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domingo, 27 de marzo de 2016

Dos amigos en la oscura ruta de la vida

 Domingo, 27 de marzo de 2016 - El Diario de Villa María


Julio Quevedo, ballesterense de ley, fue el gran amigo de Rubén Juárez a lo largo de más de medio siglo. Se conocieron de chicos, por el parentesco de ambas familias en un patio del pueblo, para luego compartir viajes, recitales y, sobre todas las cosas, los días en que “el bandoneón blanco” volvía a su pueblo natal en busca del paraíso perdido

Julio Quevedo y Rubén Juá́rez, en Rosario, año 1976
La pared de su living es un verdadero santuario a la memoria de un ídolo y un amigo. En la foto principal, Rubén se abraza con Julio en una tarde de la memoria. Los dos están de traje, sonrientes en el pasillo de un camarín derrochando un optimismo inédito en las letras de tango. “Eso fue en Rosario en el año 70 porque ya estábamos juntos”, me sopla su esposa “Kuki” (Carmen Alvarenque), rosarina radicada en Ballesteros desde fines de los 60. Otra foto de la misma época los muestra con el cantante Jorge Valdez en una tanguería santafesina. Luego hay otras instantáneas. Dos de una boda mucho más cercana en el tiempo. Me acerco para verla mejor, y al lado de los novios (Rubén y Silvia) distingo a Julio en una versión casi idéntica a la del hombre que tengo al frente. “Es del segundo casamiento; porque Rubén se casó dos veces con la misma mujer”, me explica “Kuki”. Y agrega con una sonrisa pícara: “Los hombres como él tenían una forma muy especial de demostrarle su amor a una mujer”. Luego hay fotos familiares y en una aparece el “tío Julio” con los tres hijos de su amigo famoso: Lucila, Leandro y Leonardo. También un afiche de Juárez en blanco y negro abriendo el bandoneón como abría su corazón sobre el escenario, una nota enmarcada de El Diario del año 96 (“Tiempo de Lecturas”) donde el músico aparece retratado por la tinta de Nino Menardo. Y al final, un póster fabuloso que lo muestra inusualmente flaco, de camisa y chaleco y una dedicatoria con fibra: “A mis divinos ‘Kuki’ y Julio, los quiere, Rubén Juárez”, año 2000. Entonces le pregunto a Julio y en honor a esa pared, qué significó Rubén Juárez en su vida. “El hermano que no tuve, el amigo del alma que se fue pero aún está, el chico que conocí en un patio de Ballesteros hace más de 60 años y que ya cantaba y aún sigue cantando para mí”. Y Julio hace un largo silencio que felizmente interrumpe el timbre del almacén. “Kuki”, que nos acaba de servir un mate cocido con masitas, sale a atender. “Tomen tranquilos, chicos”, nos dice. Y entiendo que ya es hora de encender el grabador.


Julio y “Kuki” en su casa de Ballesteros. Detrás, la pared consagrada al recuerdo de Rubén Juárez
Patio de tango en la Pampa Gringa
-Contame entonces, Julio, de aquel patio…
-Era el patio de los Quevedo, y ahí nació mi amistad con Rubén. Porque los Quevedo éramos muy amigos de los Gauna y de los Juárez. Todos vivíamos cerca y cada vez que su familia venía al pueblo nos juntábamos. Ellos se habían ido a Buenos Aires porque el papá de Rubén, don Jorge, había conseguido trabajo en una cristalería de Sarandí. Y al poco tiempo, Rubén empezó con el bandoneón y tocaba para todos. Tenía 14 años y yo 20 cuando nos hicimos amigos y yo empecé a seguirlo. Siempre fui fanático a muerte, pero no sabía que iba a llegar tan lejos.
-¿Y cuándo lo supiste?        
-En el 69, cuando fuimos a Punta del Este a instalar unos toboganes para la fábrica de Davico. Me acuerdo que estábamos laburando en una plaza cuando escuchamos un auto con un parlante: “¡El tango argentino, esta noche en Punta del Este! ¡Roberto Goyeneche, Raúl Lavié y Rubén Juárez!”. No lo podíamos creer. Paramos de laburar y les dije a los muchachos: “¡Toca Rubén! ¡Vamos todos!”. Al final sólo fui con “Quito” Barrionuevo. Imaginate que no teníamos un peso y estábamos durmiendo en una pieza con los colchones en el piso…

