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viernes, 29 de marzo de 2024

EDITA CERUTTI, LA NENA QUE SE ESCONDIÓ EN UNA FOTO DEL ´40

 EDITA CERUTTI, LA NENA QUE SE ESCONDIÓ EN UNA FOTO DEL ´40

Hay un silencio congelado en las fotos. Sobre todo si son en blanco y negro y la gente que aparece ya no está en el mundo; como si el aire del pasado se impregnara del silencio de los muertos. Sin embargo, no me pasa eso cuando miro la foto de la "comunión del ´40”, como todos le dicen en Ballesteros. Acaso porque entre esas doscientas almas hay muchas cabecitas de chicos, y ellos siempre están hablando o jugando. Las nenas con sus túnicas blancas, parecen novias de ángeles adolescentes; y los niños de frac y corbata, pequeños banqueros de pantalones cortos. Algunos están trepados en los andamios, apoyados en esos puntales que pronto sostendrán la bóveda del templo y, casi invariablemente, todos se ríen. (La Iglesia Nueva se ha empezado a construir a fines del ´39, y todos comulgaron en la Iglesia Vieja, al frente). Los mayores, en cambio, posan serios, como si fueran a ser retratados por Goya o Velázquez; y acaso eso era exactamente para ellos aparecer en una “foto oficial”.
No tengo dudas que aquel día del ´40, el fotógrafo les pidió a todos que no se movieran, que no pestañaran, que respiraran hondo. Porque el arte de fijar la realidad en una emulsión de plata era más lento y requería quietud. Y entonces, en el hueco de ladrillos que hoy protege el altar, debió haberse instalado aquel silencio de las fotos antiguas; ese que por alguna razón no alcanzo a escuchar del todo porque oigo la voz de una nena que pregunta algo. Y me quiero imaginar que esa nena es ella, Edita Cerutti de Bocconi, la señora que tengo a mi lado; acaso la última sobreviviente de aquella tarde.
MEMORIA CON PERFUME DE MUJER
Edita me recibe en su casa de calle Raúl Alfonsín, una vivienda moderna y reluciente de porcelanatos, a media cuadra de la Ruta 9. Y le digo, no sin sorpresa, que es la primera vez en mi vida que camino por esa calle que antes era (o al menos así lo recuerdo desde la niñez) una entrada de tierra a un silo, pero que ahora es una urbanización pavimentada.
“Siempre hay una primera vez” me dice la mujer que accedió a charlar conmigo sobre esa foto. Y sin perder el tiempo, me hace sentar y me cuenta.
“Te digo que no soy la única que vive… La otra es Ana María Mc Cormack, que es clase ´36 igual que yo... De hecho, fuimos juntas a la primaria… Ana María es esta ¿la ves? -me dice Edita, señalándome en el ángulo inferior derecho la nena de vestido a cuadritos- Está junto a su mamá, doña Elsa Mc Cormack y más atrás lo veo a su papá, don Patricio... Detrás de doña Elsa está mi mamá, María Anita Grando de Cerutti… Le veo la cara y sé que está cansada… Por esos días estaba embarazada de mi hermana más chica, Blanca”
Edita mueve el dedo sobre la superficie de la foto sin tocarla, como si la yema de su índice fuese una sonda de reconocimiento que, bajo su calor dactilar, activara el recuerdo. Y pasando de la derecha hacia la izquierda se posa sobre dos nenes rubios, casi idénticos.
“Estos son mis dos hermanos; Bernardo Antonio y Héctor René… Uno era del ´30 y el otro del ´32 y habían hecho la comunión juntos… Pero mis tres hermanos ya murieron… Mi hermana Blanca se fue muy jovencita, en 1971, el mismo año que naciò mi hija mayor y que por eso se llama Blanca también…” Y Edita hace una pausa, un breve réquiem silencioso a la memoria de Blanca Cerutti. Y prosigue.
