La Esquina de Ballesteros, siempre la habrán de encontrar, junto a la huella olvidada del Viejo Camino Real..... ( Mario Nicosia )
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lunes, 5 de noviembre de 2018
MARINA MACHADO - “Acá no podés repartir cartas si no te sabés el sobrenombre…”
Entrevista
a Marina Machado, la única empleada del correo en Ballesteros, un poblado del
interior argentino en donde a la gente sólo se la conoce por el apodo.
Marina Machado está a
cargo del correo de Ballesteros, Argentina.
El “Tikotá” y el
“Chispita”, el “Cajón Desclavado” y el “Sapo Cancionero”; el “Vino Chuelto” y
el “Ñiño Decente”, el “Kecho y Dulche” y el “Yuruca”. Hete aquí algunos de los
ballesterenses de los cuales todos, o casi todos, ignoran el nombre. Incluso la dirección postal y el
apellido.
Por eso es que a un
cartero “extranjero” le puede resultar tan difícil entregarle una carta a José Francisco Fernández (calle Anselmo
Vázquez sin número) como pedirle un autógrafo a Lionel Messi. Sencillamente
porque en Ballesteros, José Francisco Fernández no existe. Pero si alguien
pregunta “dónde vive el ´Pepino´ Fernández, todos le indicarán, e incluso lo
acompañarán hasta la puerta de su casa.
No. Nadie puede ser cartero ni policía ni intendente
en Ballesteros sin conocer el sobrenombre de
cada uno de sus habitantes. Porque allí radica su ADN más profundo, “la
identidad social” que lo configura como en ningún otro pueblo del planeta.
Y de eso puede dar
fe Marina Machado, villanovense de
nacimiento y, desde hace 9 años, ballesterense por adopción y única empleada
postal del pueblo
.
NYC
name here, “nacido y criado aquí”
“Llegué al pueblo
en noviembre de 2009, cuando me
trasladaron de la central de Villa María. Por ese entonces yo no conocía
Ballesteros. Así que un domingo le dije a mi marido “¿vamos a dar una vuelta
para ver mi nuevo lugar de trabajo”.
-¿Y cómo lo encontraste?
-Me pareció un pueblo
muy tranquilo y mucho más chico de lo que es en realidad. ¡Yo me creía que
Ballesteros se terminaba en la vía! (risas). Después descubrí que del otro lado
es todo un mundo. Acaso más complejo que el de este lado…
-¿Y empezaste a repartir sola?
-No. Los primeros
diez días me acompañó un cartero, pero después se fue y tuve que arregármelas.
Los primeros meses daba vueltas como loca y no
encontraba nada. Había un montón de correspondencia que decía el nombre de la persona
pero la dirección era “sin número”. Y cuando preguntaba, muy pocos conocían los
nombres de la gente o de las calles.
-¿Y cómo lo solucionaste?
-Fácil. Me tuve
que aprender el apodo de cada uno
(risas). Ese es el nombre que realmente vale. Acá no podés repartir cartas si
no sabés el sobrenombre de cada uno… (risas)
-¿Te acordás cuál fue la carta más difícil de
todas?
-Sí. Fue una vez tuve
que llevar una tarjeta de crédito atrás de la vía. ¡Estuve tres horas para
entregarla! No había forma de encontrar a esa persona porque nadie la conocía.
Primero renegué con la calle porque todos me decían “atrás de la vía las calles
no tienen nombre; es todo “zona Sur”. Yo creía que “Ballesteros Sud” era atrás
de la vía (risas). Hasta que una mujer me preguntó cuál era el segundo nombre
de la persona que buscaba. Y cuando se lo dije, me dijo “es mi hijo, pero
nosotros no le decimos así”. Y me dijo el sobrenombre. Imagináte… ¡Ni la madre conocía al hijo por su nombre!
-¿Es más difícil repartir en el pueblo que en la
ciudad?
-¡Mucho más difícil!
En Villa María está todo señalizado con calle y número, pero acá no; acá hay
que recorrer todo. Ahora estoy acostumbrada. En los últimos tiempos, por
suerte, se menciona más el nombre de las calles.
-¿Por qué?
-Tiene que ver
conque ha venido mucha gente de afuera. Y esa gente no te
dice “vivo al lado de tal y tal”. Se aprenden la calle y el número y te lo
dicen. Después, la gente que viene a mandar una carta documento o el descargo
de una multa, me piden que les haga el sobre. Y entonces les pregunto el nombre
y la dirección y me los aprendo. A los más chicos, recién les conozco el nombre
cuando vienen a mandar cartas para el “Plan Primer Paso”…
Un
pueblo con inmigrantes recientes
-Decías que ha venido mucha gente nueva a
Ballesteros ¿De dónde?