Rubén Juá́rez en revista Radiolandia 1974
-¿Y dónde tocaba?
-Era en un teatro cajetilla para el turismo. Así que le pedimos al tipo de la entrada “si podíamos hablar con Juárez”. Y nos dijo: “No los va a atender”. Pero yo insistí. “Dígale que somos unos conocidos de Ballesteros”. Así que el hombre va y a los cinco minutos aparece Rubén gritando desde el hall “¡Eh, Julito! ¡Entren! ¿Qué hacen ahí afuera?”, y nos ubicó en la primera fila. Fue un espectáculo bárbaro y cuando terminó se puso a jugar al metegol con “Quito”, como un chico. Eran las 5 de la mañana y la gente que pasaba decía “¡Miralo a Juárez!”. Lo invitamos a comer al otro día…
-¿Y tenían para pagarle el asado?
-¡Qué íbamos a tener! Pero le dijimos a Enrique Davico, que era nuestro patrón; y él, que era medio pariente de los Juárez, se pagó la carne. Conseguimos el pan, el carbón y pedimos una parrilla prestada. Y a eso de la 1 se apareció Rubén con una novia…
Y volviendo del almacén, “Kuki” completa la historia: “Esa novia era Haydée, quien luego fue su primera esposa. Después él se casó con Silvia (Tamagnone) y se separó. Luego salió un tiempo con María José Demare y después se volvió a casar con Silvia. A esa mujer, Haydée, la conocí en el velorio. Estaban sus tres mujeres llorando al lado del cajón…”.

Al fuelle de entrecasa en Ballesteros
Y Julio, retomando su relato, me dice: “Imaginate que estuvimos meta vino y bandoneón hasta las 3 de la tarde. Y Rubén lo abrazaba a Enrique y decía “¡Mirá el pariente que tengo!”… Después nos fuimos a la playa y a la noche ya estaba cantando de nuevo…”.
-O sea que tu amigo andaba bien con las mujeres…
-¡Siempre fue un ganador! Además, cuando era joven tenía un fachón impresionante. Una noche me llamó por teléfono a Ballesteros y me dijo “Julio, no lo vas a tomar a mal, pero voy a caer con una chica que no conocés, porque me separé”. Me quedé helado porque a Silvia la queríamos muchísimo y era de la familia. Eso me dolió. Pero a un amigo nunca se le dice que no. Así que lo fui a buscar a la ruta en una camioneta Chevrolet que tenía. Eran más de las 12 de la noche y se habían cortado todas las luces del pueblo. Me acuerdo que paró un expreso y se bajaron los dos. Esa mujer era la cantante María José Demare, hija del director de cine. Para fin de año volvieron al pueblo y también vino Silvia. Así que estaban los tres sentados acá con nosotros, como si nada…
-¿Qué significaba Ballesteros para Rubén?
-Creo que el pueblo era su refugio, el lugar donde se sentía tranquilo y se reencontraba con las cosas de su niñez. En Ballesteros, Rubén era uno más y nadie lo cargoseaba. Me acuerdo que nos levantábamos a las 9 y me decía: “¿Vamos a tomar un cafecito a la ruta?”, y nos íbamos en la Chevrolet. Pero cuando veía un conocido me decía “¡pará, Julito, que ahí va ‘Pucho’!”, y se bajaba a saludarlo. O lo cruzaba a Mario Nicosía y le gritaba “¡qué hacés, Marito!”. Después nos tomábamos el café en la estación de Nery Giovannini, que era fanático de sus discos. Y cuando entraba la gente de la ruta, Nery les decía “ese que está sentado ahí es Rubén Juárez, es de acá, del pueblo”…

