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miércoles, 16 de noviembre de 2022

ESCUELA RURAL DE “LA HERRADURA” -GÉNESIS DE UN MILAGRO EN EL DESIERTO

 ESCUELA RURAL DE “LA HERRADURA”

-GÉNESIS DE UN MILAGRO EN EL DESIERTO-

Por Iván Wielikosielec












Los alambres se entrechocan contra el caño con como si afilaran lejanos cuchillos. Y en lo alto del mástil, la bandera flamea con rumor de ropa al viento; vela de un barco que se hace a la inmensidad de un mar donde en vez de barcos hay tractores y los únicos transatlánticos son galpones en la distancia. Y acaso "la escuelita" en el fondo sea eso; un arca que hace 116 años ancló en esta llanura como aquella otra nave bíblica que, una vez encallada en un monte, fue la primera escuela humana tras el diluvio.


Si pienso todo esto es porque en el patio vacío, el calor es digno de un desierto; y la bandera parece decir, en su rumoroso lenguaje de ropa tendida, que “esto también es la patria”. Y porque pido a Dios que llueva pronto y apague todo este calor con un diluvio. Pero lejos de escuchar una voz desde las nubes, quien me habla es la profe Stella Maris. 


-¡Vení que te estamos esperando! 


Una vez adentro, Stella Maris me presenta a la preceptora Mica (Micaela Sierra), a la profe Meli (Melisa Sosa) y al profe Pedro (Olmedo); que junto a su esposa son, en cierto modo, el “alma matter” de la escuela. 


-El sólo vino de visitas… Quería conocer la escuela y lo traje, así que cuéntenle un poco -les dice mi amiga, y se va a dar su clase de Historia. 


Tras una breve charla, Mica me dice que debe tomar lista y Meli se va a su curso. Pedro, en cambio, me da unos minutos más de su tiempo y nos quedamos en la salita de recepción. Y cuando me empieza a contar sobre los inicios del colegio, le digo que espere un segundo y saco mi grabador. Él se ríe y yo me disculpo por mi manía periodística. “Ahora sí, Pedro, te escucho”…


CUANDO "ESCUELA" ES IGUAL A "FAMILIA"


“Te decía que la escuela arrancó en el 2004 con apenas cinco chicos... De hecho, empezamos no como escuela sino como CBU rural, dependiente del IPET de Ballesteros... Ahora dependemos del Manuel Belgrano de Bell Ville y somos el IPEM 290 Anexo La Herradura... En aquel tiempo, teníamos una maestra tutora que a su vez era la directora. Y también veníamos algunos profes que les dábamos las distintas materias. Los primeros alumnos fueron nuestros mellizos, los hijos de la Jor (Jorgelina Capra) y míos. También venía una chica que falleció en un accidente y otro chico de 17 años que trabajaba en el tambo con el padre… Después de las vacaciones, se incorporaron más alumnos. Y el milagro fue que en el 2006 ya teníamos treinta … Habían empezado a venir de Ballesteros Sud y de Ballesteros Norte. Hoy tenemos 130 alumnos, un número que no esperábamos ni en sueños…


-Tanto vos como Jorgelina son los únicos profes que viven acá y, en cierto modo, son los fundadores del secundario…

-Algo así (risas)… Pero mirá, todo esto fue providencial… -dice Pedro, acaso porque no puede poner un calificativo que no sea bíblico para explicar lo que pasó en estos casi veinte años- Nos acabábamos de recibir en Las Rosarinas de Villa María; yo de profesor de literatura y la Jor de trabajadora social. No era fácil conseguir trabajo y a la vez nos queríamos ir de la ciudad. Y apenas llegamos a La Herradura, nos miramos y nos dijimos: “¡Este es el lugar!”, como quien dice “¡Acá está la tierra prometida!”… 


-Y apareció la casa…

-Sí... Eso fue el año anterior, en el 2003… ¡Pero no sabés la ruina que era! Esa casa había sido una fábrica y estaba abandonada desde hacía cincuenta años… Había alimañas, peludos, raíces de eucaliptus en los techos… Lo que te puedas imaginar… Y gracias al padre Fabián Gili, que es de acá, nos enteramos que la fábrica pertenecía a Saputo, de la firma Pérez Companc. Y como ese grupo empresarial tiene relación con la Iglesia, el padre Fabian junto al padre Alberto Bustamante, empezaron a moverse para que nos cedieran el lugar. 


-Y por lo visto, lo consiguieron...

-Sí, por suerte... Pero faltaba lo más duro. A la casa la reconstruimos de cero y toda con material reciclado… Madera de tarimas, postes de luz en desuso… Me acuerdo de un viaje que hicimos hasta Córdoba y nos trajimos cien postes de Cablevisión y terminamos los techos…. La gente de acá nos donó chapas y a la mano de obra la puso la parroquia del Padre Hugo, en Villa Nueva… Gente muy acostumbrada a ayudar y dar una mano al prójimo... 


-Y la casa se volvió escuela y la escuela se volvió casa…

-La escuela funcionaba ya, pero en 2005 nos instalamos definitivamente y nos convertimos en “familia de acogida”. O sea que le dábamos cama y comida a los alumnos que se quedaban de lunes a viernes… La mayoría, eran chicos judicializados que venían de Villa María y con una situación social muy complicada. Algunos estaban a la deriva; otros, tenían la mamá o el papá presos… Nuestra idea era ayudar a esas familias…


-¿Cómo explicás que en un lugar tan apartado haya un colegio secundario exitoso?