-De todos lados. Del
Chaco, de Formosa, de Entre Ríos, de Santa Fe, de Buenos Aires… Muchos se
vuelven pero también muchos se quedan y traen a la familia. Por lo que me
cuentan acá, eso es inédito. Parece que durante años no hubo ningún tipo de
inmigración en el pueblo…
-También hay una pequeña comunidad boliviana
¿Vienen al correo?
-No, no vienen porque
acá no tenemos servicio de Western Union. Y ellos suelen ir al correo
para mandar plata a su país. A eso lo vi en
Villa María.
-¿Cómo te arreglás con el reparto en la zona rural
andando en bicicleta?
-La correspondencia
queda acá y la retiran ellos. Una vez por semana vienen de las estancias
vecinas; “La Atalaya”, Bionet, “Santa Rita”…
-¿Y Ballesteros Sud?
-Con Ballesteros Sud
pasa lo mismo. Vengo temprano, clasifico la correspondencia y pasa el hombre de
la Unidad Postal que se la lleva. Después al mediodía, me trae el bolso y los
documentos de entrega.
-¿Qué pasa en el pueblo cuando Marina tiene
vacaciones?
-¡Ese es todo un
tema! Generalmente me cubren de otro lugar, pero ese empleado no reparte. Yo
les digo a todos que no voy a estar durante diez días, para que vengan a buscar la correspondencia los que reciben
siempre; que son la cooperativa, la Municipalidad, alunas empresas y las
fábricas de cadenas. Pero el teléfono no para de sonar cuando me voy. Yo igual
contesto. Es mi modo de seguir estando en el pueblo, al que siempre extraño…
Tienes
un e-mail
-Hoy el correo ha dejado de ser “de cartas” ¿Cómo
sobrevive?
-Repartimos mucho
para Mercado Libre, que ha vuelto al
Correo Argentino hace dos años. Los chicos compran todo por ahí. Hasta las
zapatillas. Todas las semanas reparto diez o doce paquetes pero la semana
pasada entregué 57. Desde hace unos años, el correo se ha convertido en servicio de paquetería y en logística de empresas que facturan, como Claro, Direct
TV o el Banco Nación.
-¿Y nadie mandó cartas jamás?
-Cuando llegué, había
una sola señora que se escribía cartas con una familia
amiga de Oncativo, pero después falleció. Hay algunos que se escriben a
sí mismos para mandarse postales cuando se van…
-¿Vendés filatelia?
-Mucho más de lo que
te puedas imaginar. Acá en el pueblo no hay muchos coleccionistas, pero cuando
aparecen sellos nuevos, los vienen a comprar. El Gastón Zinna es mi cliente número uno… (risas)
Pero también viene gente de afuera. Dicen que en los pueblos consiguen cosas
que en la ciudad están agotadas o que, sencillamente, no llegan por el uso de
la franqueadora. Ya ves que el pueblo tiene sus ventajas…
-¿Siempre quisiste trabajar en el correo?
-Si, toda la vida. De
hecho yo vengo de una familia de empleados. Mi abuelo fue “guarda hilos” de
telégrafo en Villa María y se llamaba Antonio
Machado, como el poeta. Después entró mi papá, que se jubiló hace tres años. Yo
podría haber entrado antes pero por ese entonces el correo estaba privatizado y
tuve que esperar. Se restatizó recién en 2003, en el gobierno de Néstor Kirchner. Yo ingresé en 2009 y a los pocos
meses ya estaba trabajando acá.
Media naranja y media vida
-¿Y qué me podés
decir de Ballesteros?
-Que le estoy más que
agradecida a la gente del pueblo porque del momento que me vine, todos me
abrieron las puertas de sus casas. Y no sólo en el reparto sino en el corazón.
-¿Cómo es esto?
-El primer día de
trabajo me vino a ver la “Tota” de la despensa,
y también doña Beba Tissera. Las dos se
presentaron, me dijeron que eran mis vecinas y que estaban a disposición para
lo que yo necesitara. Y siempre pude contar con ellas. Lamentablemente
fallecieron las dos. Ahora, la que es incondicional conmigo, es la Estela Maris, la hija de la “Tota”. Acá nunca tuve
problemas con nadie porque hay gente muy buena. A veces, en Villa Nueva, me dicen
“¿viste lo que pasó allá en tu
pueblo? (risas). Y tienen razón.
-Entonces, ¿este es tu pueblo?
-Ahora sí. Yo me
vendría a vivir acá mañana mismo pero tengo dos hijos adolescentes y no quieren
saber nada con dejar la escuela y los amigos de Villa Nueva. Yo sería muy feliz acá. Y de hecho lo soy durante
las doce horas diarias que dura mi trabajo. Durante ese medio día que es
también la mitad de mi vida entera…
Nota que hice con Marina Machado, del correo de Ballesteros, que la acaban de subir a una página de los Estados Unidos, la revista Hispanic L.A., de Los Ángeles.
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