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miércoles, 16 de noviembre de 2022

A 150 AÑOS DEL CAUTIVERIO DE CELSO

 A 150 AÑOS DEL CAUTIVERIO DE CELSO

Por Iván Wielikosielec






//Villamariense de nacimiento y ballesterense por familia, el doctor Carlos Caballero homenajeó a su abuelo en el cementerio de Ballesteros Sud y pidió por un museo en el pueblo//


El hombre que está enterrado en la tumba blanca y mira desde una foto color sepia, se parece demasiado al otro, al que acaba de llegar al cementerio y, casi como un rito, cuelga la bandera de la Nación Ranquel en la tapia. Ambos tienen la mirada lejana, tal vez cansada de hablar o de haberse quedado callado mucho tiempo. Como si tanto las palabras como el silencio al final se fundieran con el viento. Sin embargo, el hombre hará uso de la palabra. Y acaso a muchas de ellas (sobre todo a las araucanas) se las dicte su abuelo desde la tumba. Porque durante la media hora que dure su discurso (acaso la mejor clase de historia argentina a cielo abierto que se haya impartido allí en muchos años) ambos, nieto y abuelo, serán una misma entidad; una “aurea catena” que atraviesa el tiempo y trasciende la muerte.


UN RELATO QUE YA ES MITOLOGÍA


“Esta no es fecha para celebrar ni para entristecerse, sólo para recordar lo que hemos leído alguna vez; un drama en las pampas. Sólo que esta vez al drama le podemos poner cara, apellido y fechas”, dijo muy emocionado Carlos Caballero ante un escueto auditorio conformado por familiares, el secretario de gobierno de Ballesteros Sud Isidro Suárez, la legisladora provincial Graciela Sánchez de Martellono (en representación de Ballesteros) y algunos periodistas villamarienses.

“Siempre en nuestra familia existió el tema del cautiverio del abuelo –prosiguió Carlos- Pero yo tuve la suerte de poder investigar. Y lo que pasó fue que aquel día, como el de hoy  pero hace 150 años, fue que Celso estaba en la estancia de Martín Ramos, un pariente suyo en lo que hoy es La Remonta de Ordóñez, cuando ve que se mueve La Pampa, como se decía en aquella época. El abuelo tenía 15 años, sabe que es el malón pero se da cuenta que no puede regresar a la estancia. Y entonces se mete en una cañada. Pero su caballo se queda arriba con una piola y los indios se dan cuenta que hay alguien. Lo encuentran y lo suben porque al malón lo perseguían las tropas de Villa Nueva y de Bell Ville, que eran los acantonamientos militares. Pasan de noche por La Carlota, Celso ve las luces distantes y dice adiós a su madre y a la civilización, porque sabía que era casi imposible volver. Hicieron cien leguas al galope y al otro día llegaron a la toldería de Mariano Rosas, en Leubucó, La Pampa. Y el indio que lo tenía cautivo, un tal Ralco Arias, lo entrega; porque los indios hacían esos malones en sociedades para juntar caballada, aperos y lanzas y luego rendían cuentas. Celso está un tiempo allí y luego lo llevan a Poitahué”. 


CABALLEROS DE LA MEMORIA


“¿Qué hizo el abuelo con los ranqueles? Yo fui lanza principal de Pincén Chico y estuve en sus principales cargas, dice en el libro escrito por Ricardo Caballero; porque los cautivos tenían que participar en todas las correrías. Sus padres, por otro lado, no dejaron de reclamarlo. A esto lo encontré en el libro “Cartas de frontera”, de la historiadora Marcela Tamagnini. Allí había diez cartas donde mi bisabuelo, Nemesio Caballero, se dirigía a los curas del convento de San Francisco de Río Cuarto y a la Comandancia de Villa Mercedes pidiendo por su hijo. Mi abuelo regresa al pueblo tras un largo periplo, allá por 1890. Aquí ya casi nadie lo conoce y se siente triste, viejo, cansado y desconocido. Luego se casa con mi abuela, con quien era primo, y nacen sus tres hijos; el mayor, de 1904, fue mi padre... Unos años después, dos indios llegaron al pueblo a caballo en busca de Celso. Eran los hijos que había tenido con una mujer ranquel. A los muchachos le había pasado el dato un resero, que en ese tiempo llegaban con las tropas de las pampas a la cordillera. Le dijeron que su madre había preguntado por él y querían saber si necesitaba algo. Se quedaron unos días pero el abuelo les dijo que se iba a quedar porque este era su pueblo. Mi tía Emma, hermana de papá, contaba que sabía venir a casa un hombre a visitar a Celso con un paquete; se iban al fondo y hablaban un lenguaje que ella no entendía. Luego hacían fuego, tiraban alones de avestruz y los comían al rescoldo. Cuando ese hombre venía, había que llevarles una botella de vino y se quedaban ahí, charlando toda la tarde. Mi abuelo vivió en Ballesteros Sud hasta 1920 y murió en Villa en 1938, ciego de cataratas, en lo de su hija Emma. Celso nunca quiso hablar de su cautiverio. Venían a verlo periodistas de Buenos Aires y a veces decía algo. Pero a quien más le contó fue a su amigo, el doctor Ricardo Caballero, que en 1936 publicó “El cautiverio de Celso”. Ballesteros le debe a Ricardo su homenaje también; no sólo por haber sido vicegobernador de Santa Fe en 1914 sino por el escritor y médico que fue. Pero también Ballesteros Sud le debe a su comunidad un museo por ser, sin dudas, el pueblo con más historia de todo el sudeste cordobés. Porque cuando los viejos de mi generación se mueran, ¿quién les va a contar estas cosas a los más chicos? Saber la historia de un lugar es motivo de orgullo y permanencia. Quien ama Ballesteros Sud, no querrá irse nunca más de la tierra que vio nacer y morir a Celso y a Ricardo”.


IW

(15 noviembre 2022)

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