ALTA EN EL CIELO
(APUNTES SOBRE LA NUEVA BANDERA DE
BALLESTEROS)
Me alegró muchísimo saber que, desde
ayer, mi pueblo tiene bandera. Pero mi alegría fue mucho más grande cuando la
vi en una foto publicada por el Municipio. La bandera es, desde todo punto de
vista, muy hermosa; tanto en el diseño como en los colores y (por cierto) en su
simbolismo más profundo. Y desde esta sencilla página felicito y abrazo a su
creador, Cristian Bordón (“Quitano”, te pasaste!)
LA ENSEÑA QUE “QUITANO” NOS LEGÓ
En cierto modo, la bandera de
Ballesteros es “casi” una bandera argentina. Sólo que la franja inferior, en
vez de celeste es verde clara. Acaso recordando que fue en Ballesteros donde se
sembró por primera alfalfa en el país. Y ese verde claro, compuesto por los
colores azul, blanco y amarillo, está en fabulosa sintonía con las otras dos
franjas. En cuanto al símbolo central (el arco del pueblo bordado en dorado
bajo un sol, como un ojo que despierta) dialoga directamente con el escudo
creado por Sara Savio en 1980, pero también con la bandera argentina (por el
Sol de Mayo”) y la bandera de Córdoba (entre el sol y el arco de Ballesteros se
recorta la silueta medieval del arco de Córdoba).
Sin embargo y más allá de estos
detalles, lo más hermoso de la bandera es su impacto visual inmediato. Hay algo
de civilizado y de salvaje en su factura final. Acaso porque me recuerda a la
bandera de Hungría, con idénticas franjas inferiores verde y blanca que conocí
en el mundial ´78 juntando tapitas. Hungría me hipnotizaba por el apellido de
sus jugadores y por los gitanos, a los que también les decían “húngaros”. Y
luego por sus leyendas de monstruos y vampiros (la condesa Bathory,
descendiente de Drácula, y Matías Corvino, primo del conde), como sus
fascinantes puentes dividiendo Buda de Pest como si dividieran oriente de
occidente.
Pero también pensé en la bandera de
otro reino casi salvaje, Tayikistán, que con frajas verdes y blancas también,
tiene una corona bordada en dorado como la bandera de Cristian, y es un país
limítrofe y desconocido entre el sur de la ex Unión Soviética, Afganistán y la
China.
ÚLTIMO PUEBLO QUE HABLA “CORDOBÉS”
Y creo que Ballesteros comparte algo
de esos pueblos y esas banderas también. La extraña característica de ser un
pueblo de límites geográficos. Y es que sus vías demarcaron, en 1866, el norte
y el sur de aquella “Esquina de los Ballesteros” por donde pasaba el río y el
Camino Real. Y además fue mojón exacto entre “civilización y barbarie”; el
punto exacto hasta donde llegaba el malón y dónde se empezaba a estar “a
salvo”. Al menos para sembrar alfalfa.
Pero Ballesteros es, también, un
pueblo de límites lingüísticos y culturales. Y podría decirse a ciencia cierta
que “es el último pueblo del Este provincial” en donde se habla “cordobés
puro”. Porque en Bell Ville la cosa cambia ostentosamente y en San Marcos y
Leones ya se vuelve “dialecto rosarino”.
Ese “cordobés puro” que se habla en
mi pueblo es, sin dudas, el dialecto más “salvaje” de toda la provincia. El más
parecido al idioma de la capital pero con maravillosos giros gauchescos.
Digamos que el “dialecto ballesterense” es a los pueblos cordobeses lo que el
“dialecto uruguayo” es a los pueblos del Plata; una fabulosa y ancestral música
oriental. Y lo más hermoso es que ese registro de habla, de momento no ha sido
domesticado. De hecho, a nadie se le ocurriría hacer un programa de radio o de
televisión en “ballesterense hard-core”. Sí, en cambio, buscarían locutores de
Noetinger o Marcos Juárez, tonadas sin ninguna personalidad. E incluso los locutores
del pueblo debieron aprender a hablar en “neutro” por el micrófono (el “Negro”
Heredia, el “Cocho” Latino, el “Cefe” Santopolo o Emilce Sales son maravillosos
ejemplos). Pero no pasa así cuando ellos o cualquier ballesterense habla al pie
de calle. Allí, sabiéndolo o sin saber, cada ballesterense es un gran músico de
la lengua; utilizando miles de giros e inflexiones de una riqueza inagotable y
desconocida. Por eso es que me pareció un acierto tremendo ese espíritu “del
Este” en la bandera del pueblo. ¿No somos acaso los “orientales” de la
provincia? ¿No tenemos el mismo sol de uruguay en la bandera? ¿No somos la
capital espiritual y oculta del Sudeste más profundo?
EL COLOR DEL POZANJÓN (PROMESAS DEL
SUDESTE)
Cuando me enteré del concurso de la
bandera, también yo hice unos esbozos que no llegaron a nada. Esto fue hace un
par de años. Como Cristian, también imaginé (entre otros diseños) una suerte de
bandera argentina. Sólo que entre el verde y el celeste, yo hubiera puesto un
marrón-plateado: el color del Pozanjón al caer la tarde. Pero luego pensé que
esa franja sería una falacia, puesto que el Pozanjón no puede reducirse a un
color; acaso porque los tiene a todos y a la vez no es de ninguno.
El Pozanjón tiene algo de la
ancestral terracota del pantano sobre el cual se asienta, pero también algo del
siena jabonoso de los canales que desaguan, algo de la rojiza arcilla del óxido
que traen las lluvias del verano y un extraño azul ultramar marítimo en su
delicado lomo de otoño. Y sobre todo, el negro lodo removido por las vacas y
caballos de los Rivera pastando en sus orillas desde hace un siglo, como el
oscuro torbellino blanco que rezuma de sus napas más profundas, esas donde
hierve el arsénico y (dicen los ballesterenses) tiran manotazos los tentáculos
del océano. Y como los brazos de un pulpo cavaron un “ojo de mar” para mirar el
cielo desde ese punto del mundo.
Y en ese sentido, Ballesteros es,
también, un monstruo que vino del Este, como el océano. Ese monstruo que en el
pueblo no tiene forma ni color pero se vuelve pupila enloquecida en las aguas
de su laguna. Pupila que no tiene forma pero que acaso fue dibujada por primera
vez por Cristian. Lánguidas pestañas como un Sol de Mayo, pupilas de arco
apuntado bajo un sol naciente y mirada de cíclope esotérico. Ese que promete un
amanecer de luz y cultura como el antiquísimo sol de los jesuitas.
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