ballet y la Academia Ballesteros, luego en Sociedad Italiana artistas de la talla de Herencia de Sueños de esta localidad, Román Ramonda, el humor de Marcelo el Coto y Arrasa como Topadora, colocaron el broche de oro.

Valiosos reconocimientos

En el marco de los festejos por los 150 años de la localidad, el Intendente Orlando Brusa junto a su equipo de trabajo, decidió homenajear a ex intendentes de Ballesteros por haber asumido el compromiso de conducir los destinos de la comunidad y haber hecho historia junto a ella, los ex inten-dentes reconocidos por esta gestión son Aldo Straini, quien recibió una placa recordatoria, lo mismo hicieron los hijos de Ludovico Juan Anastasia, Gabriel y Paola, quienes recibieron la placa en su nombre, mientras que los doctores Mario Bauk y Juan Sánchez estuvieron ausentes, aunque se hizo mención a su paso por el Municipio. A la hora de repasar la historia del pueblo, se reconoció el trabajo de Domingo Ingrassia, quien dio continuidad al libro "Historia de Ballesteros", iniciado por el Poeta y Escritor José "Pepe" Cacciavillani. Por último, por llevar adelante la hermosa tarea de comunicar, de poner la voz, el cuerpo, la experiencia y por sobre todas las cosas el amor y pasión por lo que hace, el locutor Ramón Heredia recibió un sentido homenaje, y fue el Municipio quien reconoció la dedicación y respeto con el cual ha transitado estos casi sesenta años de carrera. Fue este un momento muy emotivo acompañado por los aplausos y el reconocimiento del público presente.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Ballesteros - 150 Años ¨Un siglo y medio a orillas del Pozanjón ¨


Un siglo y medio a orillas del Pozanjón

Notas

Ballesteros cumplió 150 años


Fundado en octubre de 1866 con su estacón de ferrocarril, Ballesteros acaba de cumplir 150 años. Hermano menor de “Ballesteros Sud” por donde pasaba el río y el Camino Real, el pueblo estuvo signado por el tren y el halo misterioso de su laguna.
Escribe: Iván Wielikosielek
Los pueblos de la llanura suelen dividirse en dos; los que vieron la luz a la vera del Camino Real y los nacidos al costado de de las vías. Los primeros son los más antiguos, con tradición criolla o india. Los segundos son “modernos y progresistas”. Sin embargo, ninguna de estas dos categorías se ajusta exactamente a Ballesteros. Y es que, si bien el pueblo surgió por la estaciónde trenesa una legua de “La esquina de Balesteros” (actual Ballesteros Sud) en sus dominios “ya había gente”, al decir de los vecinos ¿La razón? Su misteriosa laguna. Aquel pequeño oasis llamado “El Pozanjón”, debió ser un remanso alucinante en medio de la pampa para los ranqueles; un fabuloso estanque donde abrevar sus caballos, conseguir pesca y dormir a sus orillas. Acaso también haya sido un punto de encuentro de distintas tribus antes de la llegada del hombre blanco. Y por eso es que los ingenieros ingleses decidieron tomar el lago como referencia; y a escasos 200 metros levantaron la estación. Pero lo que no conocían los ingleses eran las rarísimas propiedades de la laguna; es decir, sus maravillosas e inexplicables crecidas. Por eso intentaron taparla al poco tiempo con vagonadas de piedra sin conseguirlo; el lecho barroso absorbió la descarga hasta hacer desaparecer todo vestigio de cascote. Poco tiempo después, escucharon la leyenda del “ojo de mar”. Los antiguos pobladores decían que la laguna era un espejo de agua conectado directamente con el océano. Sólo así se explicaba la salitre de su fondo, su caudal que nunca se seca.
En 1880, el fotógrafo inglés radicado en Córdoba Jorge Briscoe Pilcher, tomó la primera instantánea del pueblo. Allí se ve la incipiente estación, el tanque cuadrado del agua y los obreros construyendo las vías. Y a la izquierda del tanque blanco, la cinta plateada del Pozanjón, como un espejo donde se refleja alguna forma de eternidad.
De las fotos en sepia a los tiempos de globalización 
Ballesteros fue el primer pueblo del país en donde se sembró alfalfa. Fue a fines del siglo XIX. Y a principios del XX, atraídos por las virtudes de sus tierras, llegaron los primeros inmigrantes. Italianos y españoles. Árabes y judíos. Rusos y polacos. Los primeros trabajaron en el campo, los segundos pusieron tiendas y los terceros trabajaron rudamente en el riel. En los años ´30 y bajo la intendencia del doctor Juan Bautista Lafourcade, el pueblo experimentó su primer salto de calidad: con sus canteros con estatuas y sus palmeras en los bulevares, con las veredas emparejadas y la bomba del regador, con la piedra fundamental de la nueva iglesia y el Pozanjón reluciente como un lago suizo, Ballesteros se parecía a una pequeña sucursal de Europa. Pero tras el golpe del ´55 llegó la pobreza a un pueblo que nunca se caracterizó por tener vecinos ricos ni hacendados, donde toda la industria eran sus fábricas de cadenas y los mayores empleadores el ferrocarril y el municipio. El desempleo y el éxodo duraron hasta fines de los ´90, pero la sojización del tercer milenio trajo prosperidad y trabajadores rurales de otras provincias. Incluso una pequeña comunidad de bolivianos que se radicó a cortar ladrillos. La globalización había llegado al pueblo. Sin embargo, la mejoría económica de algunos fue directamente proporcional a la pobreza de muchos; una ecuación que se ha mantenido en el país a lo largo de los últimos 60 años.
Hoy, el pueblo del poeta José “Pepe” Cacciavilani y del folclorista Mario Nicosía, el pueblo del cantor Rubén Juárez y del piloto Oscar Cabalén, el pueblo del cirujano Oscar “Cachi” Bauk y del futbolista Javier “Perro” Arbarello goza de buena salud. Se ha extendido hacia todos los puntos cardinales y pide (acaso en pocas décadas) convertirse en ciudad. Mientras tanto al sur, a sólo 200 metros de la estación, la vieja laguna sigue intacta; con su espejo de agua marrón o plateada según el tiempo de lluvias, espejando los cielos que pasan y a su vez parecen eternos.