“Más atrás está mi abuelo, Antonio Cerutti, que fue uno de los pioneros de la Iglesia y este otro es mi papá, José Andrés Cerutti. Mi papá está al lado de mi tía, una italiana que no se casó nunca. La otra mujer es su hermana, la señora de Bertone, la mamá de las mujeres que durante años hicieron los vestidos a las novias del pueblo…”
El dedo de Edita ahora se posa al medio de la foto, en donde están las autoridades civiles y eclesiásticas. Y me marca la blanca cabeza y el bigote oscuro de Vicente Cacciavilani en el centro exacto (Vicente fue el primer intendente del pueblo entre 1920 y 1930, pero en esos días era juez de paz). Luego distingue la cabeza del padre Francisco Company, de anteojos ahumados, y que fuera párroco de Ballesteros entre 1936 y 1948. Y un poco más a la derecha, Edita me señala al obispo de Córdoba, monseñor Fermín Emilio Laffitte, un francés afincado en el país. A Laffitte es fácil distinguirlo por su gorra en forma de barquito de papel, como el que usaba Cristóbal Colón en las viejas figuritas de la escuela.
Entre la primera plana de los comerciantes, Edita me señala a otros pioneros: Buthée, Journée, Bollo y Lagazzi. Y es posible que entre las cabezas se encuentre la de Emeterio Samamé, intendente recientemente electo (o a punto de serlo) ya que a fin de ese año el doctor Juán Bautista Lafourcade le entregaría el mando.
DEL PIAMONTE A BALLESTEROS; HISTORIA DE UNA FAMILIA
Cuando le digo a esta mujer de 87 años que su memoria es prodigiosa, me dice “…y eso que ya me he olvidado de varios nombres…” Y acto seguido, se explica: “Si me acuerdo de tantas cosas, es porque mi papá estaba muy comprometido con la iglesia... Por esos tiempos, nosotros vivíamos en el campo. Pero todos los domingos veníamos a la misa… No sé cómo hacíamos pero entrábamos todos en el Ford-T, uno de los primeros autos que hubo acá… Y hablando de autos, me acuerdo que para juntar fondos para la iglesia, la comisión rifó de un auto. Mi papá vendió un montón de números porque tenía muchos amigos en el campo; entre esos, el número que salió… Siempre decía que se había quedado con el número anterior, pero al del auto lo había vendido… Es como si te dijera que salió el 40 y él tenía el 39… El que ganó el auto era Miguel Daniele… De eso también me acuerdo…”
-¿Eran muy creyentes los Cerutti?
-Sí, sobre todo mi abuelo Antonio, que era italiano. Él tenía un hermano que era cura. ¿Sabés cómo terminó mi abuelo por acá? –me dice, haciéndose a sí misma la mejor pregunta de la entrevista- Te cuento… Mi abuelo se vino de Italia muerto de hambre, como polizón en un barco… Era piamontés, de un pueblo que se llamaba Montemale… En esos tiempos, le ponían tres meses para llegar a la Argentina... Mi abuelo estuvo en la zona del Paraná o de Rosario, en una fábrica yerbatera. Y juntó plata y se volvió para allá, porque los italianos decían que a las mujeres las tenían que traer de su país... Así que él fue a Italia, se casó, y a los seis o siete años volvió a la Argentina con su mujer y dos hijos. Mi papá nació a los cuatro meses de llegados. Por eso él siempre decía que era medio italiano y medio argentino… Nació en Marcos Juárez, el 17 de marzo de 1898; pero ya venía en la panza de mi mamá en el barco… Cruzó el océano adentro de ella…”
-¿Y cómo es que terminaron en Marcos Juárez?
-Porque el consulado los mandaba a los lugares en donde hacía falta gente que supiera las tareas del campo. Y ellos eran especialistas en eso… Estuvieron unos años en Marcos Juárez pero en 1920, mi abuelo y mi papá compraron el campo de Ballesteros; primero un pedazo y después, otro. Cuando murió mi abuela en Leones, con 48 años, quedaron mi abuelo, mi papá, mis dos tíos y mi tía, que eran solteros… Y todos recalaron acá…
