HOTEL ITALIANO PARA EL BALLESTEROS DE 1900
///ENTREVISTA A FRANCISCO “PANCHI” MIRGONE///
Por Iván Wielikosielec
Hace un par de años y cuando aún vivía en el pueblo, mi vecino Gastón me prestó unas herramientas. Ambos estábamos abocados a la albañilería. Yo, transformando las ruinas de una tienda en un monoambiente; él, construyendo un departamento en la parte trasera de lo que alguna vez fuera “Casa Zinna”.
Gastón me hizo pasar y, atravesando el salón de lo que fuera aquel comercio esplendoroso, llegamos a la puerta del fondo. Yo nunca supe lo que había detrás, ni siquiera en las más exóticas especulaciones de la infancia. Y cuando Gastón la abrió, aquella escenografía superó ampliamente la imaginación de un niño. Y es que entramos a un recinto del pasado; a un polvoriento salón de lo que alguna vez fuera un hotel y que, desde hacía ochenta años estaba clausurado. Sin embargo, algo permanecía intacto. La amplitud de un viejo zaguán, los tirantes del techo y también el número en el dintel de las habitaciones; esos óvalos pequeños, esmaltados de blanco donde se leía “uno”, “dos” o “seis” en negro. Exóticas fichas clavadas desde hacía más de un siglo en una pinotea oliendo a lluvia.
¿Qué hombres y mujeres se habían alojado allí? ¿De dónde venían? ¿Qué buscaban en Ballesteros? ¿Cuántos durmieron esa sola noche en el pueblo y cuántos volvieron después? ¿Cuántos sintieron la voz del conserje que les decía “habitación seis, señor” y dándole una llave dorada como una tea, les habría una puerta en la oscuridad?
Y lo más curioso de todo: ¿por qué tuve el recuerdo fugaz de algo “ya vivido”?
No lo supe en el momento pero sí al salir a calle; como si un egiptólogo no pudiera pensar con claridad en el vientre de una pirámide.
Recordé que ahí, precisamente, se había levantado el “hotel de los Mirgone”, como le decían en el pueblo. Y que alguna vez había visto una maravillosa foto de su construcción. Los Mirgone eran, además, parientes de mi madre. Y ella, en alguna lenta siesta del pueblo, me debe haber hablado de aquel salón y aquellas piezas que me parecían tan lejanas como El Cairo pero que estaban en la misma manzana de nuestra casa.
FOTOS DE OTRO SIGLO
Pasó mucho tiempo cuando le pregunté a Francisco Mirgone (primo hermano, efectivamente, de mi madre) si tenía fotos de aquel hotel y si me podía contar su historia. “Con todo gusto” me dijo por teléfono.
Al otro día nos reuníamos en un bar y “Panchi” exhumó de una carpeta un montón de maravillas reveladas en emulsión de plata. Y entre esas fotos estaba, precisamente, aquella que viera yo varios años atrás; la de dos hombres posando con bigotes a lo Humberto Primo ante dos pilas de arena en la vereda. Estaban en la Roque Sáenz Peña cuando aún no era un bulevar y “Casa Zinna” no era un negocio de electrodomésticos sino una enorme fachada de ladrillos.
“Esos que ves ahí, son dos italianos… -me dice Panchi- Uno es mi abuelo, Severino Mirgone. Y el otro es su suegro, Andrea Peraldo, el padre de mi abuela Julia, es decir, mi bisabuelo."
"Mi abuelo Severino era de la región de Alessandria y había nacido en 1874. El papá de mi abuela, en cambio, era de Torre Pellice, un pueblito muy cerca de Torino y la frontera de Francia. Como su esposa era francesa también, y mi abuelo de joven tenía barba muy larga, yo pensé que posiblemente ambos fueran valdenses. Y es que muchos de los franceses que practicaban esa religión se tuvieron que escapar a Italia, perseguidos por la Iglesia. Y la zona de Torre Pellice era parada obligatoria. Esa foto que ves, es durante la construcción del hotel, entre 1902 y 1905”.
No dejo de pensar, con cierta ironía, en un valdense construyendo una casa al lado de la iglesia. Y que en un pueblo perdido a comienzos del siglo veinte y al otro lado del océano ya nadie lo perseguía. Había libertad de culto y en el fondo, a nadie le importaba el credo o la filosofía del vecino. Nada de eso tenía valor en un país naciente en medio de la pampa desnuda.
Entonces le pregunto a “Panchi” cómo es que su abuelo llegó a Ballesteros y, por toda respuesta, me relata una historia.
HISTORIA DE UN ÉXODO
“Mi bisabuelo materno vino primero a Leones y de Leones, a trabajar en el campo de Ballesteros. Pero luego, su hija Julia se casó con mi abuelo Severino, que ya estaba acá. Mi abuelo había llegado primero a Bell Ville, donde estaba su hermano Juan, que se había puesto una fonda; es lo que luego sería el Hotel Italia, que todavía existe. Este hermano había llegado a Bell Ville en 1895, y aparentemente mi abuelo se vino poco tiempo después, apenas terminado el servicio militar”.