-Se lo debemos a la Iglesia y a todos los vecinos de La Herradura que trabajaron sin parar… El ex intendente de Ballesteros Sud, Boaglio, siempre me decía: "durante mi gestión no paré de pedir un secundario y nunca me dieron bolilla… Y ustedes, con una sola carta, lo tuvieron…” (risas) ¡Pero no fue la cartita nuestra sino los contactos que hizo el padre Alberto Bustamante! Él fue fundamental para conseguirnos esta casa y hacerla abierta para todos…


-Contáme sobre el funcionamiento de la escuela y su población…

-La escuela es de jornada simple con orientación en agroambiente, pero algunas mañanas funcionan talleres en nuestra casa. Uno es de literatura y lo dicta la escritora Marina Jiménez. El otro es de Huerta y lo da mi hija Natalia, que estudia Zootecnia en Córdoba y viene cada fin de semana. En cuanto a la población, la escuela tiene un treinta por ciento de alumnos de la zona rural por los tambos. Los otros chicos vienen de Ballesteros y Ballesteros Sud, y hay varios de Villa María también; dos de ellos con la currícula adaptada. También tenemos ocho chicos de la comunidad boliviana provenientes de los cortaderos de Ballesteros Sud. Hay dos colectivos que llevan y traen los chicos todos los días, y ese es un milagro también…


-O sea que, mientras hay clases, La Herradura duplica su número de habitantes…

-O los triplica… (risas). Pero también hay chicos que vienen a la huerta los sábados. Hacemos algarrobos y le damos a la gente del lugar, ya que hay una ley provincial que obliga a todos los campos a sembrar el tres por ciento de su superficie con especies nativas… En cuanto a las materias, tenemos lo clásico; cinco horas de Lengua y cinco de Matemática de primero a tercer año. Desde cuarto, ya hay materias técnicas específicas; dictadas por varios ingenieros agrónomos del plantel…


-¿Cómo es la relación de ustedes con la gente del pueblo?

-Es muy buena porque los habitantes de La Herradura quieren mucho este lugar. Y de hecho, lo tienen en condiciones excelentes… Yo siempre digo que acá estamos en un country (risas), en un cruce estratégico entre los dos Ballesteros, Villa Nueva, Ausonia, Villa María y Cárcano… Y los caminos están muy buenos porque los dueños de los campos crearon un consorcio que los mantiene… Además, acá no hay soja. Es la cuarta generación de tamberos y quieren mucho el lugar y la tierra. Las familias históricas como los Gili, los Frosasco, los Giovana o los Boaglio, no se han ido nunca ni creo que se vayan… Y apoyan mucho la escuela porque todos estudiaron acá, en la Ingeniero Aníbal V. Sánchez, que es la primaria…


Pedro se da cuenta que debe entrar a su clase y, cuando empieza a charlar con los chicos de cuarto año, le saco algunas fotos desde la puerta, para no importunar la clase. Luego camino por la escuela como un “zombie” en una casa abandonada. Por suerte, paso desapercibido. Pero cuando algún chico me mira, me sonríe. Como si en el campo, los seres humanos sólo estuvieran interesados en comunicarse con sus semejantes para transmitirle aceptación y empatía.


EN LA CAPILLA


Vuelvo al patio vacío y una vez más escucho el viento y los cables en el mástil. La profe Stella Maris me dice: “Vamos a la casa de la Jor así la conocés”. 


Jorgelina Capra es de mi pueblo, y hace exactamente 40 años que no hablo con ella; desde alguna tarde en el primario de Ballesteros. Le doy un abrazo y no puedo creer que aquella nena ahora sea esta mujer madura de cabello lacio y algo encanecido, madre de 9 hijos y ama de llaves de una familia de acogida. Y, sobre todo, profe de un lugar donde cada día se produce el milagro de poblar durante seis horas el campo.


Jorgelina me completa la historia que inició su esposo y me dice cómo terminaron los techos. Luego me habla de los primeros chicos que al hospedarse en el hogar se convirtieron, también, en hijos (en más hijos todavía) de la escuela y de su casa. Luego me dice de las semillas de algarrobo que su hija trae cada fin de semana de Córdoba, de los talleres de Huerta y su idea de catalogar todas las especies en los bosques circundantes para hacer de La Herradura una reserva de “plantas nativas”. 


Pero como Jorgelina no sólo es el ama de llaves de la familia de acogida y la escuela sino también de la capilla; me invita a visitarla. Y entonces, atravesando un camino de algarrobos y paraísos, nos encaminamos al templo. Una vez allí, Jorgelina abre la enorme puerta de lata y entramos a un recinto alto y fresco, apenas iluminado por la luz azul y rosada de los vitrales; ojos que vierten el fulgor de la tarde y lo convierten en melancólicos caleidoscopios. Saco fotos de la capilla y de uno de esos vitrales. No he podido sacar buenas fotos en toda la tarde por timidez, pero ese “ojo” es la mejor. 


Le digo a Jorgelina, retomando mi idea, que esa capilla se parece a un arca. Ella sonríe y me cuenta de las misas que hay cada cuatro domingos, en las novenas y las procesiones del “gauchaje”, esos que cabalgan leguas enteras entre el polvo y al llegar se ponen el traje que traen doblado en la montura.


Al final de la visita, nos saludamos en la puerta. Jorgelina me dice que me esperan siempre y yo, que seguro volveré muy pronto. Stella Maris remonta el camino y me vuelvo para mirar esa fábrica que alguna vez fuera ruina y ahora es un hogar. Cuando pasamos por la escuela, el patio está vacío. Stella Maris me pregunta si quiero sacar alguna última foto antes de partir pero le digo que no, que lo dejaré para la próxima. Desde el auto escucho los cables contra el mástil pero entonces, como una señal, suena el timbre. Los chicos salen al recreo y llenan el campo con sus voces y la tierra seca con sus colores. Saludan al auto de lejos y vuelve a haber milagro en el desierto.

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