-¿Y qué hacían en el campo?
-En el campo siempre se sembró trigo y maíz. A mi papá le gustaban las máquinas más que los animales… En esos tiempos, sólo usaban los caballos para arar. Pero después vinieron las cosechadoras y él las arreglaba solo, igual que a los tractores.
-¿Cómo era la vida social de esos tiempos allá?
-Mi papá siempre se juntaba con otros italianos. Él llevaba una victrola en el sulky y los iba a buscar a sus casas… Después se juntaban en la galería, escuchaban música y tomaban vino, porque otra bebida no había… Se compraban bolsas de 50 kilos de harina y se hacía el pan y bolsas grandes de azúcar para el café. En el campo se hacía todo a mano y se compartía todo… Los domingos era una fiesta después de misa…
-¿Y usted, Edita?
-Yo viví en el campo hasta mediados de los ´80; pero cuando mis hijos se casaron, decidimos con mi esposo venirnos al pueblo…. Pero ojo que yo me casé muy grande, eh? Tengo una hija que vive en Villa Allende de 52 años, y mi hijo que vive en la casa del lado y que me cuida. Mi esposo murió joven también, con 65 años…
-Me habló del padre Company, ¿qué recuerdo tiene de él?
-Me acuerdo que era muy bueno pero yo era muy tímida… Como yo vivía en el campo, nunca iba a ningún lado, sólo a misa y a la escuela. Así que no hablaba mucho… Una vez en la catequesis, él vino a tomarnos un examen… ¡Y yo tenía terror! Pero al final me preguntó, yo le contesté y me aprobó… Decían que era muy buen orador y daba las misas en latín. Pero después la gente se empezó a quejar del padre Company… Fue en la época de Perón… Decían que durante la misa, se subía al púlpito a dar el sermón pero siempre terminaba haciendo política en favor de Perón… Se ve que las quejas llegaron hasta el obispo y lo trasladaron…
ÚLTIMOS RECUERDOS DE UNA NENA DE 4 AÑOS
Me doy cuenta que la nota llega a su fin y que necesito hacerle a Edita la pregunta más importante de todas, la que en realidad me trajo hasta aquí:
-¿A dónde está usted en la foto, Edita?
-Ese es el punto, que yo no me veo en la foto, pero estoy seguro que estoy… Si está mi mamá y mi papá, si está mi tía y mis tíos, si está mi abuelo y mis hermanos… ¿A dónde iba a estar yo? Quizás de la mano de mi alguno de ellos, tapada por alguna mujer, o corriendo por ahí, buscándola a mi mamá seguro… Capaz asustada porque todos se han quedado como de piedra…
Miro una vez más la foto que sostiene la mujer y empiezo (o me parece que empiezo) a oír sus voces. Al principio suenan lejanas, como perdidas al fondo de un templo. Pero de a poco se acercan hasta que las distingo nítidas, acaso por obra y gracia de la mujer que las ha traído desde el eco del olvido. Algunas hablan en piamontés, otras en una mezcla de italiano y rioplatense de “canto comechingón”, maridaje que daría a luz la “tonada cordobesa del sudeste”, que no se parece a ninguna. Otras, en perfecto español, hablan del reino de los cielos, de negocios y municipalidades. Y otro (alguien muy preciso) de la “justicia social” que llegaría un día a la Tierra como la Segunda Venida de Cristo.
Pero de pronto, las voces vuelven a apagarse y todos se ponen serios y rígidos, como si hicieran un minuto de silencio y durante ese tiempo jugaran a ser estatuas. Y entonces escucho, nítida, la voz de una nena. Está corriendo entre la gente y dice: “mamá, mamá… ¿Dónde estás?”
Un fogonazo de luz congela ese instante que llega hasta aquí en una foto, como toda esa gente del pasado que, en manos de Edita, sigue hablando y no muere.