El viaje que no tiene fin
¿Y vos lo viste actuar muchas veces?
-¡Yo lo seguí a todos lados! Iba a Buenos Aires a verlo al bar Homero o al Caño 14. Pero generalmente era él quien me llamaba por teléfono y me decía “¡Julito, esta noche toco en Entre Ríos! Te paso a buscar a las 12, ¿querés?”. Y yo lo esperaba en mi casa o en la ruta con el bolso. Entonces paraba el auto, me abrazaba y me decía: “Vos siempre con el bolsito, ¿eh?”. Siempre estaba con uno o dos músicos y yo me quedaba en el hotel con ellos. Después nos íbamos a Buenos Aires y yo paraba en su casa de calle Olazábal. Había una camita que siempre me armaba la Silvia, como él la tenía acá…
-¿Y qué hacían en esos viajes?
-Hablábamos todo el tiempo del pueblo. Me preguntaba por la gente que él conocía. Se interesaba mucho por “Pucho” Salgado y “el Negro” Antúnez. Hubo una época en que quiso recuperar la casa donde nació, pero al final no pudo. Creo que eso le hubiera hecho muy bien, porque el pueblo lo sacaba de la noche. El nunca se pudo ir del todo de Ballesteros. Imaginate que cuando terminaba un tango y lo aplaudían, él gritaba: “¡Viva Ballesteros, carajo!”, con la copita de whisky al lado…
-¿En Buenos Aires no se cuidaba?
-¡Para nada! Llevaba una vida de mucho trasnoche y su debilidad era el whisky. Me acuerdo de que su primer representante, Horacio Quintana, no quería que tomara. Pero al final no lo pudo manejar más. La vida del bohemio es así; cuando yo lo iba a ver a “Homero”, había ocho o 10 cantores que lo esperaban a la salida. Entonces trancaban la puerta, ponían un frasco de whisky al medio de la mesa y se quedaban a cantar hasta las 8. La famosa “recalada”. A eso de las 4 yo no daba más y le decía: “Me voy, Rubén”. Y él: “¡Pero qué te vas a ir, Julito! ¿No ves que te van a asaltar? ¿O te creés que estás en Ballesteros?”. Después nos volvíamos a las 10 y Rubén dormía todo el día. Y a la noche volvíamos a empezar de nuevo. Esa vida era todas las noches, de lunes a lunes…
-¿Y la comida?
-Era impresionante lo que comía. Hubo un momento en que había engordado mucho y fue a rehabilitación, donde hizo dieta y bajó un montón… Pero el whisky y la comida eran su debilidad… Al final Leo, su hijo más chico, lo tenía cortito…
“Cuando se quedaba en casa -dice ‘Kuki’- se comía todo lo que había y a la mañana cuando se levantaba, atacaba la heladera (risas). Me acuerdo de una vez que a las 9 lo encontré comiéndose los zapallitos rellenos que habían sobrado. Se había comido como seis así nomás, fríos… Pero al final ya no podía ni comer, pobrecito…”.
La mujer ha dicho la palabra “final” y no me queda más que preguntarle a Julio por los últimos días de su amigo.
-¿Te esperabas la muerte de Rubén, Julio?
-Y… Un poco, sí… Había estado acá 20 días antes. Venían de Buenos Aires con Silvia y me llamó desde Leones. “Hola, Julito… En una horita estoy ahí… Decile a ‘Kuki’ que me prepare unos fideítos así nomás con aceite de oliva”. Cuando se bajaron del auto me dijo: “Estoy jodido, che…”. Me acuerdo de que se le cayó el pantalón en la vereda porque lo tenía desprendido. “¡Ponete bien el cinto, boludo!”, le dije. Y él se reía…
“Kuki”: -Comió dos fideítos y nada más… Hasta esa fecha no nos había dicho que tenía cáncer. Estaba haciendo radioterapia porque no quería la quimio. Así que se acostaron a la siesta y llamaron a Córdoba, porque ya estaban viviendo en Carlos Paz. Desde allá les dijeron que viajen para hacerles una sesión de radio. Una semana después lo fuimos a ver a Causana, el country donde vivían y que ni alcanzó a disfrutar…
-¿Esa fue la última vez que lo vieron?
-Sí. Había otro matrimonio de La Plata, fanáticos de él, que lo habían pasado a saludar. Pero Silvia les dijo que no, porque casi no había dormido en toda la noche. Nosotros tampoco íbamos a pasar, pero cuando nos íbamos, ella nos dice “pasen, porque si le digo que estuvieron y se fueron, me mata”. Verlo en ese estado fue tremendo…
“Kuki”: -Me acuerdo de que me dijo “¿No les da vergüenza verme así?
Julio: -Y yo le dije “¡Pero qué nos va a dar vergüenza, boludo! ¡Ya te vas a componer!”. Se había sentado en la cama con las patitas flaquitas, los brazos chiquitos, una barba toda blanca y la piel demacrada… Me acuerdo de que le di un chirlo en la espalda y me fui. Esa fue la última vez que lo vi. A veces suena el teléfono y me parece que es él que me llama, que me va a decir que me pasa a buscar, que prepare el bolso…
Rubén Juárez falleció el 31 de mayo de 2010, a los 62 años, y sus cenizas fueron desparramadas en el Centro Cultural José Ernesto Cacciavilani de Ballesteros, flotando en el aire del mismo lugar donde alguna vez fue niño y muchacho. Pero esa ceremonia funeraria con todo su misterio de adiós no debe haberle importado demasiado a Julio Quevedo. O al menos así lo creo yo. Porque cuando suena el teléfono su corazón vuelve a sacudirse. Y aunque no lo confiese, me lo imagino en esas largas noches de invierno cuando no se puede dormir, sacando su Chevrolet y manejando hasta la ruta. Y quedarse a la vera del camino con la secreta esperanza de que pare un colectivo expreso y baje su amigo. “¿Qué hacés, Julito? Vos siempre con el bolsito, ¿eh? ¿Cómo anda ‘Pucho’? Dale, subí, que nos vamos lejos, muy lejos…”.