Iván Wielikosielek

lunes, 3 de octubre de 2016

Los Copleros del Ceibal - Publicidad Nella

Este trabajo se rescato gracias a la colaboración de varias personas. La grabación de estos archivos fueron realizadas en el año 2004 a través de una serie de elementos intervinientes. En primer lugar un grabador GELOSO, que gentilmente aportó Nelida Martellono, consolas y computadoras de Radio Fénix y la edición de Cristian Bordón.

y aquí les dejo el disco que además incluye unos extras que no salieron en el disco. descubran uds. los personajes entrevistados.


IMÁGENES:






Las Radios de Ballesteros


FM FÉNIX



FM BALLESTEROS



FM POLARYS


  http://www.polarys.com.ar/


MARIO NICOSIA

Nació en Ballesteros el 12 de Diciembre  de 1938, a los 15 años comenzó su vocación por la música y el canto, recibiendo instrucciones de piano a cargo del maestro José Ernesto Caciavillani. A los 19 años descubre su amor por la guitarra siendo en ese entonces su profesor Andrés Acheral, promediando la década del 60’ paso a integrar junto a Gerardo Rodríguez, Rolando Bustos, Carlos Ceballos y Ramón Heredia el conjunto folklórico Los Copleros Del Ceibal, con el cual recorrieron gran parte de la Provincia y provincias vecinas. Más adelante se sumó al grupo ¨Los Wanchaqueños¨ de Villa Nueva con los que realizó una extensa gira que los llevo a recorrer toda la Patagonia Argentina.
A partir de ese momento, continúo su carrera como solista acompañado en guitarra por Guillermo Mac Cormak y en algunas oportunidades Actuando a dúo con Cacho Quevedo.
En la actualidad ya alejado de los escenarios, su dedicación se basa composición de temas. El conjunto folklórico ¨Los Soñadores¨ de Villa María editaron una de sus composiciones, Nocturnal, incluida en el  nuevo trabajo de este conjunto.

Aquí les dejo el disco grabado en FM Fénix 

 

domingo, 7 de agosto de 2016

Pequeño Versalles del Sudeste



Muchacha de los años 40 en el copón de RSP oeste­
Inaugurado en 1939, el bulevar Roque Sáenz Peña fue “el primer paseo con estatuas” de Ballesteros y de buena parte de la región. Su propulsor, el intendente Juan Bautista Lafourcade, se había inspirado en los jardines franceses de sus antepasados para regalarle a sus vecinos un pedazo de París
En las fotos de los años ´40 es común ver a los ballesterenses retratados entre inmensos copones de yeso y estatuas de diosas. Como en un paseo por la Acrópolis o los Campos Elíseos. Sin embargo, no se trata de Grecia ni de Francia. Porque tras las esculturas no se avista la Torre Eiffel o el Partenón sino viejas casonas de ladrillo y amplias veredas vacías. Si además se pone el “zoom” en los borrosos letreros del costado, podrá leerse “Los Vascos”, “La Favorita” o “Buthet y Journée”. Y entonces la imagen denunciará automáticamente su origen: algún lugar del lejano sudeste cordobés.

Estatua de la diosa Hebe, frente a la iglesia, en RSP este
“¿Pero cómo es posible que un pueblito de tres mil habitantes sin industrias inaugure un “boulevard” estilo francés? ¿Cómo es que esos pajueranos tienen estatuas de diosas en una calle por donde sólo andan sulkies? ¿Se pensarán que son parisinos esos gringos brutos? ¿A quién le ganaron?” Todas estas cosas (palabras más, palabras menos) se preguntaban por ese entonces los habitantes de la región, entre indignados y sorprendidos. Sin embargo, la respuesta a todas estas preguntas vivían en la cabeza de Juan Bautista Lafourcade. Y en busca de esa leyenda que, según el consenso popular, “fue el mejor intendente de Ballesteros”, es que me entrevisto con algunos de sus vecinos.

Doctor Juan Bautista Lafourcade. Gentileza de la Municipalidad

El hombre que trajo la prosperidad al desierto
Benjamín Cacciavillani, además de ser hijo del primer intendente y bisnieto del primer inmigrante italiano, fue hermano de “Pepe”, el poeta mayor de Ballesteros. Aficionado a la historia y con 84 años de lucidez implacable, Benjamín relata la inauguración del bulevar. “Yo tenía 7 años, pero me acuerdo como si fuera ahora. De pronto, todos nos íbamos a jugar a los canteros y la gente se sacaba fotos en las estatuas. Las chicas se ponían los mejores vestidos y los hombres iban de traje. El paseo era el orgullo del pueblo. Hay quienes dicen que al trazar el bulevar, Lafourcade se inspiró en los jardines de Versalles porque Francia era el país de su padre. Es posible. Además, cuando uno pasea entre las estatuas, respira algo de París”.