lunes, 25 de marzo de 2024

“PIRUCHO” RODRÍGUEZ

 GERARDO “PIRUCHO” RODRÍGUEZ: DE LOS “CAMPEONATOS EVITA” AL FÚTBOL COMO TRABAJO Y CATEGORÍA OBRERA

Cuando “Pirucho” Rodríguez (en Ballesteros nadie lo conoce por Gerardo Pantaleón) me abre la puerta en una fría mañana de marzo, más que a su casa me hace pasar a un santuario; uno de los tantos a los que ingresé durante mi niñez pero que ya no existen o cuesta creer que aún sigan existiendo en el pueblo. En las bajas paredes de su living blanqueadas a la cal, apenas brilladas por el resplandor rosado del Pozanjón, sobresalen viejas fotos de fútbol; el Tiro y Gimnasia de los setenta en deslavado color de medio siglo hasta el Talleres del sesenta en nítido blanco y negro. Sin embargo, la luz más potente proviene de un velador que, extrañamente, ha quedado atrás de la puerta. Y su haz se proyecta a medida que “Pirucho” la va cerrando. Entonces me vuelvo y la veo… En un retrato en color artificial, Evita me sonríe desde alguna tarde del cincuenta. Su luz de mujer es tan brillante como la del foco que la ilumina, del mismo modo en que un sirio hace resplandecer una imagen sagrada. Y me doy cuenta que esa es, exactamente, la razón por la cual el velador y el retrato están juntos; la misma por la cual los campesinos rusos iluminaban sus íconos de Jesús o San Vladimir con una vela.
“Pirucho” me ha sorprendido mirando (acaso algo embelesado) aquel rincón, y entonces me pregunta si soy peronista. “¿Y vos, Pirucho?”, le contesto con su misma pregunta.
“No, yo no soy nada… A mí nunca me interesó la política. Pero ella… Bueno, ella es otra cosa… -Y Pirucho se calla durante tres segundos, como atragantado por un dolor sin nombre. Y entonces me doy cuenta que, de haberle respondido antes, mi contestación hubiera sido exactamente igual a la suya. Es en ese momento cuando Elba, su mujer, viene en su ayuda.
“Decíle al muchacho que acá somos peronistas… Pero no de estos de ahora, ¿eh? Somos peronistas de los de antes… Bueno, de Evita y de… Pero sentáte querido, que ya les traigo café –me dice la mujer con esa amable familiaridad que sólo recuerdo de esos templos de la infancia, de la gente de mi pueblo que siempre se preocupó por servir más que por ser servidos, como manda el Evangelio.
PARA NIÑOS DESCAMISADOS
-Decíme entonces, “Pirucho”, por qué te hiciste peronista…
-Ya ni me acuerdo… O mejor dicho, sí me acuerdo… Me hice peronista porque Evita me mandó el primer guardapolvo que tuve para ir a la escuela. Y además, porque me dio la oportunidad de empezar a jugar al fútbol… Porque yo debuté en los campeonatos Evita ¿sabés? Y que de no haber sido por ella; los chicos como yo, no hubiéramos podido jugar nunca… Después, con los años, el fútbol se volvió un oficio para mí, un modo de ganarme la vida…
-¿En los campeonatos “Evita” jugabas para Ballesteros?
-Sí, el director técnico era un señor Romero, que arreglaba zapatos. Él armaba los cuadros y nos llevaba a a Morrison, a San Marcos… Me acuerdo que jugaba con el Hugo González, que sería un grandísimo jugador de Talleres después…
-¿Y a qué edad empezaste a trabajar?
-A los diez años. Justo se murió mi viejo y con mi mamá nos quedamos solos, porque todos mis hermanos ya eran grandes y se habían ido. Así que tuve que dejar la escuela... No pude usar mucho tiempo el guardapolvo que me regaló Evita… -Y “Pirucho” sonríe con más tristeza que picardía- Así que a los diez años me anoté para desyuyar maní en Hernando y Tancacha. En esos tiempos, los chicos trabajábamos a la par de los grandes y había que traer plata para comer… Después, acá en el pueblo, hacía un montón de trabajos… Me acuerdo que limpiaba el tanque del club Talleres o hacía changas de lo que viniera…
-En el pueblo, todos te recuerdan trepado a las antenas como “Spiderman”…
-Sí (risas) ¿Sabés por qué agarré lo de las antenas? Porque un día lo vi haciendo eso al “Cachi” Bauk… Todavía no se había recibido de médico y ya hacía ese trabajo. Pero cuando él se mudó a Córdoba, lo agarré yo… Es un trabajo que hice años y me salvó un montón de veces… Con decirte que todavía me llaman para sacar las torres de las casas viejas… Tienen miedo que se les caigan o les rompan los techos… Pero ya tengo 83 años… (risas)
EL OFICIO DE FUTBOLISTA
-¿Y el fútbol? ¿Cuándo empezaste?
-Debuté de chico en la primera de Talleres. Y cuando el José Carlos Flores se fue a jugar a River de Villa María, me fui con él. O sea, cada vez que el José Carlos no podía ir, me llamaba a mí. Así que jugué doce partidos allá, en ese equipo que salió cuatro veces seguidas a fines de los cincuenta. Yo jugaba de “cinco”; pero si estaba el José Carlos, yo me pasaba de “seis”. No era mucho lo que te daban, pero siempre me traía algo de plata…