-¿Qué era exactamente una fonda en aquel entonces?
-Era un lugar donde daban de comer y dormir, pero a la vez era almacén con despacho de bebidas. Los hombres que se bajaban a comprar, siempre se tomaban algo y jugaban a las cartas. Y dejaban a las mujeres esperando en el sulki. Y mi abuela, como le daba pena ver a esas mujeres, las hacía pasar a la cocina y les daba algo de tomar mientras charlaban; por eso ella era muy querida. Pero a los pocos años, mi abuelo y mi abuela dejan Bell Ville y se vienen a Ballesteros a poner el hotel. Digamos que ya tenían experiencia en el rubro...
-¿Y era el único hotel del pueblo?
- ¡Noooo! ¡En esos tiempos había tres hoteles en Ballesteros! Estaba el de los Borio y también el de los Pucetti. El pueblo tenía una movilidad distinta y todo dependía del tren. De hecho, uno de los hoteles estaba en el Bulevar Irigoyen, al frente de la estación.
-¿Y hasta cuándo tienen el hotel tu abuelo y tu papá?
-Mi abuelo fallece en el año ´28, cuando mi viejo tenía 19 años. Así que con su hermano Andrés, que era tres años mayor, se hacen cargo. Lo tienen unos 15 años más hasta que deciden cerrarlo en el ´44...
-¿Por qué?
-Porque se había inaugurado la nueva ruta 9 y el ferrocarril había dejado de tener protagonismo. De hecho, toda la dinámica del pueblo cambió... Mi viejo me contaba que apenas pasó la ruta en el ´39 o el ´40, él le había planteado a su hermano vender el hotel, pero Andrés no aceptó. Sin embargo, al final, lo llevaron a remate y se fueron a Rosario. De hecho, mi hermana Alba nació allá, en ese mismo año. En Rosario, mis viejos y mi tío concesionaron el Club Provincial, pero nos contaban que era muchísimo trabajo y al poco tiempo se vuelven porque se les terminó la concesión. Mi tío se va a trabajar a la fábrica Minetti, cerca de Córdoba y mis viejos se instalan otra vez en Ballesteros.
-Y ya no se ponen un hotel…
-¡No! (risas) Esta vez no... Al poco tiempo, y durante las intendencia de Maximiliano Bauck y Miguel Davicco, que eran peronistas, mi viejo fue secretario de la Municipalidad. Pero en el ´55 y tras el golpe de Estado, los echan a todos. Tres años después, en 1958, mi padre entra como juez de paz. Después, con toda la familia, nos trasladamos a Villa María, donde mi papá fallece en 1976 a los 67 años.
NOSTALGIAS DEL “20 DE SEPTIEMBRE”
-¿Quiénes venían al hotel?
-Gente de todo tipo y de todas partes. Sobre todo trabajadores e ingenieros del ferrocarril, ingleses que se quedaban un tiempo y alguna gente de paso. Una vez estuvo Hugo del Carril porque se le había roto el auto... Así que se lo dejó a mi papá, que se lo arregló y luego se lo llevó hasta Córdoba. Hugo del Carril se había ido en tren porque tenía que actuar…
-En una palabra, “para un peronista no hubo nada mejor…
-…que otro peronista! (risas) ¡Nooo! En ese tiempo había mucha gente de bien que lo único que quería era ayudar y servir al prójimo, independientemente del partido político…
-En el pueblo, todos le dicen “el hotel de los Mirgone” ¿Tenía algún nombre?
-Sí… Se llamaba 17 de septiembre o 20 de septiembre, como el aniversario de Italia… No me acuerdo bien… Lo que sí te puedo decir, es que el hotel pasó por distintas etapas ¿Ves en esta foto? Había techos de tirantes pero después fue remodelado. Un amigo de mi abuelo, que era artista plástico de Bell Ville, le había pintado todo el estucado… ¿Ves? ¿Lo ves en esta foto?
-Podría haber sido un hotel italiano ¿no?
-Es que “era” un hotel italiano, aunque estaba en pleno Ballesteros...
-¿Te queda alguna nostalgia de aquel lugar?
-Sí, todas estas fotos… Y también los relatos de mi viejo y de mi abuela, que todavía recuerdo… Eso fue para todos nosotros aquel hotel, una tradición oral y familiar… ¿Por qué me lo preguntás?
Quisiera decirle que porque yo también tengo una nostalgia por ese lugar que jamás conocí y que estaba en la misma manzana de mi casa; pero es un sentimiento que no sé de dónde me viene. Ese hotel con piezas derruidas que aún se mantiene en pie y que una tarde me mostró Gastón, casi sin querer.
Vuelvo a bajar como un egiptólogo a las catacumbas de la melancolía, cuando alguien me dice: “habitación número seis, señor”. Y me doy vuelta para recoger la llave y abrir, una vez más, las puertas del olvido.
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