Estatua de la diosa Afrodita, en RSP oeste
Seis años menor que “Benja”, Mario Nicosía no sólo es una celebridad folclórica de la localidad sino también uno de sus grandes memoriosos. Y de este modo recuerda al intendente. “Lafourcade era oriundo de Devoto, cerca de San Francisco. Y había llegado a Ballesteros buscando trabajo como médico. Este no era un lugar para hacer plata porque en ese entonces había una pobreza extraordinaria. Y fijate vos lo que son las cosas. No fue Ballesteros el que le trajo prosperidad a él, sino él quien se la trajo al pueblo. Murió a la vuelta, en el callejón, muy pobre. Y hasta donde sé, jamás lucró con la medicina porque atendió gratis a un montón de gente”.
El tercer testimonio corresponde a José “Pepino” Fernández de 65 años, aficionado a la historia local y nacional y que, “sin pertenecer a ningún partido político” (según su propio testimonio) se declara “admirador incondicional de las ideas de Alem”.
“Lafourcade hizo los canteros para embellecer al pueblo. Trajo las copas y las estatuas pero también puso las palmeras del bulevar Yrigoyen. No te olvides que en esos tiempos la cara visible de Ballesteros eran esos dos bulevares: el Hipólito Yrigoyen por estar pegado a las vías y el Roque Sáenz Peña porque era el de los comercios. Los almacenes de ramos generales y las tiendas como “Buthet y Journée”, “Los Vascos”, “La Ideal” y “La Favorita” estaban ahí. También la Unión Telefónica y la iglesia. Después, con la inauguración de la ruta 9, el pueblo empezó a mirar hacia el norte.
-¿Es cierto que Lafourcade se inspiró en Versalles?
-Es lo que muchos dicen, ya que era de ascendencia francesa. Lo que sí te puedo decir es que fue intendente por el partido radical entre el ´36 y el ´40, coincidiendo con la gobernación de Sabattini. Y como había sido diputado nacional, consiguió muchas cosas para Ballesteros. Hizo hacer un monumento a San Martín en granito negro, un material desconocido en la zona para la época y que parece recién puesto. Y para su inauguración trajo granaderos a caballo de Buenos Aires ¿Sabés lo que era en esa época ver diez granaderos en Ballesteros? ¡La gente venía de los pueblos a verlos! También en su gestión se puso la piedra fundamental de la iglesia, se inauguró la bomba del regador que era un adelanto increíble, y se emparejaron todas las veredas. Digamos que encuadró el pueblo y le dio un sistema de riego.
-Dicen que el intendente murió muy pobre ¿fue así?
-Te diría que murió tirado. Y eso fue porque en su gestión no se llevó ni una moneda. Incluso renunció a cobrar la pensión como diputado para no “robarle al país”. Vivía de su jubilación como médico, que era de dos mangos con cincuenta ¿Te imaginás que hoy pase algo así? Este hombre era de una época donde la mayoría de la gente era honesta, no como en la actualidad donde casi todos los políticos son corruptos. Vivió los últimos años en una pieza del callejón que se caía a pedazos. La mujer que lo ayudó con las tareas domésticas terminó siendo su esposa y lo cuidó durante la vejez. Se llamaba Flora y era mucho más joven que él. Y cuando el doctor murió, ella hizo las gestiones y llegó cobrar la pensión de diputado. Así que le dejó como herencia un sueldo de lujo.
-¿Sabés la fecha de su muerte?
-Tiene que haber sido a principios de los setenta, pero no lo sé con certeza. Tendrías que fijarte en el cementerio. Está enterrado enfrente del panteón de los Amicarelli.
Voy al camposanto y, efectivamente, enfrente del panteón más suntuoso del pueblo encuentro una tumba sencilla de dos plantas. En la parte inferior leo una placa que dice “Al doctor Juan Bautista Lafourcade; médico, político e intendente. Tus obras, siempre en el recuerdo de la gente. Homenaje de la señora Juana Anastasía”. Y al lado: “Juan B. Lafourcade. 28 de junio de 1973 a los 80 años. Tu esposa”. Pero el nicho de arriba no tiene placa alguna y parece vacío. Y me pregunto si Flora vive todavía. Si habrá emigrado a otra ciudad y si un día vendrá a hacerle compañía a ese hombre que sólo fue pobre para sí, pero que trajo tanta prosperidad a un pueblo y a una muchacha. A esa mujer que se convirtió en “Madame Lafourcade”, primera dama del mejor intendente de Ballesteros.
Iván Wielikosielek
Bajo el signo de Afrodita
Los que crecimos en el bulevar Roque Sáenz Peña acaso no dimensionemos jamás lo que significa ver la estatua de una diosa cada día. Tanto la “Hebe” escanciando néctar frente a la iglesia como la Afrodita con el pubis de flores de la otra cuadra. Alrededor de esta última imagen pasé mi niñez. De hecho, tengo una foto en brazos de mi madre y hace poco encontré una suya con guardapolvo, seguramente de fines del ´40. La última foto que le saqué, fue precisamente en ese cantero. Y a pesar de su vejez y de su enfermedad, Afrodita la acompañaba intacta. Exactamente como una diosa acompaña a un mortal.
Esa estatua la ha visto nacer y morir a mi madre y me ha visto nacer y envejecer a mí. Y un día de estos (me digo) también me verá morir desde su juventud de yeso.
No sé si el intendente Lafourcade al emplazar esa mujer era consciente de los efectos que causaría en mi imaginario. Y no exagero si digo que a él le debo mi certeza en una dimensión ideal donde el amor nunca muere. Con aquel monumento, el doctor sembró los jardines de mi alma con las semillas de la Grecia antigua y la Francia contemporánea.
Hoy, si algo me hace sentir que he llegado a “casa”, es la mirada de aquella mujer de yeso. Porque a pesar de ser una estatua de molde, sus ojos son únicos en el Universo. Como aquella figurita de la cual se habían impreso miles, pero sólo una era la mía.
Cuando pienso en mi muerte, me digo que más que “días en la Tierra” lo que me queda es una cantidad de veces precisa en que esa estatua me verá pasar. Y no me aterra sentir que al fotografiarla para esta nota pueda haber sido una de las últimas. Acaso porque su mirada promete algo más que “la cita implacable”. Promete (también) la compañía incondicional en el largo viaje y la llegada a otro bulevar donde me espera mi madre. En aquel pueblo del más allá, también ella se habrá escapado de la vejez para mirarme con los mismos ojos de yeso, con su misma sustancia sin muerte

martes, 26 de julio de 2016

Esquinas de esplendor y demolición

BALLESTEROS - Dos puntos históricos de la localidad

 Miércoles, 20 de julio de 2016 - El Diario de Villa María


El olvido se encarga de una, mientras la otra se erige como ejemplo de conservación. Cada una guarda su impronta y marcan a varias generaciones