Iván Wielikosielek
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sábado, 19 de marzo de 2016

Telúrica y jesuítica como el Papa Francisco

BALLESTEROS - La construcción demandó siete años y en el altar se 


colocó un ladrillo original del Cabildo Histórico



El año 2016 es un año “redondo” para Ballesteros, ya que no sólo celebra sus 150 años de vida sino el 70º aniversario de su templo. Construida a imagen y semejanza de la Estancia Jesuítica de Santa Catalina, la iglesia San José fue inaugurada el 19 de marzo de 1946 para el cumpleaños 80 del pueblo

Imagen difundida previo a la construcción, cuando se puso la piedra fundamental (1939)
No es frecuente encontrar iglesias coloniales en pueblos nacidos a la vera del riel. Mucho menos que, desde su concepción, dichos templos revivan la tradición telúrica de un país, casi en contraposición con la “modernidad ferroviaria” que las engendró. Y bien, la iglesia San José de Ballesteros es una honrosa y fabulosa excepción a la regla.
Erigida en 1946 bajo las directivas del arquitecto porteño Carlos Alfredo Rocha, podría decirse que su construcción es un sentido homenaje a la Estancia Jesuítica de Santa Catalina, levantada por la Orden al norte cordobés en 1754.
Estas influencias se perciben no sólo en el remate de su torre única sino también en el campanario, la mampostería y la cúpula colonial con linterna. Sin embargo hay otros dos elementos que emparentan a la iglesia de Ballesteros con el legado histórico del país en tiempos de su fundación.

El primero es la veleta con forma de carreta sobre la cúpula, símbolo inequívoco del Camino Real que diera a luz a su hermano mayor, Ballesteros Sud. 







El segundo elemento fue descripto por doña “Muninga” Cáceres (mítica docente del pueblo) en un cuaderno, acaso con la intención de servir como borrador para un futuro libro. Lo copio textual. “El hermano de Antonio Sánchez Partierra (ingeniero a cargo de la construcción) se llamaba Ricardo, y era miembro de la Comisión Renovadora del Cabildo Histórico de Buenos Aires. De tal modo que consiguió un ladrillo del viejo Cabildo para ser colocado en el altar mayor, donde aún se conserva”.
Fue Ricardo Partierra también quien donara los fabulosos vitrales que, rodeando la nave, narran la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Una historia en diapositivas reveladas por el sol del ocaso al caer la tarde, en postales de un fabuloso azul cobalto y rojo rubí.


