Inaugurado en 1939, el bulevar Roque Sáenz Peña fue “el primer paseo con estatuas” de Ballesteros y de buena parte de la región. Su propulsor, el intendente Juan Bautista Lafourcade, se había inspirado en los jardines franceses de sus antepasados para regalarle a sus vecinos un pedazo de París
En las fotos de los años ´40 es común ver a los ballesterenses retratados entre inmensos copones de yeso y estatuas de diosas. Como en un paseo por la Acrópolis o los Campos Elíseos. Sin embargo, no se trata de Grecia ni de Francia. Porque tras las esculturas no se avista la Torre Eiffel o el Partenón sino viejas casonas de ladrillo y amplias veredas vacías. Si además se pone el “zoom” en los borrosos letreros del costado, podrá leerse “Los Vascos”, “La Favorita” o “Buthet y Journée”. Y entonces la imagen denunciará automáticamente su origen: algún lugar del lejano sudeste cordobés.
“¿Pero cómo es posible que un pueblito de tres mil habitantes sin industrias inaugure un “boulevard” estilo francés? ¿Cómo es que esos pajueranos tienen estatuas de diosas en una calle por donde sólo andan sulkies? ¿Se pensarán que son parisinos esos gringos brutos? ¿A quién le ganaron?” Todas estas cosas (palabras más, palabras menos) se preguntaban por ese entonces los habitantes de la región, entre indignados y sorprendidos. Sin embargo, la respuesta a todas estas preguntas vivían en la cabeza de Juan Bautista Lafourcade. Y en busca de esa leyenda que, según el consenso popular, “fue el mejor intendente de Ballesteros”, es que me entrevisto con algunos de sus vecinos.
El hombre que trajo la prosperidad al desierto
Benjamín Cacciavillani, además de ser hijo del primer intendente y bisnieto del primer inmigrante italiano, fue hermano de “Pepe”, el poeta mayor de Ballesteros. Aficionado a la historia y con 84 años de lucidez implacable, Benjamín relata la inauguración del bulevar. “Yo tenía 7 años, pero me acuerdo como si fuera ahora. De pronto, todos nos íbamos a jugar a los canteros y la gente se sacaba fotos en las estatuas. Las chicas se ponían los mejores vestidos y los hombres iban de traje. El paseo era el orgullo del pueblo. Hay quienes dicen que al trazar el bulevar, Lafourcade se inspiró en los jardines de Versalles porque Francia era el país de su padre. Es posible. Además, cuando uno pasea entre las estatuas, respira algo de París”.
Seis años menor que “Benja”, Mario Nicosía no sólo es una celebridad folclórica de la localidad sino también uno de sus grandes memoriosos. Y de este modo recuerda al intendente. “Lafourcade era oriundo de Devoto, cerca de San Francisco. Y había llegado a Ballesteros buscando trabajo como médico. Este no era un lugar para hacer plata porque en ese entonces había una pobreza extraordinaria. Y fijate vos lo que son las cosas. No fue Ballesteros el que le trajo prosperidad a él, sino él quien se la trajo al pueblo. Murió a la vuelta, en el callejón, muy pobre. Y hasta donde sé, jamás lucró con la medicina porque atendió gratis a un montón de gente”.
El tercer testimonio corresponde a José “Pepino” Fernández de 65 años, aficionado a la historia local y nacional y que, “sin pertenecer a ningún partido político” (según su propio testimonio) se declara “admirador incondicional de las ideas de Alem”.
“Lafourcade hizo los canteros para embellecer al pueblo. Trajo las copas y las estatuas pero también puso las palmeras del bulevar Yrigoyen. No te olvides que en esos tiempos la cara visible de Ballesteros eran esos dos bulevares: el Hipólito Yrigoyen por estar pegado a las vías y el Roque Sáenz Peña porque era el de los comercios. Los almacenes de ramos generales y las tiendas como “Buthet y Journée”, “Los Vascos”, “La Ideal” y “La Favorita” estaban ahí. También la Unión Telefónica y la iglesia. Después, con la inauguración de la ruta 9, el pueblo empezó a mirar hacia el norte.
-¿Es cierto que Lafourcade se inspiró en Versalles?