Las tres imágenes muestran dos caras que el tiempo convierte en referencia para los ballesterenses
Si en los años 70 hubiera caído una bomba en la esquina de Anselmo Vázquez y Callejón Fraternidad, el panorama no sería menos desolador. Porque en la exdespensa “de la Ibis” podrían verse idénticas estanterías derrumbadas entre los escombros, el mismo plafón del sótano hundido en un agua marrón (las napas de Ballesteros están a un metro de la superficie) y los paseantes tendrían una inminente sensación de Partenón roto. Sobre todo al apreciar las rajaduras en las columnas dóricas de la ochava, entre las cuales jamás entró ningún Platón pero sí varias generaciones de ballesterenses durante un siglo. Y para los habitantes del pueblo, ese dato es más importante que la Grecia antigua.
Por suerte, en esa esquina no cayó ninguna bomba ni la sobrevolaron los aviones alemanes como en Guernika. Pasó simplemente que “la despensa de la Ibis” cerró sus puertas hace más de dos décadas. Y “el olvido que todo destruye” empezó su tarea. Y así, sin ningún tipo de mantenimiento, la propiedad levantada a fines del siglo diecinueve fue sufriendo una erosión implacable. Y tanto sus paredes de barro como su enorme estructura asentada sobre un terreno cada vez más endeble, fueron cediendo. Hasta que el año pasado, una grieta de tamaño descomunal rajó el paredón del callejón produciendo un primer derrumbe. Entonces se optó por voltear paredes y techos antes que sucediera algún accidente. Y acaso sufra idéntica suerte el inmueble contiguo; el caserón donde viviera sus últimos días el exintendente Lafourcade en la más absoluta pobreza. Se trata de una construcción de color rosa lavado y el palán palán brotando en las juntas de las ventanas. Y pienso que tal vez la última morada del doctor no merezca semejante final, como así tampoco lo merece su memoria. Artífice de las mejores obras de urbanización del pueblo en la década del 30 (el bulevar Roque Sáenz Peña con sus estatuas y la parquización del bulevar Yrigoyen con sus palmeras) Lafourcade hizo de un pueblo chato y sin arte un verdadero oasis de árboles y monumentos; inspirado (según cuentan los memoriosos) en los parques y jardines de su Francia natal.

Como en el París de Balzac
Como contrapartida a la esquina “de la Ibis”, la intersección de Roque Sáenz Peña y Manuel Belgrano goza de perfecta salud. No se trata sólo de la ochava donde funcionara (y aún sigue funcionando) la legendaria “Carnicería Eusebio”, sino de un maravilloso conjunto de casas italianizantes con rejas y fachadas de cemento con molduras; a imagen y semejanza de la Francia napoleónica por la que Lafourcade caminara de niño. Esa “media manzana” aún en pie es, sin dudas, uno de los maravillosos ejemplos de conservación inmobiliaria de Ballesteros. Por si esto fuera poco, el conjunto de casas mira hacia el “pequeño Versalles” que trazara el doctor 90 años atrás.
Y ya que se ha mencionado a Francia en este artículo, no puedo dejar de recordar el título de una novela de Balzac escrita en pleno apogeo de ese tipo de construcciones: “Esplendores y miserias de las cortesanas”. Y pienso que, parafraseando ese título, se podría hablar del “esplendor y demolición” en dos esquinas antiguas de Ballesteros; esas ochavas que aún abren sus puertas a la historia. La primera, desdentada hacia el vacío, oliendo a madera podrida y soledad. La segunda, clásica y francesa como una novela parisina por donde los ballesterenses siguen entrando y saliendo con una bolsa de asado o de chorizos, embutidos recién faenados con la cruda pimienta del invierno.
Iván Wielikosielek

domingo, 12 de junio de 2016

Patrimonio arquitectónico de la Pampa Gringa

 Domingo, 12 de junio de 2016  El Diario de Villa María


Construido en 1892, el cementerio de Ballesteros aún conserva construcciones de incalculable valor histórico. Este es un recorrido por las calles de una necrópolis que, a 150 años de la fundación de la localidad, se erige como referente de toda la región
En Ballesteros no es ningún secreto: los panteones de la familia Amiccarelli y Buthet son las “mansiones” más elegantes del pueblo. Levantados hace más de un siglo, son una fabulosa puerta de ingreso no sólo a la necrópolis sino al Siglo XIX todo; ese período en que los primeros inmigrantes europeos traían la arquitectura neoclásica al lejano sudeste.



