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domingo, 18 de septiembre de 2022

ROLANDO BUSTOS, MEMORIA LUMÍNICA DE BALLESTEROS

 ROLANDO BUSTOS, MEMORIA LUMÍNICA DE BALLESTEROS

Por Iván Wielikosielec














Sentado en el bar Por Iván Wielikosielec la YPF a contraluz del ventanal, Rolando recuerda otras luces; esas que ya no existen en el pueblo y que, si de casualidad volvieran a encenderse, no las vería tras la verde ceguera de sus anteojos. 


Las primeras son los siete focos que su padre, Domingo del Pilar Bustos, gestionó como secretario de gobierno de Florindo Rivera para las diez cuadras que iban a la rut

sábado, 10 de septiembre de 2022

BALLESTEROS SUD, 21 AÑOS ATRÁS

 BALLESTEROS SUD, 21 AÑOS ATRÁS

Por Iván Wielikosielec






















Ayer encontré, limpiando viejos archivos, la primera nota que hiciera en Ballesteros Sud. Fue en octubre del 2001 y la escribí para “Aquí Vivimos Villa María”. Aunque el centro de la revista era aquella ciudad, yo me había propuesto visibilizar sus alrededores, especialmente mi pueblo y su “hermano mayor” del sur. Y aunque leído 21 años después, mi texto me pareció bastante pobre, no me ocurrió lo mismo con la voz de los entrevistados. Mucho menos con las fotos que sacara Roberto Zayas. Y es que con el paso del tiempo, tanto los testimonios como las imágenes fueron tomando una fuerza inusitada, ganando un valor casi antropológico para mí. Y esas fueron las razones por las cuales aquella crónica no fue a parar a la basura.


Tengo recuerdos fugaces de aquella tarde de 2001. Me acuerdo, por ejemplo, cuando llegábamos a Ballesteros Sud en el auto de Roberto. Era una siesta de calor y de lejos se veía el puente, como una invitación a cruzar al otro lado del tiempo. Hacía siglos que yo no visitaba el pueblo; y lo encontré muy cambiado con respecto al de mi infancia. Eran pocas las casas antiguas que seguían en pie, y ya casi no quedaban árboles añosos en las veredas. Las primeras habían sido reemplazadas por viviendas de planes y los segundos, por plantitas de adorno. Los sulkys le habían dejado paso a los autos y los almacenes de ramos generales a los kioscos. Y aquel pueblo, que siempre me había parecido una sucursal del siglo diecinueve a cinco kilómetros de casa, entraba de pecho en el veintiuno.


Sin embargo, todavía quedaban vestigios de la historia y del pasado. Y de esas cosas quise dar cuenta en esa nota, al margen de un breve paneo de su vida social. Así, la primera postal humana que encontramos con Roberto, mereció su primera foto y mi primera entrevista. Y esto fue lo que escribí.


UNA SIESTA EN “LA VIEJA ESQUINA”


Tres de la tarde de un martes. Diego, Walter y Julián, de 21 años cada uno, acompañan a José Luis mientras pinta las letras del bar “La Vieja Esquina”. Saben que son la poca sangre joven que se quedó en el pueblo, junto con otro puñado de chicos que no llegan ni a la docena.


“Casi no hay juventud en Ballesteros Sud. Somos nosotros tres y una barrita de chicas que todavía no se han ido. A veces vamos todos a bailar a Idiazábal, Bell Ville, Morrison o Villa María” –comenta Diego.


“Acá trabajamos en lo que podemos y los únicos laburos que todavía quedan son la siembra de la soja y del trigo, descargar algún camión y pará de contar”, dice Walter con tranquila resignación. 


Mientras tanto José Luis, flaco y alto, con el pelo cortado a lo militar, prosigue en su labor de letrista y comenta: “Yo soy de acá pero vivo en Buenos Aires, en el partido de la Matanza donde trabajo de policía. Como ahora estoy de vacaciones, aprovecho y le doy una mano al otro José Luis, que es mi amigo”.