-Es lo que muchos dicen, ya que era de ascendencia francesa. Lo que sí te puedo decir es que fue intendente por el partido radical entre el ´36 y el ´40, coincidiendo con la gobernación de Sabattini. Y como había sido diputado nacional, consiguió muchas cosas para Ballesteros. Hizo hacer un monumento a San Martín en granito negro, un material desconocido en la zona para la época y que parece recién puesto. Y para su inauguración trajo granaderos a caballo de Buenos Aires ¿Sabés lo que era en esa época ver diez granaderos en Ballesteros? ¡La gente venía de los pueblos a verlos! También en su gestión se puso la piedra fundamental de la iglesia, se inauguró la bomba del regador que era un adelanto increíble, y se emparejaron todas las veredas. Digamos que encuadró el pueblo y le dio un sistema de riego.
-Dicen que el intendente murió muy pobre ¿fue así?
-Te diría que murió tirado. Y eso fue porque en su gestión no se llevó ni una moneda. Incluso renunció a cobrar la pensión como diputado para no “robarle al país”. Vivía de su jubilación como médico, que era de dos mangos con cincuenta ¿Te imaginás que hoy pase algo así? Este hombre era de una época donde la mayoría de la gente era honesta, no como en la actualidad donde casi todos los políticos son corruptos. Vivió los últimos años en una pieza del callejón que se caía a pedazos. La mujer que lo ayudó con las tareas domésticas terminó siendo su esposa y lo cuidó durante la vejez. Se llamaba Flora y era mucho más joven que él. Y cuando el doctor murió, ella hizo las gestiones y llegó cobrar la pensión de diputado. Así que le dejó como herencia un sueldo de lujo.
-¿Sabés la fecha de su muerte?
-Tiene que haber sido a principios de los setenta, pero no lo sé con certeza. Tendrías que fijarte en el cementerio. Está enterrado enfrente del panteón de los Amicarelli.
Voy al camposanto y, efectivamente, enfrente del panteón más suntuoso del pueblo encuentro una tumba sencilla de dos plantas. En la parte inferior leo una placa que dice “Al doctor Juan Bautista Lafourcade; médico, político e intendente. Tus obras, siempre en el recuerdo de la gente. Homenaje de la señora Juana Anastasía”. Y al lado: “Juan B. Lafourcade. 28 de junio de 1973 a los 80 años. Tu esposa”. Pero el nicho de arriba no tiene placa alguna y parece vacío. Y me pregunto si Flora vive todavía. Si habrá emigrado a otra ciudad y si un día vendrá a hacerle compañía a ese hombre que sólo fue pobre para sí, pero que trajo tanta prosperidad a un pueblo y a una muchacha. A esa mujer que se convirtió en “Madame Lafourcade”, primera dama del mejor intendente de Ballesteros.
Iván Wielikosielek
Bajo el signo de Afrodita
Los que crecimos en el bulevar Roque Sáenz Peña acaso no dimensionemos jamás lo que significa ver la estatua de una diosa cada día. Tanto la “Hebe” escanciando néctar frente a la iglesia como la Afrodita con el pubis de flores de la otra cuadra. Alrededor de esta última imagen pasé mi niñez. De hecho, tengo una foto en brazos de mi madre y hace poco encontré una suya con guardapolvo, seguramente de fines del ´40. La última foto que le saqué, fue precisamente en ese cantero. Y a pesar de su vejez y de su enfermedad, Afrodita la acompañaba intacta. Exactamente como una diosa acompaña a un mortal.
Esa estatua la ha visto nacer y morir a mi madre y me ha visto nacer y envejecer a mí. Y un día de estos (me digo) también me verá morir desde su juventud de yeso.
No sé si el intendente Lafourcade al emplazar esa mujer era consciente de los efectos que causaría en mi imaginario. Y no exagero si digo que a él le debo mi certeza en una dimensión ideal donde el amor nunca muere. Con aquel monumento, el doctor sembró los jardines de mi alma con las semillas de la Grecia antigua y la Francia contemporánea.
Hoy, si algo me hace sentir que he llegado a “casa”, es la mirada de aquella mujer de yeso. Porque a pesar de ser una estatua de molde, sus ojos son únicos en el Universo. Como aquella figurita de la cual se habían impreso miles, pero sólo una era la mía.
Cuando pienso en mi muerte, me digo que más que “días en la Tierra” lo que me queda es una cantidad de veces precisa en que esa estatua me verá pasar. Y no me aterra sentir que al fotografiarla para esta nota pueda haber sido una de las últimas. Acaso porque su mirada promete algo más que “la cita implacable”. Promete (también) la compañía incondicional en el largo viaje y la llegada a otro bulevar donde me espera mi madre. En aquel pueblo del más allá, también ella se habrá escapado de la vejez para mirarme con los mismos ojos de yeso, con su misma sustancia sin muerte
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