Luis Bortoletto, sepulturero
Con su escalera como la entrada a una antigua capilla y su terraza con balaustrada (balcón al ras del piso que hace pensar inevitablemente en Romeo y Julieta), la morada de los Amiccarelli cuenta con algunos detalles de diseño absolutamente inéditos en la región. Y es que a su portal de arco apuntado (detalle gótico escaso en la zona) debe sumarse su techo piramidal y los triángulos que, a modo de torres-aguja, rematan su altura de atalaya. Sobre la puerta, un triángulo equilátero de mármol oficia de “herradura de la buena suerte” es un símil de la Santísima Trinidad aunque sin el ojo egipcio del billete de un dólar; lo que ha sido visto por algunos especialistas como innegable símbolo masónico.
En esa mansión residencial del más allá, descansa no sólo el primer inmigrante italiano que llegó a Ballesteros, don Carmine Amiccarelli, sino uno de sus descendientes más ilustres; José Ernesto Cacciavillani, el poeta mayor del pueblo. Fallecido en 1984 a los 59 años, “Pepe” cuenta con varios homenajes por su trayectoria cultural y humana: placas de los alumnos de la Banda Municipal, compañeros de Entel, amigos personales y la parroquia.
La avenida perpendicular a la “esquina de los Amiccarelli” lleva del Piamonte a la Francia del sudoeste, más precisamente al panteón de la familia Buthet rematado por una antorcha cuya flama de piedra jamás se apaga. El maridaje de los “Buthet-Journée” dio origen al primer almacén de ramos generales en el Ballesteros de los años 20. Pero al igual que los Amiccarelli, la familia fue emigrando de a poco a otras latitudes; hasta desaparecer por completo de la guía de teléfonos y dejar poco más que algunos parientes lejanos y (por cierto) aquellos impresionantes mausoleos.
Pero además de la fabulosa factura estética de los memoriales, lo que también llama la atención (y hay que decirlo) es el preocupante estado de abandono en que se encuentran. Y entonces le pregunto a mi guía espiritual en la ciudad de los muertos, el sepulturero Luis Bortoletto, sobre ese punto.
“Hace más de seis años que me encargo del mantenimiento del cementerio y jamás vi a los dueños. Por lo que sé, hace tiempo que viven en otras ciudades. Es una lástima porque todos los que entran acá se quedan maravillados con esas construcciones. Si vos te fijás, además de las malezas que crecen en los techos, algunas paredes se están agrietando o les está entrando la humedad”.
Y al contemplarlos de cerca, no me queda más remedio que darle la razón.

Don Eloy Villarreal, el primer ballesterense

Sepulcro de Eloy Villarreal, primer habitante de Ballesteros
Ingresando por la avenida principal se llega a la “parte vieja” que, de unos años a esta parte, ha sido completamente remodelada. A tal punto que del antiguo sector de tumbas bajo tierra apenas si quedan cuatro ejemplares con sus cruces de hierro enclavadas al barro de junio. Un corazón de Jesús donde se unen los travesaños, muestra restos de pintura blanca con el nombre de quien yace. Ilegible caligrafía que se ha ido comiendo el gusano del óxido y el agua de los diluvios.
“Ya no se entierra más gente en Ballesteros. Ahora hay nada más que nichos, panteones y mausoleos. En los últimos diez años casi no ha quedado tierra y esto es lo que se viene”. Y el sepulturero me señala el segundo ingreso donde el albañil Walter está terminando un panteón para cinco personas; uno cuya factura estética nada tiene que ver con el romanticismo el Siglo XIX sino con el pragmatismo sojero del siglo XXI. En el centro mismo de la necrópolis y a la sombra de los panteones modernos, se alza un complejo con los tres nichos más antiguos de la ciudadela. Ahí yacen, desde 1905, Juan Bocchietto, Salomé de Rivera y Eloy Villarreal. Este último, con su nombre grabado en una cruz de mármol, tiene en una placa de cobre un mensaje para la posteridad. “Homenaje de la Municipalidad a uno de sus primeros pobladores”. Fallecido a los 71 años, Don Eloy había nacido 32 años antes que el pueblo. Y según los historiadores, es considerado como “el primer ballesterense”.

Panteón Amiccarelli
Tras varias vueltas a la redonda veo a lo lejos una casona gris y derruida con muchos balcones y ninguna flor. Es el panteón de mi familia materna. Quisiera contarle a Luis de las viejas tardes de la memoria en que veníamos con mi madre a traer flores y ella me decía: “Un día, hijo, esta será nuestra casa”. También decía lo mismo en la vieja cocina de mi abuelo, en atardeceres igualmente deprimentes. Querría contarle a Luis, también, que yo nunca me imaginé “viviendo” en ese conventillo del más allá (ojalá me cremen y tiren mis cenizas al Pozanjón o en el camino que va al cementerio de Villa Nueva); y decirle que tampoco mi madre está allí como lo vaticinó alguna vez (¿con quién hablaría uno de estos temas sino con el enterrador, con quien acaso lo meta a uno ahí adentro?). Quisiera decirle también que en una sucia mañana otoñal y tras una década sin venir al pueblo, pegué con cemento la placa de mi abuelo. “Nació en el Líbano en 1910. Vivió 79 años en Ballesteros”, decía a modo de réquiem silencioso y síntesis brutal de una vida. Quisiera hablarle también de los abuelos árabes de mi madre, de la tía “Mecha” muerta en el parto y de la tía Dalinda, muerta súbitamente a los 15 años como una maldición y un misterio. Pero en vez de contarle estas cosas le pregunto sobre la muerte que le toca ver de cerca cada día.
“Este es un trabajo que requiere de mucho coraje. Al principio yo no lo tenía, pero alguien lo tiene que hacer. Y hoy, para mí, un occiso no es más que un esqueleto. Y hay que hacer las reducciones, los traslados, los servicios… El punto es que para el común de la gente, un cadáver puede ser algo perturbador. Algunos ven el rostro de un muerto y cuando apagan la luz lo vuelven a ver en sus habitaciones. Y no un día sino meses, años o toda la vida. Es difícil este trabajo si sos impresionable. Y a mucha gente le quedan esas imágenes trabajándole por dentro. Hace poco, tuve una de las experiencias que más me conmovieron. Hice un traslado y cuando abrí el cajón, el occiso aún estaba entero. ¡Hacía 52 años que se había muerto y tenía los ojos cerrados como si en cualquier momento los fuera abrir! Tenía toda la barba enroscada y uñas largas. La ropa estaba impecable. Pero como te dije, no soy supersticioso. Ese hombre no estaba metido en un cajón cualquiera sino en un cofre “John Kennedy”, forrado de metal y con vidrio. Y en esos ataúdes, los cuerpos se conservan mejor. Aunque nunca pensé que aguantaría tanto”…