Entonces José Luis López, el nuevo consignatario del bar, nos abre la puerta y nos dice: “Pasen, muchachos”. Aunque el bar está desierto, es digno de atención el cariño que le ha puesto a la remodelación y al orden. Se lo digo. “Y… uno hace lo que puede… -dice con una mezcla de resignación y de orgullo- Como la situación está difícil, nos asociamos con un primo. Hacía cinco meses que la señora que atendía el bar lo dejó. El fin de semana mejora un poco porque en el club hay zona y vienen a jugar a las bochas de todos lados. A veces hay algún campeonato relámpago de fútbol y eso ayuda. Durante la semana, la cosa merma, pero igual vienen los clientes a tomar algo y juegan a las cartas. Demasiado para lo chico que es el pueblo…”


Antes de irnos, le pregunto a José Luis por el trabajo de las mujeres y me cuenta que la mayoría cose pelotas de fútbol. Me sugiere una casa y allá vamos.


COSEDORAS DE FÚTBOL


Yanina y Marcela están sentadas en el patio de ladrillos que da a la calle. Cada una se concentra en los cascos pentagonales que van uniendo con gran destreza y aguja mediante. Yanina ya tiene su pelota casi armada, mientras que Marcela está empezando una nueva.


“Acá, la mayoría de la gente cose fútbol –dice Yanina- Hay una señora de Ballesteros Norte que nos trae los cascos de Córdoba o Bell Ville y los armamos. Este es un trabajo por temporada y ahora hay mucho. Pero cuando empieza el invierno, casi no queda nada. Si tenés tiempo, podés coser a mano tres pelotas por día. En cambio si cosés con pinza, podés armarte alguno más. Nos están pagando $1,60 por pelota, pero el año pasado nos daban $2,40. Igual es uno de los pocos trabajos que hay acá y no es sólo para las mujeres. Hay muchos chicos que recién se casan y como no tienen trabajo, cosen también”.


Sin embargo, ellas no sólo sienten el rigor de la falta de empleo sino también el karma de haber quedado a trasmano del progreso, en un pueblo amenazado por el éxodo masivo.


“Hoy en día, la población de Ballesteros Sud está en 450 habitantes contando algunas colonias” comenta Marcela- “A la vez, el pueblo ha progresado con respecto a los últimos veinte años. Se pavimentaron las calles, se pusieron carteles con los nombres, se instaló el alumbrado público y se refaccionaron los edificios de la municipalidad y la iglesia”.


Amén de las mejoras, las chicas sienten que la situación laboral no ha cambiado en absoluto. “Al pueblo se le han hecho arreglos pero tendría que haber más empleo –señala Yanina- Hace un tiempo, se decía que iban a poner una fábrica para que trabajen las mujeres; que se iban a producir prendas de grafa para el campo... Pero al final, como siempre, no pasó nada. Hace veinte años que vivo acá y siento que la cosa está igual. Seguimos lejos de todo”.


Cuando le cuento a las chicas la idea de mi nota, me mandan de la jueza de paz. “Ella conoce mucho del pueblo y su historia”. Y cinco minutos después estamos golpeando su puerta.


“POR SU HISTORIA Y POR SU GENTE”


“A este pueblo le cuesta crecer porque la mayoría de la gente, cuando obtiene algún recurso, se va a otra parte. O sea que no deja su conocimiento ni su capital aquí”, comenta Eugenia Bópolo, la jovencísima jueza de paz de Ballesteros Sud- Además, estamos alejados cinco kilómetros de la ruta 9, que es por donde pasa todo; Aunque el primero en quitarnos los habitantes fue el ferrocarril, a 4 kilómetros. A la vera de esas vías nació Ballesteros Norte, y sus primeros habitantes fueron las personas que partieron de acá en busca de nuevos horizontes”.


-¿Cómo está el pueblo a nivel laboral?

