BALLESTEROS - Dos puntos históricos de la localidad
Miércoles, 20 de julio de 2016 - El Diario de Villa María
El olvido se encarga de una, mientras la otra se erige como ejemplo de conservación. Cada una guarda su impronta y marcan a varias generaciones
Si en los años 70 hubiera caído una bomba en la esquina de Anselmo Vázquez y Callejón Fraternidad, el panorama no sería menos desolador. Porque en la exdespensa “de la Ibis” podrían verse idénticas estanterías derrumbadas entre los escombros, el mismo plafón del sótano hundido en un agua marrón (las napas de Ballesteros están a un metro de la superficie) y los paseantes tendrían una inminente sensación de Partenón roto. Sobre todo al apreciar las rajaduras en las columnas dóricas de la ochava, entre las cuales jamás entró ningún Platón pero sí varias generaciones de ballesterenses durante un siglo. Y para los habitantes del pueblo, ese dato es más importante que la Grecia antigua.
Por suerte, en esa esquina no cayó ninguna bomba ni la sobrevolaron los aviones alemanes como en Guernika. Pasó simplemente que “la despensa de la Ibis” cerró sus puertas hace más de dos décadas. Y “el olvido que todo destruye” empezó su tarea. Y así, sin ningún tipo de mantenimiento, la propiedad levantada a fines del siglo diecinueve fue sufriendo una erosión implacable. Y tanto sus paredes de barro como su enorme estructura asentada sobre un terreno cada vez más endeble, fueron cediendo. Hasta que el año pasado, una grieta de tamaño descomunal rajó el paredón del callejón produciendo un primer derrumbe. Entonces se optó por voltear paredes y techos antes que sucediera algún accidente. Y acaso sufra idéntica suerte el inmueble contiguo; el caserón donde viviera sus últimos días el exintendente Lafourcade en la más absoluta pobreza. Se trata de una construcción de color rosa lavado y el palán palán brotando en las juntas de las ventanas. Y pienso que tal vez la última morada del doctor no merezca semejante final, como así tampoco lo merece su memoria. Artífice de las mejores obras de urbanización del pueblo en la década del 30 (el bulevar Roque Sáenz Peña con sus estatuas y la parquización del bulevar Yrigoyen con sus palmeras) Lafourcade hizo de un pueblo chato y sin arte un verdadero oasis de árboles y monumentos; inspirado (según cuentan los memoriosos) en los parques y jardines de su Francia natal.
Como en el París de Balzac
Como contrapartida a la esquina “de la Ibis”, la intersección de Roque Sáenz Peña y Manuel Belgrano goza de perfecta salud. No se trata sólo de la ochava donde funcionara (y aún sigue funcionando) la legendaria “Carnicería Eusebio”, sino de un maravilloso conjunto de casas italianizantes con rejas y fachadas de cemento con molduras; a imagen y semejanza de la Francia napoleónica por la que Lafourcade caminara de niño. Esa “media manzana” aún en pie es, sin dudas, uno de los maravillosos ejemplos de conservación inmobiliaria de Ballesteros. Por si esto fuera poco, el conjunto de casas mira hacia el “pequeño Versalles” que trazara el doctor 90 años atrás.
Y ya que se ha mencionado a Francia en este artículo, no puedo dejar de recordar el título de una novela de Balzac escrita en pleno apogeo de ese tipo de construcciones: “Esplendores y miserias de las cortesanas”. Y pienso que, parafraseando ese título, se podría hablar del “esplendor y demolición” en dos esquinas antiguas de Ballesteros; esas ochavas que aún abren sus puertas a la historia. La primera, desdentada hacia el vacío, oliendo a madera podrida y soledad. La segunda, clásica y francesa como una novela parisina por donde los ballesterenses siguen entrando y saliendo con una bolsa de asado o de chorizos, embutidos recién faenados con la cruda pimienta del invierno.
Iván Wielikosielek
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