El rito
La otra pregunta que le hago a Bortoletto tiene que ver con algunos rumores que se comentan sobre “ciertos trabajos de necromancia” en el camposanto. “Te han informado bien porque yo mismo he encontrado varias cosas feas; como velas negras ardiendo en nichos abandonados. Mirá”. Y Luis me conduce hasta un complejo de viejas cuevas horizontales como literas abandonadas; camas para habitantes que tienen la potestad de salir y volver a sus moradas sin dejar rastros. Veo la cera goteada que ha cubierto el polvo; lágrimas de sangre lloradas de una herida. A mi lado y como si acariciara el lomo de un viejo animal, el sepulturero palmea la losa de una tumba. “Este hombre que ves acá, practicaba la magia negra. Y no me sorprende que esas velas hayan sido puestas en su homenaje o para que tengan más poder. Vení que te enseño el último descubrimiento”. Lo sigo. En una tumba moderna de la entrada, Bortoletto descubre un mosaico bajo el cual veo el largo cabello de una mujer rubia. “¿Ves? Esto es una trenza. Alguien la puso acá y yo la tapé. No me animo a tocarla. Otras veces he visto sapos con la boca cosida o muñequitos con alfileres. Y entonces trato de correrlos con un palo, sin tocar nada. Si sigo encontrando cosas, voy a llamar al cura”.
Le pregunto si los que hacen los “trabajos” son gente del pueblo. “No, acá nos conocemos todos y esta gente viene de afuera. Estos son ritos satánicos de Brasil, Perú y Colombia. Son trabajos de gente cuyo Dios es el demonio. Lo que espero es no encontrarme nunca con un sacrilegio ¿Vos sabés lo que es un sacrilegio? –me pregunta Luis a boca de jarro. Y yo, sin saber exactamente a lo que se refiere, niego con la cabeza- Te lo explico. Un sacrilegio es que llegués un día y que haya un cajón afuera de la tumba abierto y con el occiso tirado. Eso es lo peor que te puede pasar. Por suerte nunca lo he vivido pero hay otros sepultureros que sí, y me lo han contado. Por eso me gustaría que acá hagan una tapia de dos metros, que pongan reflectores y que la Policía se dé una vuelta en las horas pico de la noche, entre la una y las cinco de la mañana. Porque tampoco es que haya sólo trabajos de magia negra”. Le pregunto a qué se refiere. “Me refiero concretamente a que vienen jóvenes a ingerir alcohol, a fumar faso y a inhalar vaya a saber qué cosas. Un montón de veces encontré las cajitas de vino cortadas y las botellas de fernet y de coca. También decenas de preservativos y papel higiénico entre las tumbas. Como te decía antes, yo no soy supersticioso pero respeto los lugares sagrados. Un día ellos también van a estar muertos y no les va a gustar que los vivos traten así su memoria”.
Le doy las gracias por su invalorable testimonio, un fuerte apretón de manos y la promesa de verlo pronto. Y antes de abandonar el oscuro reino, me doy una última vuelta por los sectores remodelados del camposanto. Y me digo que el cementerio de Ballesteros tuvo el mismo desarrollo que el pueblo; porque un gran sector que antes era de tierra se volvió inmenso barrio de casas con pavimento. Y entre las nuevas viviendas veo la tumba de mi madre. Está en un panteón doble esperando por la llegada de su segundo marido. Miro su foto. Es la misma que una tarde nos sacaran a los dos en el patio. Sólo que yo recorté su cara en forma oval para la placa. Fue una de las pocas veces que la vi sonreír a mi lado. “Un día esta será nuestra casa”, me vuelve a decir en el eco de mi cabeza. Quisiera decirle “descansá en paz, ma”, como si fuera mi rito personal. Y acaso lo digo en un susurro del cual no soy consciente. Cuando por fin me voy, me digo que deberé tirar la foto que aún guardo recortada en una caja de zapatillas. La postal donde mi cara abraza esa ausencia que una vez me trajo al mundo.
Iván Wielikosielek

domingo, 27 de marzo de 2016

Dos amigos en la oscura ruta de la vida

 Domingo, 27 de marzo de 2016 - El Diario de Villa María


Julio Quevedo, ballesterense de ley, fue el gran amigo de Rubén Juárez a lo largo de más de medio siglo. Se conocieron de chicos, por el parentesco de ambas familias en un patio del pueblo, para luego compartir viajes, recitales y, sobre todas las cosas, los días en que “el bandoneón blanco” volvía a su pueblo natal en busca del paraíso perdido

Julio Quevedo y Rubén Juá́rez, en Rosario, año 1976
La pared de su living es un verdadero santuario a la memoria de un ídolo y un amigo. En la foto principal, Rubén se abraza con Julio en una tarde de la memoria. Los dos están de traje, sonrientes en el pasillo de un camarín derrochando un optimismo inédito en las letras de tango. “Eso fue en Rosario en el año 70 porque ya estábamos juntos”, me sopla su esposa “Kuki” (Carmen Alvarenque), rosarina radicada en Ballesteros desde fines de los 60. Otra foto de la misma época los muestra con el cantante Jorge Valdez en una tanguería santafesina. Luego hay otras instantáneas. Dos de una boda mucho más cercana en el tiempo. Me acerco para verla mejor, y al lado de los novios (Rubén y Silvia) distingo a Julio en una versión casi idéntica a la del hombre que tengo al frente. “Es del segundo casamiento; porque Rubén se casó dos veces con la misma mujer”, me explica “Kuki”. Y agrega con una sonrisa pícara: “Los hombres como él tenían una forma muy especial de demostrarle su amor a una mujer”. Luego hay fotos familiares y en una aparece el “tío Julio” con los tres hijos de su amigo famoso: Lucila, Leandro y Leonardo. También un afiche de Juárez en blanco y negro abriendo el bandoneón como abría su corazón sobre el escenario, una nota enmarcada de El Diario del año 96 (“Tiempo de Lecturas”) donde el músico aparece retratado por la tinta de Nino Menardo. Y al final, un póster fabuloso que lo muestra inusualmente flaco, de camisa y chaleco y una dedicatoria con fibra: “A mis divinos ‘Kuki’ y Julio, los quiere, Rubén Juárez”, año 2000. Entonces le pregunto a Julio y en honor a esa pared, qué significó Rubén Juárez en su vida. “El hermano que no tuve, el amigo del alma que se fue pero aún está, el chico que conocí en un patio de Ballesteros hace más de 60 años y que ya cantaba y aún sigue cantando para mí”. Y Julio hace un largo silencio que felizmente interrumpe el timbre del almacén. “Kuki”, que nos acaba de servir un mate cocido con masitas, sale a atender. “Tomen tranquilos, chicos”, nos dice. Y entiendo que ya es hora de encender el grabador.


