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viernes, 29 de marzo de 2024

EDITA CERUTTI, LA NENA QUE SE ESCONDIÓ EN UNA FOTO DEL ´40

 EDITA CERUTTI, LA NENA QUE SE ESCONDIÓ EN UNA FOTO DEL ´40

Hay un silencio congelado en las fotos. Sobre todo si son en blanco y negro y la gente que aparece ya no está en el mundo; como si el aire del pasado se impregnara del silencio de los muertos. Sin embargo, no me pasa eso cuando miro la foto de la "comunión del ´40”, como todos le dicen en Ballesteros. Acaso porque entre esas doscientas almas hay muchas cabecitas de chicos, y ellos siempre están hablando o jugando. Las nenas con sus túnicas blancas, parecen novias de ángeles adolescentes; y los niños de frac y corbata, pequeños banqueros de pantalones cortos. Algunos están trepados en los andamios, apoyados en esos puntales que pronto sostendrán la bóveda del templo y, casi invariablemente, todos se ríen. (La Iglesia Nueva se ha empezado a construir a fines del ´39, y todos comulgaron en la Iglesia Vieja, al frente). Los mayores, en cambio, posan serios, como si fueran a ser retratados por Goya o Velázquez; y acaso eso era exactamente para ellos aparecer en una “foto oficial”.
No tengo dudas que aquel día del ´40, el fotógrafo les pidió a todos que no se movieran, que no pestañaran, que respiraran hondo. Porque el arte de fijar la realidad en una emulsión de plata era más lento y requería quietud. Y entonces, en el hueco de ladrillos que hoy protege el altar, debió haberse instalado aquel silencio de las fotos antiguas; ese que por alguna razón no alcanzo a escuchar del todo porque oigo la voz de una nena que pregunta algo. Y me quiero imaginar que esa nena es ella, Edita Cerutti de Bocconi, la señora que tengo a mi lado; acaso la última sobreviviente de aquella tarde.
MEMORIA CON PERFUME DE MUJER
Edita me recibe en su casa de calle Raúl Alfonsín, una vivienda moderna y reluciente de porcelanatos, a media cuadra de la Ruta 9. Y le digo, no sin sorpresa, que es la primera vez en mi vida que camino por esa calle que antes era (o al menos así lo recuerdo desde la niñez) una entrada de tierra a un silo, pero que ahora es una urbanización pavimentada.
“Siempre hay una primera vez” me dice la mujer que accedió a charlar conmigo sobre esa foto. Y sin perder el tiempo, me hace sentar y me cuenta.
“Te digo que no soy la única que vive… La otra es Ana María Mc Cormack, que es clase ´36 igual que yo... De hecho, fuimos juntas a la primaria… Ana María es esta ¿la ves? -me dice Edita, señalándome en el ángulo inferior derecho la nena de vestido a cuadritos- Está junto a su mamá, doña Elsa Mc Cormack y más atrás lo veo a su papá, don Patricio... Detrás de doña Elsa está mi mamá, María Anita Grando de Cerutti… Le veo la cara y sé que está cansada… Por esos días estaba embarazada de mi hermana más chica, Blanca”
Edita mueve el dedo sobre la superficie de la foto sin tocarla, como si la yema de su índice fuese una sonda de reconocimiento que, bajo su calor dactilar, activara el recuerdo. Y pasando de la derecha hacia la izquierda se posa sobre dos nenes rubios, casi idénticos.
“Estos son mis dos hermanos; Bernardo Antonio y Héctor René… Uno era del ´30 y el otro del ´32 y habían hecho la comunión juntos… Pero mis tres hermanos ya murieron… Mi hermana Blanca se fue muy jovencita, en 1971, el mismo año que naciò mi hija mayor y que por eso se llama Blanca también…” Y Edita hace una pausa, un breve réquiem silencioso a la memoria de Blanca Cerutti. Y prosigue.