-¿Y después?
-Después jugué para otros equipos; Sarmiento de Villa María, General Deheza y la Liga de Leones… Pero en Leones no pagaban mucho, así que no fui más. Un día me golpearon la puerta de mi casa y era la policía. No sabés el miedo que me agarró… Pero me dijeron: “No se haga problema, Rodríguez, lo venimos a buscar para jugar al fútbol… ¿Le gustaría formar parte del equipo del ejército?”
-¿Les dijiste que “sí”?
-¿Y cómo iba a decirles que no a los milicos en esos tiempos? Jugué muchos años en ese equipo, que se había armado para campeonatos de “Fútbol Siete” acá por la zona... Había jugadores de Bell Ville, de Villa María, de todos lados… Al José Carlos también lo llevaron… Me acuerdo que teníamos una camiseta que decía “Ejército Argentino”; y cuando entrábamos a la cancha, nos ponían la marcha “Avenida de las Camelias”… La primera vez que jugué, ni nos hablaron de plata… Pero cuando terminamos, se me acercó un oficial y me dio un sobre: “Acá está la paga, Rodríguez”, me dijo. No era mucho pero a mí me ayudaba un montón. Yo ya tenía a los chicos, el Enzo y la Érica. Y esa era una buena changa para los fines de semana…
Me llama profundamente la atención que, cuando “Pirucho” habla de fútbol, siempre mencione la paga por encima de la pasión por jugar. Quisiera preguntarle pero él, dejando el café sobre la mesa, se adelanta a mis pensamientos.
“Yo siempre jugué al fútbol como un trabajo… Cuando te quedás solo a los diez años, te das cuenta que la vida no es otra cosa que eso, trabajo y más trabajo… No tenés chances de estudiar sino que vivís para que no le falte nada a tu mamá, a tu mujer y a tus chicos… Aunque la Elba ha trabajado toda la vida; y mucho más que yo (risas)… Tal vez por eso es que…” -Y sin decir nada, “Pirucho” mira de reojo el ícono de Evita, el mismo que resplandece tras su cabeza y le pone una súbita aureola de cuarenta wats; como si fuera un apóstol del pasado.
“Comé torta, pibe… Comé que está buenísima”, me dice mi entrevistado, cambiando de tema. Y, efectivamente, la pastafrola de doña Elba es el mejor de los panes de cara a la Pascua; y acaso también de cara a todos los festejos de la gente que se ganado trabajando todo lo que tiene.
SIMPLEMENTE “CEBOLLA”
Al escuchar a “Pirucho”, uno pensaría que es hijo único. Pero nada más alejado de la realidad. Es el último sobreviviente de una dinastía de “cracks”, el último retoño de una docena de hermanos de los cuales muchos brillaron en los primeros equipos de Talleres: el “Municaco” (Anastacio Ricardo), el “Mundo” (Reymundo), el “Cebolla” (Hipólito Francisco)…
De todos, el que más me intriga es el “Cebolla”; acaso porque en él se condensa la tragedia de los pueblos que ya es mitología, la del jugador de un talento extraordinario que no pudo (o no quiso, o no supo) dar el salto al estrellato.
Mi recuerdo del “Cebolla” viene de mi infancia también. Todavía lo veo con ropa azul de fajina, sentado en el cordón de los “oficios varios”, como le decían en el pueblo al sindicato de los changarines. Alguien me dijo una vez, señalándomelo a él: “¿Vos sabés que ese hombre jugó en Newells?”. Yo no lo podía creer y una tarde, rompiendo mi timidez de chico de doce años, me acerqué al cordón y se lo pregunté. (Ahora que lo pienso, debe haber sido la primera entrevista que hice en mi vida). Y el “Cebolla”, sacándose la gorra me contestó con mucho respeto, como si de hecho fuera una nota para El Gráfico. Me dijo que sí, que había jugado en Newells algunos partidos; y cuando le pregunté si había metido algún gol, me dijo: “Una tarde salimos dos a dos con Unión y yo metí los dos”. Su voz me lo sigue diciendo todavía, en el disco duro de mi memoria, cuarenta años después. Pero el “Cebolla” moriría en 1988 y yo ya no tendría chances de repreguntas. Era el fin de la conferencia de prensa.
-Todos dicen que tu hermano fue el mejor jugador en la historia del pueblo… ¿Es así?
-Te lo puedo asegurar… Yo nunca vi un jugador igual… Y mirá que he visto buenos jugadores acá, eh?… El “Cebolla” jugó para Newells y Central Córdoba de Rosario. Y cuando yo jugaba los torneos Evita, a él se lo quisieron llevar a Colombia. Pero no quiso ir porque le tenía miedo al avión... Además, estaba muy metido con la novia del pueblo. Así que un día dejó todo y se volvió… Acá jugó en Sarmiento de Villa María y en Leones… Pero después empezó a tomar… Daba lástima verlo… Dejó el fútbol a los 25 años…
-Y murió muy joven también…