Julio y “Kuki” en su casa de Ballesteros. Detrás, la pared consagrada al recuerdo de Rubén Juárez
Patio de tango en la Pampa Gringa
-Contame entonces, Julio, de aquel patio…
-Era el patio de los Quevedo, y ahí nació mi amistad con Rubén. Porque los Quevedo éramos muy amigos de los Gauna y de los Juárez. Todos vivíamos cerca y cada vez que su familia venía al pueblo nos juntábamos. Ellos se habían ido a Buenos Aires porque el papá de Rubén, don Jorge, había conseguido trabajo en una cristalería de Sarandí. Y al poco tiempo, Rubén empezó con el bandoneón y tocaba para todos. Tenía 14 años y yo 20 cuando nos hicimos amigos y yo empecé a seguirlo. Siempre fui fanático a muerte, pero no sabía que iba a llegar tan lejos.
-¿Y cuándo lo supiste?        
-En el 69, cuando fuimos a Punta del Este a instalar unos toboganes para la fábrica de Davico. Me acuerdo que estábamos laburando en una plaza cuando escuchamos un auto con un parlante: “¡El tango argentino, esta noche en Punta del Este! ¡Roberto Goyeneche, Raúl Lavié y Rubén Juárez!”. No lo podíamos creer. Paramos de laburar y les dije a los muchachos: “¡Toca Rubén! ¡Vamos todos!”. Al final sólo fui con “Quito” Barrionuevo. Imaginate que no teníamos un peso y estábamos durmiendo en una pieza con los colchones en el piso…

Rubén Juá́rez en revista Radiolandia 1974
-¿Y dónde tocaba?
-Era en un teatro cajetilla para el turismo. Así que le pedimos al tipo de la entrada “si podíamos hablar con Juárez”. Y nos dijo: “No los va a atender”. Pero yo insistí. “Dígale que somos unos conocidos de Ballesteros”. Así que el hombre va y a los cinco minutos aparece Rubén gritando desde el hall “¡Eh, Julito! ¡Entren! ¿Qué hacen ahí afuera?”, y nos ubicó en la primera fila. Fue un espectáculo bárbaro y cuando terminó se puso a jugar al metegol con “Quito”, como un chico. Eran las 5 de la mañana y la gente que pasaba decía “¡Miralo a Juárez!”. Lo invitamos a comer al otro día…
-¿Y tenían para pagarle el asado?
-¡Qué íbamos a tener! Pero le dijimos a Enrique Davico, que era nuestro patrón; y él, que era medio pariente de los Juárez, se pagó la carne. Conseguimos el pan, el carbón y pedimos una parrilla prestada. Y a eso de la 1 se apareció Rubén con una novia…
Y volviendo del almacén, “Kuki” completa la historia: “Esa novia era Haydée, quien luego fue su primera esposa. Después él se casó con Silvia (Tamagnone) y se separó. Luego salió un tiempo con María José Demare y después se volvió a casar con Silvia. A esa mujer, Haydée, la conocí en el velorio. Estaban sus tres mujeres llorando al lado del cajón…”.

Al fuelle de entrecasa en Ballesteros
Y Julio, retomando su relato, me dice: “Imaginate que estuvimos meta vino y bandoneón hasta las 3 de la tarde. Y Rubén lo abrazaba a Enrique y decía “¡Mirá el pariente que tengo!”… Después nos fuimos a la playa y a la noche ya estaba cantando de nuevo…”.
-O sea que tu amigo andaba bien con las mujeres…
-¡Siempre fue un ganador! Además, cuando era joven tenía un fachón impresionante. Una noche me llamó por teléfono a Ballesteros y me dijo “Julio, no lo vas a tomar a mal, pero voy a caer con una chica que no conocés, porque me separé”. Me quedé helado porque a Silvia la queríamos muchísimo y era de la familia. Eso me dolió. Pero a un amigo nunca se le dice que no. Así que lo fui a buscar a la ruta en una camioneta Chevrolet que tenía. Eran más de las 12 de la noche y se habían cortado todas las luces del pueblo. Me acuerdo que paró un expreso y se bajaron los dos. Esa mujer era la cantante María José Demare, hija del director de cine. Para fin de año volvieron al pueblo y también vino Silvia. Así que estaban los tres sentados acá con nosotros, como si nada…
-¿Qué significaba Ballesteros para Rubén?
-Creo que el pueblo era su refugio, el lugar donde se sentía tranquilo y se reencontraba con las cosas de su niñez. En Ballesteros, Rubén era uno más y nadie lo cargoseaba. Me acuerdo que nos levantábamos a las 9 y me decía: “¿Vamos a tomar un cafecito a la ruta?”, y nos íbamos en la Chevrolet. Pero cuando veía un conocido me decía “¡pará, Julito, que ahí va ‘Pucho’!”, y se bajaba a saludarlo. O lo cruzaba a Mario Nicosía y le gritaba “¡qué hacés, Marito!”. Después nos tomábamos el café en la estación de Nery Giovannini, que era fanático de sus discos. Y cuando entraba la gente de la ruta, Nery les decía “ese que está sentado ahí es Rubén Juárez, es de acá, del pueblo”…