“Más atrás está mi abuelo, Antonio Cerutti, que fue uno de los pioneros de la Iglesia y este otro es mi papá, José Andrés Cerutti. Mi papá está al lado de mi tía, una italiana que no se casó nunca. La otra mujer es su hermana, la señora de Bertone, la mamá de las mujeres que durante años hicieron los vestidos a las novias del pueblo…”
El dedo de Edita ahora se posa al medio de la foto, en donde están las autoridades civiles y eclesiásticas. Y me marca la blanca cabeza y el bigote oscuro de Vicente Cacciavilani en el centro exacto (Vicente fue el primer intendente del pueblo entre 1920 y 1930, pero en esos días era juez de paz). Luego distingue la cabeza del padre Francisco Company, de anteojos ahumados, y que fuera párroco de Ballesteros entre 1936 y 1948. Y un poco más a la derecha, Edita me señala al obispo de Córdoba, monseñor Fermín Emilio Laffitte, un francés afincado en el país. A Laffitte es fácil distinguirlo por su gorra en forma de barquito de papel, como el que usaba Cristóbal Colón en las viejas figuritas de la escuela.
Entre la primera plana de los comerciantes, Edita me señala a otros pioneros: Buthée, Journée, Bollo y Lagazzi. Y es posible que entre las cabezas se encuentre la de Emeterio Samamé, intendente recientemente electo (o a punto de serlo) ya que a fin de ese año el doctor Juán Bautista Lafourcade le entregaría el mando.
DEL PIAMONTE A BALLESTEROS; HISTORIA DE UNA FAMILIA
Cuando le digo a esta mujer de 87 años que su memoria es prodigiosa, me dice “…y eso que ya me he olvidado de varios nombres…” Y acto seguido, se explica: “Si me acuerdo de tantas cosas, es porque mi papá estaba muy comprometido con la iglesia... Por esos tiempos, nosotros vivíamos en el campo. Pero todos los domingos veníamos a la misa… No sé cómo hacíamos pero entrábamos todos en el Ford-T, uno de los primeros autos que hubo acá… Y hablando de autos, me acuerdo que para juntar fondos para la iglesia, la comisión rifó de un auto. Mi papá vendió un montón de números porque tenía muchos amigos en el campo; entre esos, el número que salió… Siempre decía que se había quedado con el número anterior, pero al del auto lo había vendido… Es como si te dijera que salió el 40 y él tenía el 39… El que ganó el auto era Miguel Daniele… De eso también me acuerdo…”
-¿Eran muy creyentes los Cerutti?
-Sí, sobre todo mi abuelo Antonio, que era italiano. Él tenía un hermano que era cura. ¿Sabés cómo terminó mi abuelo por acá? –me dice, haciéndose a sí misma la mejor pregunta de la entrevista- Te cuento… Mi abuelo se vino de Italia muerto de hambre, como polizón en un barco… Era piamontés, de un pueblo que se llamaba Montemale… En esos tiempos, le ponían tres meses para llegar a la Argentina... Mi abuelo estuvo en la zona del Paraná o de Rosario, en una fábrica yerbatera. Y juntó plata y se volvió para allá, porque los italianos decían que a las mujeres las tenían que traer de su país... Así que él fue a Italia, se casó, y a los seis o siete años volvió a la Argentina con su mujer y dos hijos. Mi papá nació a los cuatro meses de llegados. Por eso él siempre decía que era medio italiano y medio argentino… Nació en Marcos Juárez, el 17 de marzo de 1898; pero ya venía en la panza de mi mamá en el barco… Cruzó el océano adentro de ella…”
-¿Y cómo es que terminaron en Marcos Juárez?
-Porque el consulado los mandaba a los lugares en donde hacía falta gente que supiera las tareas del campo. Y ellos eran especialistas en eso… Estuvieron unos años en Marcos Juárez pero en 1920, mi abuelo y mi papá compraron el campo de Ballesteros; primero un pedazo y después, otro. Cuando murió mi abuela en Leones, con 48 años, quedaron mi abuelo, mi papá, mis dos tíos y mi tía, que eran solteros… Y todos recalaron acá…
-¿Y qué hacían en el campo?