-En  estos momentos tenemos una sola fábrica, que es la quesería de Heroles. Allí trabajan unas pocas familias del pueblo desde hace años. Por otra parte, nuestros chicos trabajan de lo que venga. Los que pueden estudiar, se van a Villa María, Bell Ville o Córdoba y generalmente ya no vuelven. Actualmente casi no hay profesionales en la localidad excepto el médico y los maestros de la escuela. El campo también está resentido porque se han traído máquinas. Y lo que antes hacían doce personas, ahora lo hacen dos. Por estos días, mucha gente se dedica a coser pelotas de fútbol como salida laboral.


-¿Y ayudas del gobierno?

-El año pasado todos nos ilusionamos con los Planes Trabajar, pero Ballesteros Sud no pudo acceder a ninguno. ¡Y era lógico! Acá no hay ninguna empresa que pueda emplear a los jóvenes o a los jefes de familia desocupados. Así que esa medida nos pasó de largo, como tantas otras cosas…


-Además de jueza de paz, dicen que conocés la historia del pueblo…

-La historia de Ballesteros Sud es muy atrapante y muy rica. Acá han vivido familias ilustres en las primeras estancias que se asentaron, mucho antes de la fundación del pueblo en 1828. Y porque próceres como Sarmiento, Belgrano y en especial el general José María Paz, hacen mención en más de una oportunidad a este lugar. Actualmente, estoy redactando unos trabajos sobre temas que me fascinan, pero voy de a poco.


-¿Cuándo asumiste como jueza?

-El 20 de junio pasado. Fue la primera en la historia que hay juzgado de paz aquí, y yo tengo el honor de ser la primera jueza. Todavía no tengo asignado un lugar, pero mientras tanto una señora amiga me prestó una piecita.


-¿Por qué se quedá en Ballesteros Sud Eugenia Bópolo?

-Por su historia y por su gente. En el pueblo hay mucha paz y mucho compañerismo. El único momento en que el pueblo se divide es cuando hay elecciones. Ahí tenés que tomar partido; o sos peronista o sos radical (risas). Pero eso dura una semana y después todo vuelve a la normalidad... 


21 AÑOS DESPUÉS


Cierro la revista y por alguna razón que desconozco, aquellas voces vuelven a mi cabeza con un eco lejano. Yo pensaba, por esos días, que el pueblo había cambiado completamente con respecto al de mi infancia; pero es mucho más lo que ha cambiado ahora con respecto al de ese octubre del 2021. Hoy casi ya no quedan casonas antiguas. El ancestral ladrillo visto del siglo diecinueve ha sido reemplazado por el revoque plástico de colores. Ya no se ven cosedoras de fútbol en la vereda y la esquina del viejo club Unión ha desaparecido para siempre. Sin embargo, algunas cosas siguen como ese entonces. La misma cantidad de habitantes y la misma jueza de paz; el mismo y maravilloso puente de 1908 y la escuela Julián Aguirre de 1909, que aquella tarde no pudimos visitar con Roberto por falta de tiempo (años después, yo haría muchas notas ahí, con las “seños” Gaby y Marisa). También se mantiene la capilla San Juan Bautista con su puerta tallada a golpes de hacha y sus hogueras del 24 de junio. Y el cementerio “indio” como una reliquia a cielo abierto en tiempos del malón. 


Pero lo que sigue absolutamente intacto en Ballesteros Sud, es el ancestral sentido de pertenencia de sus habitantes; ese que comparten junto a mitos y leyendas, donde el cautiverio de Celso Caballero allá por 1870, acaso sea el más importante.


Las voces dejan de hablar en mi cabeza y vuelve el silencio de esa siesta. Y luego, el motor del auto de Roberto que arranca.

Lo que también recuerdo de aquella tarde de hace 21 años, es haber hecho lo que hacía cada vez que atravesábamos el puente en la niñez; darme vueltas para ver el último pantallazo del pueblo antes de la curva; como si pudiera saludar de manera fugaz esa orilla del pasado.


IW