- No llegó a cumplir los 60… Al último daba pena verlo… A veces, a mí me salía una changa para pintar una casa y lo llamaba… Pero él se venía con la botella en una bolsa, y un día le dije que no podíamos seguir así, que iba a perder el trabajo yo… Al último vivía, con mi mamá y ahí murió… Pero comé torta, pibe, comé… ¿No te gusta?
Pero yo me he quedado pensando en lo que pudo haber sido la vida del “Cebolla” si hubiera ido a Colombia en tiempos de la gran huelga del ´49… Acaso hubiera compartido cancha con Distéfano, Pedernera o “Pipo” Rossi, y de ahí, quién sabe… Luego pensé en Miriam, su hija, radicada hace años en Rosario, a quien hace poco pude contactar por teléfono y le pregunté por su viejo. “De él se muy poco, porque se separó de mi mamá cuando yo tenía dos años… Sé que después se deprimió mucho y tomaba. Yo después me vine acá a Rosario, donde me casé. Sólo tengo estas fotos ¿te sirven?” Y el envío de Miriam era una generosa remesa con postales coloreadas de Talleres, y algunas fotos de varios hermanos Rodríguez, entre los cuales estaba “Pirucho”. Se termina la historia del “Cebolla” como el café y la pastafrola y la entrevista.
SÓLO PARA SOBREVIVIENTES
Antes de irme, le pregunto a “Pirucho” por algún partido que recuerde.
“Uno a principios de los ´60… Jugamos contra un combinado de Rosario que trajo el “Licho” López. Para ellos jugaba Santaclara, Cobelli, Peloso… Nosotros armamos un equipo de Talleres con algunos refuerzos, pero se lo ganamos bien. No me acuerdo el resultado pero sí del equipo completo” -Y “Pirucho” me lo recita a la vieja usanza, el 2-3-5 de antaño - Al arco el “Cacho” Oviedo; atrás el “Negro Martínez y el “Cabrón” Quinteros; la línea media éramos el “Kerosén” Junco, el José Carlos Flores y yo. Y adelante el “Cacho” Arrieta, el “Cuchi” Luna, el “Gordo” Gheller, el “Chiquito” Palacios y el “Licho” López... También de un partido homenaje que jugamos en Leones contra Vicente de la Mata, que terminó por allá… Al poco tiempo nos quisieron llevar a probarme a Newells con el “Kerosén” y el “Cabrón”. Pero no fuimos porque no teníamos plata… Teníamos que pagar la nafta y todo los gastos del viaje… Después nos dijeron “menos mal que no fueron, porque había un montón para probarse y los ponían nada más que diez minutos…”
A pesar que lo suyo era el duro oficio de marcar, le pregunto por algún gol que recuerdoe. Y entonces, poniéndose de pie como un resorte, “Pirucho” me dice: “Fue en el equipo del ejército… Yo estaba de espaldas al arco de ellos… Nuestro arquero saca, la pelota me sobra y me pasa por arriba… Y entonces, sin mirar y para que no se me vaya alta, me tiro de chilena… Miro y veo la pelota entrando en el ángulo… Nunca en mi vida hice algo así… Cuando estaba en el piso, se me acerca el José Carlos y me dice: “qué golpazo que te pegaste, Negro… En el pueblo nadie te va a creer que metiste un gol así…” (risas)
-¿Y qué hiciste cuando te retiraste del fútbol?
-Empecé a jugar a las bochas, al principio por plata en el campo… Pero ojo, a la plata la ponían los otros…O sea que yo no iba a gasto porque no tenía… Si ganaba, me daban la comisión; si no, no ganaba pero tampoco perdía. Era una buena changa… Después, jugué “de blanco” y gané 47 campeonatos para Talleres… Ahora estoy jubilado de todo; del trabajo y del deporte… Así que ya no tengo más changas los fines de semana… (risas)
Repaso esta nota desde el principio, y me doy cuenta que quise escribir, sin suerte, que la vida de “Pirucho” Rodríguez fue un largo rosario laboral; uno que arrancó hace más de 70 años con las changas en el campo, siguió en partidos de fútbol que para él, más que en títulos, se contaban en jornadas laborales con sus horas extras, y continuó con la instalación de antenas de televisión, pintura de casas y una suplencia en el Banco Córdoba de la que aún se enorgullece. Pero luego me doy cuenta que ese punto de vista es sesgado, infinitamente más pobre que la verdad primera y última de su existencia. Y esa verdad me dice que ese hombre que está frente a mí, que ese hombre que me ha invitado a su casa a tomar el café y comer torta, que ese que pasó por los “oficios varios” de la vida es, ante todo, un sobreviviente; un uno de los tantos que hubo en el país en esos tiempos y uno de los pocos que quedan. Y que ayudar a los suyos ha sido y sigue siendo “la razón de su vida”.
Por eso, cuando tengo que partir, le pido una foto al lado de Evita, la mujer que le regaló el primer guardapolvo y le dio la oportunidad de tener su primer oficio.
“¿Está bien, acá?”, me dice. Le digo que sí, que está perfecto. Hago click con el celular y el velador me alumbra, de manera fugaz, la sonrisa de dos descamisados del cincuenta.