-En el campo siempre se sembró trigo y maíz. A mi papá le gustaban las máquinas más que los animales… En esos tiempos, sólo usaban los caballos para arar. Pero después vinieron las cosechadoras y él las arreglaba solo, igual que a los tractores.
-¿Cómo era la vida social de esos tiempos allá?
-Mi papá siempre se juntaba con otros italianos. Él llevaba una victrola en el sulky y los iba a buscar a sus casas… Después se juntaban en la galería, escuchaban música y tomaban vino, porque otra bebida no había… Se compraban bolsas de 50 kilos de harina y se hacía el pan y bolsas grandes de azúcar para el café. En el campo se hacía todo a mano y se compartía todo… Los domingos era una fiesta después de misa…
-¿Y usted, Edita?
-Yo viví en el campo hasta mediados de los ´80; pero cuando mis hijos se casaron, decidimos con mi esposo venirnos al pueblo…. Pero ojo que yo me casé muy grande, eh? Tengo una hija que vive en Villa Allende de 52 años, y mi hijo que vive en la casa del lado y que me cuida. Mi esposo murió joven también, con 65 años…
-Me habló del padre Company, ¿qué recuerdo tiene de él?
-Me acuerdo que era muy bueno pero yo era muy tímida… Como yo vivía en el campo, nunca iba a ningún lado, sólo a misa y a la escuela. Así que no hablaba mucho… Una vez en la catequesis, él vino a tomarnos un examen… ¡Y yo tenía terror! Pero al final me preguntó, yo le contesté y me aprobó… Decían que era muy buen orador y daba las misas en latín. Pero después la gente se empezó a quejar del padre Company… Fue en la época de Perón… Decían que durante la misa, se subía al púlpito a dar el sermón pero siempre terminaba haciendo política en favor de Perón… Se ve que las quejas llegaron hasta el obispo y lo trasladaron…
ÚLTIMOS RECUERDOS DE UNA NENA DE 4 AÑOS
Me doy cuenta que la nota llega a su fin y que necesito hacerle a Edita la pregunta más importante de todas, la que en realidad me trajo hasta aquí:
-¿A dónde está usted en la foto, Edita?
-Ese es el punto, que yo no me veo en la foto, pero estoy seguro que estoy… Si está mi mamá y mi papá, si está mi tía y mis tíos, si está mi abuelo y mis hermanos… ¿A dónde iba a estar yo? Quizás de la mano de mi alguno de ellos, tapada por alguna mujer, o corriendo por ahí, buscándola a mi mamá seguro… Capaz asustada porque todos se han quedado como de piedra…
Miro una vez más la foto que sostiene la mujer y empiezo (o me parece que empiezo) a oír sus voces. Al principio suenan lejanas, como perdidas al fondo de un templo. Pero de a poco se acercan hasta que las distingo nítidas, acaso por obra y gracia de la mujer que las ha traído desde el eco del olvido. Algunas hablan en piamontés, otras en una mezcla de italiano y rioplatense de “canto comechingón”, maridaje que daría a luz la “tonada cordobesa del sudeste”, que no se parece a ninguna. Otras, en perfecto español, hablan del reino de los cielos, de negocios y municipalidades. Y otro (alguien muy preciso) de la “justicia social” que llegaría un día a la Tierra como la Segunda Venida de Cristo.
Pero de pronto, las voces vuelven a apagarse y todos se ponen serios y rígidos, como si hicieran un minuto de silencio y durante ese tiempo jugaran a ser estatuas. Y entonces escucho, nítida, la voz de una nena. Está corriendo entre la gente y dice: “mamá, mamá… ¿Dónde estás?”
Un fogonazo de luz congela ese instante que llega hasta aquí en una foto, como toda esa gente del pasado que, en manos de Edita, sigue hablando y no muere.




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