Acto frente a la iglesia en los años 50
Siete años de construcción
La piedra fundamental del templo se colocó el 12 de octubre de 1939 en la esquina de Roque Sáenz Peña y Avenida San Martín, solar donado íntegramente por la familia Caballero (a quien se le debe una reparación histórica por la apropiación ilegal de su casona en dicha esquina, durante la última dictadura militar). El párroco ballesterense de esos tiempos era Francisco Compañy y durante la ceremonia se hizo presente monseñor Fermín Lafitte. Ese día, además, se repartieron tarjetas postales impresas a todo color, cuyo motivo era el dibujo de la iglesia terminada. El templo se inauguró siete años después, el 19 de marzo de 1946 para las fiestas patronales, siendo aún Compañy el párroco (fallecería tres años después). Un detalle para nada menor es que las obras del templo comenzaron en la Intendencia del doctor José Lafourcade, coincidiendo con uno de los momentos de mayor esplendor de Ballesteros y de sus obras emblemáticas. Sin embargo, la iglesia vería la luz durante el mandato de Emeterio Samamé.
Setenta años después de su inauguración, la iglesia San José luce su fachada imponente por encima del caserío en la llanura. Y me pregunto qué hubiera pensado el padre Compañy si hubiera podido ver este momento. Porque el templo que mandó construir, para que fuera el más importante y querido del pueblo, aún lo sigue siendo, perla colonial de la pampa gringa y patrimonio irrenunciable de una comunidad que, sin ninguna ordenanza previa, hace tiempo que la declaró su orgullo.
Iván Wielikosielek

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La historia de un templo que renueva la fe

La celebración de los 70 años de la construcción del edificio congrega a 

los fieles de manera significativa

 Sábado, 19 de marzo de 2016  Regionales


Además, se produjeron algunos cambios, como la Misa de Primera Comunión para esta fecha
Histórica imagen de monseñor Dean, monseñor Butteler y el padre Armando Piazza en una celebración por un aniversario de la parroquia, de hace tiempo ya (no se pudo precisar la fecha con certeza, pero sería 1968)
Histórica imagen de monseñor Dean, monseñor Butteler y el padre Armando Piazza en una celebración por un aniversario de la parroquia, de hace tiempo ya (no se pudo precisar la fecha con certeza, pero sería 1968)
Este año los Festejos Patronales de Ballesteros tienen una característica distintiva. En primer lugar se cumplen 70 años de la fundación de la parroquia nueva. Además, se incluyó la misa ceremonia para otorgar la Primera Comunión a niñas y niños de la comunidad, acto que se realizaba tradicionalmente el 8 de diciembre, junto con la celebración a la Virgen María.
Anteriormente, la localidad contaba con una pequeña capilla, hoy conocida popularmente como “salón parroquial”. Aquel viejo templo, que se encuentra ubicado paralelamente a la moderna construcción, sigue acompañando a la comunidad, siendo sede de eventos sociales, reúne a los niños y niñas ballesterenses que asisten a sus clases de catequesis. El 17 de diciembre de 1917 la Primera Capilla fue erigida parroquia.
Con el correr del tiempo, el crecimiento y desarrollo de la comunidad trajo consigo la necesidad de generar un nuevo espacio de comunión para quienes profesan la fe católica y es en ese marco que el 12 de octubre de 1939 se colocó la piedra fundamental del templo en la esquina de Roque Sáenz Peña y San Martín. Siete años después; el 19 de marzo de 1946, para las Fiestas Patronales, Ballesteros asistió a la inauguración de la nueva iglesia.

Cumpleaños
La celebración del 70º aniversario junto con la conmemoración de los Festejos Patronales han sido declarados “De Interés Legislativo” por la unicameral cordobesa en la sesión del 16 de marzo de 2016. El proyecto fue presentado por el legislador departamental Dardo Iturria.
Cabe señalar que la información sobre la iglesia fue consultada a personal colaborador del municipio en área patrimonio.

San José del altar mayor, es el mismo que se encontraba en el viejo templo, el que fue traído desde España
San José del altar mayor, es el mismo que se encontraba en el viejo templo, el que fue traído desde España
Semana de festejos
Con una nutrida agenda, la localidad transita los Festejos Patronales en honor a San José. Este año, además se conmemoran los 70 años de la Iglesia San José.
Para el día jueves 17 de marzo, posterior a misa de Novena, en las instalaciones del salón parroquial se presentará una reseña histórica de la parroquia. Además, integrantes del grupo de teatro municipal “Peinando Canas” con sede en el Centro de Jubilados y Pensionados presentará la obra “Las 24 horas”.
En tanto que para el día viernes está prevista para las 21, en la Parroquia San José, la presentación del “Dúo Mallo D’Agostino” con la obra “12 cuerdas para el alma”.

Cierre
El día sábado, fecha en que se celebra a San José, la jornada de festejos comienza a las 10 con la misa de Primera Comunión. Posteriormente, a las 20 se llevará a cabo la misa celebrando al Santo Patrono, finalizando con la tradicional procesión por las calles de la localidad.