lunes, 18 de marzo de 2024

TALLERES DE BALLESTEROS, ALGUNA TARDE DEL ´46 O DEL ´47

 TALLERES DE BALLESTEROS, ALGUNA TARDE DEL ´46 O DEL ´47

Hace unos días me llegó al teléfono, como franqueada desde algún correo del olvido, una vieja foto de Talleres. No necesité mirarla demasiado para entender que era una de las primeras. Hubo dos datos que me llevaron a esa conclusión: el primero fue la imagen del doctor Juan Bautista Lafourcade entre los jugadores; el segundo, el diseño de las camisetas.
Vestido de riguroso negro y en misión de delegado, Lafourcade fue el primer secretario de Talleres y uno de los socios fundadores del club aquel 19 de abril de 1945. Antes, había sido intendente (1936-1940) coincidiendo con la gobernación de Sabattini. Su gestión fue (y acaso sigue siendo) la más importante en la historia de Ballesteros. Y es que en apenas cuatro años, no sólo encuadró las calles con cordones y calzadas sino que puso el primer servicio de regador, perimetró el predio del ferrocarril, abrió la avenida San Martín y colocó los cimientos de la nueva iglesia. Pero también atendió gratis desde su consultorio, a la gente con menos recursos del pueblo, fundando la incipiente clínica. Finalmente y a modo de testamento, dejó la obra por la cual aún se lo recuerda: el trazado del Boulevard Roque Sáenz Peña y sus canteros con estatuas y copas, a imagen y semejanza de Versalles. Fue su modo de dotar de arte y belleza una localidad perdida del sudeste, homenajeando la patria de sus abuelos.
En cuanto a las camisetas, aquella formación respetaba el escudo primordial del club: la bandera argentina vertical. Esto me hizo pensar que la foto sería del año ´45 pero no fue así. Y es que, esa misma tarde Juan Pablo Magnín, historiador del club y encargado de seguir las campañas de Talleres desde los ´90, me contó la historia.
“La primera camiseta de Talleres fue celeste, como la de Belgrano. Y con ese color jugó durante todo el primer año. La que vos me mandaste, vino un tiempo después. Así que esa foto debe ser del ´46 o ´47; pero no mucho más allá”.
Le pregunto a Juan Pablo si conoce a los jugadores de la foto y me dice que no, pero que intentará averiguar cotejándola con otras formaciones antiguas. Yo, más por el ADN de mi pueblo que por conocimiento archivístico, me atrevería a afirmar que el tercer jugador parado al lado de Lafourcade es “Municaco” Rodríguez, papá del “Mache” y abuelo de “Tin” (ex delantero y actual “enganche”), y quien tiene la pelota es “Putino” González (papá del “Quico”, del “Bicha” y del “Chipaca”, tres leyendas albiazules). También es posible que entre los “players” del pasado se cuenten la “Pantera” Muñoz (abuelo o tío-abuelo del “Genco” y el Estéban), algún Moré y acaso también “Lencho” Bustos; pero no estoy seguro. De momento, es todo lo que puedo conjeturar mientras aquellos jugadores me sonríen, desde viejas canchas de la memoria.
Sin embargo, lo más importante de esta foto es que no vino de ningún buzón del olvido, sino que quien me la envió fue Enrique Guerrero, sobrino del doctor Laforucade e hijo de Nieve Guerrero, uno de los fundadores del club.
Radicado en Río Cuarto tras abandonar Ballesteros y luego Guatimozin, Enrique nació el mismo año que el club. Su mamá, Vicenta Hernández, era hermana melliza de Flora Hernández (1921-2014), la mujer que cuidó del doctor Lafourcade hasta su muerte en 1973. Lafourcade había nacido en Devoto, Provincia de Córdoba, en 1893. Y tras recibirse de médico, se había radicado en Ballesteros.
Le pregunto a Enrique si no me puede mandar esa foto en mejor calidad, ya que se trata de una joya absoluta no sólo para la historia del club sino también para la del pueblo. Pero me dice que lamentablemente no la tiene, que la foto pertenece a su hermano Antonio (“Maderita”) que vive en Venado Tuerto y que un día se la mandó por celular; pero que intentará conseguírmela de todos modos. Se la encargo una vez más. Y es que, durante el armado del libro que pude publicar en 2021 (“Ballesterenses/ Crónicas de un pueblo a orillas del Pozanjón”) siempre choqué con la misma dificultad: la de conseguir imágenes. Sencillamente, las fotos del pasado habían desaparecido.
“Estaban ahí hasta no hacía mucho”, me decían. Pero lo cierto es que se las había tragado la tierra o el olvido.
Por esa razón es que quise socializar esta imagen. Porque a pesar de su baja calidad en “pixels”, soy consciente de su altísimo valor documental. Y tengo miedo, una vez más, que se pierda; que alguien me diga un día “estaba ahí pero se la tragó la tierra”.
Pero también, y sobre todo, la quiero publicar como agradecimiento brutal a don Enrique, quien una tarde de marzo se acordó de mí y me mandó esa imagen maravillosa.
“Hola, Iván… Esta la tenés?” me había escrito.
Ahora sí que la tengo, Enrique… Y gracias a vos pude estar un rato en aquel partido del ´46 o del ´47; como cuando de chico me subía al cartel para mirar esos partidos que ahora son el pasado; esos clásicos del ´80 donde Talleres estaba formado por muchos hijos de esos jugadores en blanco y negro; esos que luego serían papás de los jugadores del presentes y que hoy posan ante los celulares con la misma sonrisa de hace ochenta años, para ser memoria y nunca olvido.
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POSDATA
Gracias a la ayuda invalorable de Walter "Mache" Rodríguez, Néstor Rodríguez, Miguel Ángel Cavallo, Cristina López y Gerardo "Pirucho" Rodríguez, pude reconstruir casi todo el plante de la foto. Helos aquí:
PARADOS: "Tata" Díaz, arquero; Muñoz?; Anastacio Ricardo "Municaco" Rodríguez; doctor Juan Bautista Lafourcade, delegado; "Sito" Martellono Tosello y el "Negro" Nieto (jugador de Ballesteros Sud).
AGACHADOS: Hipólito Francisco "Cebolla" Rodríguez, Víctor López (con boina), Reimundo "Mundo" Rodríguez (con la pelota), el "Zurdo" Carlomagno y Cardeña?.
Vale decir que hay tres hermanos Rodríguez titulares en el mismo equipo.
Agradeceré a todos los que puedan aportar más datos sobre esta foto!!! Y también a los que me puedan mandar material similar del fútbol en el club Talleres de los primeros años. Saludos!