El viaje que no tiene fin
¿Y vos lo viste actuar muchas veces?
-¡Yo lo seguí a todos lados! Iba a Buenos Aires a verlo al bar Homero o al Caño 14. Pero generalmente era él quien me llamaba por teléfono y me decía “¡Julito, esta noche toco en Entre Ríos! Te paso a buscar a las 12, ¿querés?”. Y yo lo esperaba en mi casa o en la ruta con el bolso. Entonces paraba el auto, me abrazaba y me decía: “Vos siempre con el bolsito, ¿eh?”. Siempre estaba con uno o dos músicos y yo me quedaba en el hotel con ellos. Después nos íbamos a Buenos Aires y yo paraba en su casa de calle Olazábal. Había una camita que siempre me armaba la Silvia, como él la tenía acá…
-¿Y qué hacían en esos viajes?
-Hablábamos todo el tiempo del pueblo. Me preguntaba por la gente que él conocía. Se interesaba mucho por “Pucho” Salgado y “el Negro” Antúnez. Hubo una época en que quiso recuperar la casa donde nació, pero al final no pudo. Creo que eso le hubiera hecho muy bien, porque el pueblo lo sacaba de la noche. El nunca se pudo ir del todo de Ballesteros. Imaginate que cuando terminaba un tango y lo aplaudían, él gritaba: “¡Viva Ballesteros, carajo!”, con la copita de whisky al lado…
-¿En Buenos Aires no se cuidaba?
-¡Para nada! Llevaba una vida de mucho trasnoche y su debilidad era el whisky. Me acuerdo de que su primer representante, Horacio Quintana, no quería que tomara. Pero al final no lo pudo manejar más. La vida del bohemio es así; cuando yo lo iba a ver a “Homero”, había ocho o 10 cantores que lo esperaban a la salida. Entonces trancaban la puerta, ponían un frasco de whisky al medio de la mesa y se quedaban a cantar hasta las 8. La famosa “recalada”. A eso de las 4 yo no daba más y le decía: “Me voy, Rubén”. Y él: “¡Pero qué te vas a ir, Julito! ¿No ves que te van a asaltar? ¿O te creés que estás en Ballesteros?”. Después nos volvíamos a las 10 y Rubén dormía todo el día. Y a la noche volvíamos a empezar de nuevo. Esa vida era todas las noches, de lunes a lunes…
-¿Y la comida?
-Era impresionante lo que comía. Hubo un momento en que había engordado mucho y fue a rehabilitación, donde hizo dieta y bajó un montón… Pero el whisky y la comida eran su debilidad… Al final Leo, su hijo más chico, lo tenía cortito…
“Cuando se quedaba en casa -dice ‘Kuki’- se comía todo lo que había y a la mañana cuando se levantaba, atacaba la heladera (risas). Me acuerdo de una vez que a las 9 lo encontré comiéndose los zapallitos rellenos que habían sobrado. Se había comido como seis así nomás, fríos… Pero al final ya no podía ni comer, pobrecito…”.
La mujer ha dicho la palabra “final” y no me queda más que preguntarle a Julio por los últimos días de su amigo.
-¿Te esperabas la muerte de Rubén, Julio?
-Y… Un poco, sí… Había estado acá 20 días antes. Venían de Buenos Aires con Silvia y me llamó desde Leones. “Hola, Julito… En una horita estoy ahí… Decile a ‘Kuki’ que me prepare unos fideítos así nomás con aceite de oliva”. Cuando se bajaron del auto me dijo: “Estoy jodido, che…”. Me acuerdo de que se le cayó el pantalón en la vereda porque lo tenía desprendido. “¡Ponete bien el cinto, boludo!”, le dije. Y él se reía…
“Kuki”: -Comió dos fideítos y nada más… Hasta esa fecha no nos había dicho que tenía cáncer. Estaba haciendo radioterapia porque no quería la quimio. Así que se acostaron a la siesta y llamaron a Córdoba, porque ya estaban viviendo en Carlos Paz. Desde allá les dijeron que viajen para hacerles una sesión de radio. Una semana después lo fuimos a ver a Causana, el country donde vivían y que ni alcanzó a disfrutar…
-¿Esa fue la última vez que lo vieron?
-Sí. Había otro matrimonio de La Plata, fanáticos de él, que lo habían pasado a saludar. Pero Silvia les dijo que no, porque casi no había dormido en toda la noche. Nosotros tampoco íbamos a pasar, pero cuando nos íbamos, ella nos dice “pasen, porque si le digo que estuvieron y se fueron, me mata”. Verlo en ese estado fue tremendo…
“Kuki”: -Me acuerdo de que me dijo “¿No les da vergüenza verme así?
Julio: -Y yo le dije “¡Pero qué nos va a dar vergüenza, boludo! ¡Ya te vas a componer!”. Se había sentado en la cama con las patitas flaquitas, los brazos chiquitos, una barba toda blanca y la piel demacrada… Me acuerdo de que le di un chirlo en la espalda y me fui. Esa fue la última vez que lo vi. A veces suena el teléfono y me parece que es él que me llama, que me va a decir que me pasa a buscar, que prepare el bolso…
Rubén Juárez falleció el 31 de mayo de 2010, a los 62 años, y sus cenizas fueron desparramadas en el Centro Cultural José Ernesto Cacciavilani de Ballesteros, flotando en el aire del mismo lugar donde alguna vez fue niño y muchacho. Pero esa ceremonia funeraria con todo su misterio de adiós no debe haberle importado demasiado a Julio Quevedo. O al menos así lo creo yo. Porque cuando suena el teléfono su corazón vuelve a sacudirse. Y aunque no lo confiese, me lo imagino en esas largas noches de invierno cuando no se puede dormir, sacando su Chevrolet y manejando hasta la ruta. Y quedarse a la vera del camino con la secreta esperanza de que pare un colectivo expreso y baje su amigo. “¿Qué hacés, Julito? Vos siempre con el bolsito, ¿eh? ¿Cómo anda ‘Pucho’? Dale, subí, que nos vamos lejos, muy lejos…”.

Iván Wielikosielek
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