sábado, 2 de marzo de 2024

El tren de pasajeros… “Vida en la estación”

 El tren de pasajeros… “Vida en la estación”

Ocurría allá por los años de la década del treinta… a las once y treinta, el que llegaba de Córdoba… una hora después, el que procedía de Rosario. La estación cobraba vida inusitadamente con agitadas actividades, en los pocos minutos durante los cuales se detenían los trenes frente a ella: Bajaban y subían pasajeros, los consabidos saludos a quienes llegaban y/o partían. El personal ferroviario, cada uno en su rol, cumplía tareas diversas: recibían encomiendas y pequeñas cargas que bajaban del vagón correspondiente, despachaban las que habían recibido de parte de los habitantes de Ballesteros; otros se ocupaban de revisar los tacos del freno y cualquier otra actividad que demandara la situación.
Los carteros entregaban la correspondencia y receptaban la que llegaba, la de última hora podía ser despachada en el coche postal del Correo. El diarero pregonaba los títulos sobresalientes del día, el vendedor de lotería hacía lo propio ofreciendo los distintos billetes… el de pescado descendía con su canasta cargada con mercadería del río Paraná, procedía del Mercado de Rosario. En fin… un verdadero mercado persa en miniatura. El agente de la Policía controlaba atento. El guarda, reloj en mano y el silbato preparado, aguardaba la orden de partida que el Jefe de la Estación daba con el tañido de la campana. Ésta estaba suspendida de una cadena frente al reloj sobre la pared que daba al andén.
De inmediato sonaba el silbato y con el banderín verde el guarda daba vía libre y el tren partía.
Se desparramaba la concurrencia… el andén quedaba desierto. Sólo quedaban los más ansiosos, entre ellos algunos niños, cuando en sus casas esperaban alguna encomienda o correspondencia; los mayores, suscriptores de distintos diarios… todos se dirigían hacia el viejo Correo situado en Avenida San Martín y callejón Libertad.
A las 22:30 llegaba el nocturno desde Córdoba… el espectáculo tenía otras motivaciones. En invierno sólo concurrían quienes esperaban algún pasajero. En cálidas noches de primavera o verano se poblaba el andén, convertido en un paseo dentro de las pocas distracciones de un tiempo distinto. Sucesos de Ballesteros… en su etapa embrionaria.